Después de su experiencia en el faro, Sara intentó retomar su vida, pero el pueblo ya no era el mismo. La atmósfera se sentía más ligera, como si la tormenta que había acechado durante años hubiera desaparecido. Los habitantes del lugar, aunque desconocían el papel de Sara en esos cambios, notaban una paz renovada y agradecían en silencio.
Sin embargo, Sara no podía desprenderse de la sensación de que el faro le había dejado una marca imborrable. Las visiones y los ecos de aquel lugar seguían persiguiéndola, como si le quedara algo pendiente. Decidió visitar a Héctor una última vez, con la esperanza de encontrar respuestas sobre los orígenes del faro y de la oscuridad que había habitado en él.
Héctor la recibió con una sonrisa triste, y sin necesidad de explicaciones, supo por qué estaba allí.
—Lo lograste, ¿verdad? Liberaste a las almas atrapadas —murmuró con gratitud en su voz.
—Sí… pero hay algo que aún no entiendo. Quiero saber por qué el faro atrajo tanta oscuridad. ¿Fue siempre un lugar maldito? —preguntó Sara, buscando en el rostro de Héctor alguna señal de la verdad.
Héctor asintió lentamente y se sentó junto a ella, dispuesto a revelar un secreto que había guardado durante años.
—Hace mucho tiempo, antes de que el faro fuera construido, los antiguos habitantes del pueblo creían que esa colina era un lugar sagrado. Decían que era un sitio donde el “velo” entre los vivos y los muertos era más delgado. Cuando los constructores levantaron el faro, no sabían que estaban alterando un equilibrio frágil. El faro se convirtió en un canal para las almas atrapadas, un imán para aquellos que no podían descansar. Y con el tiempo, esa energía se fue acumulando… hasta convertirse en lo que viste.
Las palabras de Héctor le daban sentido a todo. El faro no había sido construido sobre suelo normal; era un lugar antiguo, cargado de energía espiritual, y eso explicaba las sombras y las tragedias que lo rodeaban.
—Entonces… ¿liberar a esas almas fue suficiente? ¿O el faro seguirá siendo un canal? —preguntó Sara, queriendo asegurarse de que no quedaban cabos sueltos.
Héctor se quedó en silencio, mirando al horizonte. Finalmente, suspiró.
—El faro siempre será un lugar especial. Pero mientras las almas no queden atrapadas, su propósito será mantener la paz en el pueblo, proteger a los vivos. Tú has restaurado ese equilibrio, Sara. Has hecho algo que nadie había logrado antes.
Sara sintió una mezcla de alivio y responsabilidad. Había cumplido su propósito, pero sabía que, de alguna manera, siempre llevaría con ella el legado de ese lugar. Se despidió de Héctor y decidió regresar a su hogar, lejos de Puerto Sombrío, con la esperanza de dejar atrás los recuerdos de su experiencia en el faro.
Esa noche, al llegar a su casa, Sara sintió una paz desconocida. Por primera vez, pudo dormir sin pesadillas, sin las voces que la llamaban desde el pasado. Pero en su sueño, una figura luminosa apareció: era Lena, quien la miraba con una sonrisa tranquila, libre y serena.
**—Gracias, hermana —murmuró Lena en el sueño—. Ahora estamos en paz.**
Cuando despertó, el primer rayo de sol entró por su ventana, iluminando el medallón de Lena que había dejado en su mesa de noche. Sara lo tomó, con lágrimas en los ojos, y supo que, aunque el faro seguiría existiendo, las sombras ya no le pertenecían. Había cerrado el ciclo de una vez por todas.
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