Carta I — Sin mapa
Parada justo en la puerta de la escuela, a punto de dar el paso que me obligue a entrar y sentirme prisionera de nuevo, una pregunta se instala en mi cabeza y lo abarca todo:
¿Qué hago aquí? ¿Por qué estoy aquí?
Cualquiera podría responder con facilidad:
“Pues por tu futuro, ¿por qué otra cosa iba a ser?”
Pero no, mi pregunta no se refiere a qué hago en la escuela.
Se refiere a algo mucho más profundo:
¿Qué hago en el mundo? ¿Para qué nací? ¿Por qué tuve que ser yo y no alguien más capaz de soportarlo todo?
Porque, si soy sincera, a veces hubiera preferido no ser parte de este mundo.
Me considero débil para tantos desafíos.
Siento que no encajo entre tanta gente que parece tener claro a qué vino, mientras yo no sé ni a dónde voy… ni de dónde vengo.
Y tampoco es como si el mundo me necesitara.
Ni como si la vida fuera tan amable como para darme un manual de instrucciones sobre cómo vivir sin miedo a equivocarme.
Así que vuelvo a la tierra —otra vez—
y continúo el día como si nada, aunque por dentro siga sin respuestas.
Tal vez no las haya.
Tal vez solo sean los pensamientos “tontos” de una chica de 17 años.
—Justo cinco años después, me di cuenta de que mis pensamientos no eran tan tontos.
Porque lo “tonto” se puede quitar con el tiempo,
pero mis pensamientos... esos nunca se fueron.