La noche cayó rápidamente sobre el pueblo, y la tormenta comenzó a azotar con fuerza las calles, tal como había sucedido la noche anterior. Sara, decidida a obtener respuestas, llamó a Tomás, quien aceptó acompañarla al faro, aunque su rostro reflejaba el temor que sentía. Las advertencias de Héctor aún resonaban en la mente de ambos, pero era evidente que Sara no se detendría.
Cuando llegaron al faro, la oscuridad se cernía como un manto espeso, haciendo que el lugar pareciera aún más inhóspito. Las olas rompían con violencia contra las rocas, y el sonido del viento se mezclaba con el crujido del metal oxidado en lo alto de la torre. Sara y Tomás avanzaron lentamente, sus linternas apenas iluminando el camino.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Tomás, deteniéndose a un paso de la puerta.
—Sí. No puedo seguir viviendo con esta incertidumbre. Lena está aquí… lo siento —respondió Sara, decidida, y abrió la puerta del faro.
La atmósfera dentro era aún más opresiva que la vez anterior, como si el lugar retuviera los ecos de todas las historias oscuras que habían ocurrido allí. Mientras subían las escaleras, una sensación de desasosiego invadió a ambos. La luz de las linternas apenas lograba atravesar la oscuridad, y cada paso hacia arriba hacía que el aire se volviera más denso.
Finalmente, llegaron a la cima, y la sala de la linterna se extendía frente a ellos en sombras inquietantes. El lugar parecía más grande en la penumbra, y el viento golpeaba con fuerza las ventanas, haciendo que el faro crujiera como si fuera a colapsar.
—¿Dónde crees que está… eso que viste? —susurró Tomás, mirando a su alrededor con cautela.
Antes de que Sara pudiera responder, un sonido retumbante llenó el lugar, un crujido profundo que parecía provenir del centro de la torre. Fue entonces cuando ambos vieron algo imposible: una figura oscura, de forma humana, que parecía emerger lentamente de las sombras en el centro de la sala.
La figura no tenía rostro, y su cuerpo parecía hecho de la misma oscuridad que llenaba el faro. Avanzaba con movimientos lentos, como si estuviera estudiando a los intrusos, mientras el frío se intensificaba. Tomás retrocedió, sus ojos llenos de pánico.
—¿Qué… qué es eso? —balbuceó él, sin apartar la vista de la figura.
Sara, en cambio, sintió una extraña calma. Como si la presencia de esa sombra confirmara lo que había intuido desde el principio: que Lena estaba ligada a este lugar, y esa figura era la clave.
—¿Lena? —susurró, extendiendo una mano hacia la figura.
La sombra se detuvo, y aunque no tenía rostro, Sara sintió que estaba observándola. Una ráfaga de viento entró por la ventana rota, y la figura pareció desvanecerse momentáneamente, solo para reaparecer más cerca de ellos, como si intentara comunicarse.
Fue entonces cuando algo inesperado sucedió. La linterna del faro, que había estado apagada durante años, comenzó a parpadear. Una luz pálida y titilante iluminó la sala, revelando algo en el suelo: un medallón pequeño, oxidado por el tiempo. Sara lo reconoció de inmediato. Era el medallón de Lena, el que su hermana llevaba siempre consigo. Al inclinarse para recogerlo, un eco resonó en su mente, una voz débil pero inconfundible.
*"Sara…"*
Era la voz de Lena, casi como un susurro llevado por el viento, y Sara sintió que el tiempo se detenía. El medallón parecía vibrar en su mano, y la figura oscura se acercó aún más, como si el contacto con el objeto la fortaleciera.
—Lena… estoy aquí —murmuró, apretando el medallón contra su pecho, mientras una mezcla de miedo y esperanza la invadía.
Tomás la miraba, perplejo y asustado, pero la figura, que ahora parecía menos amenazante y más… humana, mantuvo su distancia, como si esperara algo.
Entonces, en un momento de claridad, Sara comprendió. El faro, el medallón, las desapariciones… todo estaba conectado. La sombra de Lena, su espíritu o lo que quedaba de ella, había estado atrapada en este lugar, sin poder descansar. Quizá, la tormenta y la proximidad de su hermana eran lo que había permitido que Lena intentara comunicarse.
—Lena, yo… lo siento tanto —dijo, con la voz entrecortada—. No pude salvarte entonces, pero estoy aquí ahora. Dime qué necesitas para que descanses.
La figura se desvaneció brevemente, y la voz de Lena resonó una vez más, más clara esta vez.
*"Libérame…"*
El medallón en la mano de Sara pareció arder, y ella comprendió que debía hacer algo, un acto final que permitiera a Lena encontrar la paz. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia la ventana rota y levantó el medallón en el aire, permitiendo que la tormenta lo envolviera.
Una ráfaga de viento helado atravesó la sala, y la figura de Lena pareció elevarse, sus sombras disipándose en el aire. Sara la observó, sus ojos llenos de lágrimas, mientras la sombra se desvanecía, dejando solo un susurro en el viento, una última despedida.
—Adiós, Lena…
La linterna del faro se apagó, y el silencio volvió a llenar el lugar. Tomás, aún conmocionado, se acercó a Sara y la abrazó, dándole el apoyo que necesitaba en ese momento.
Había terminado. Lena había encontrado la paz, y aunque el dolor de su pérdida nunca desaparecería, Sara sabía que había hecho lo correcto.
Días después, Sara decidió marcharse del pueblo. La tormenta había cesado, y el faro permanecía en silencio, su propósito cumplido. Al mirar hacia atrás, comprendió que algunos misterios nunca tendrían explicación, pero el vínculo entre ella y su hermana siempre permanecería.
Mientras dejaba atrás Puerto Sombrío, el viento sopló suavemente, y Sara sintió una presencia cercana, una sensación de paz. Lena estaba con ella, en espíritu, libre al fin.