Carta V — Autor desconocido
No soy lo que las personas creen.
Mucho menos lo que yo digo ser.
Entre palabras y metáforas,
nunca lograré explicar
lo que mi corazón, alma y mente
tienen que ofrecer.
Paso y digo al viento que bien que hoy me siento.
Paso y escucho las voces sigilosas
que animan a otras a ser fuertes, claras y conscientes.
Nunca me detengo,
porque sé que si lo hiciera,
mi voz se quedaría como una más de esas.
¿Pero entonces… de qué voy?
Si el viento tampoco sabe cuál es mi voz,
si la gente no sabe quién soy,
si yo misma no sé a dónde voy.
Regreso y digo al viento:
“Si tú me ayudases a encontrar uno de esos
a los que todos llaman complemento,
podría entonces dirigir mi corazón
hacia el lugar donde mi voz
podría ser algo más que un simple susurro para alentar.”
Un destino, una solución
que más que ofrecerme identidad,
me diga dónde parar,
dónde quedarme
y dónde no llorar.
Me despido y solo escucho del viento
susurros nunca antes escuchados,
que poco a poco se debilitan
mientras de mi boca se levanta un tornado
que batalla por salir.
Cierro la boca y se deja de escuchar.
Con miedo de destruir,
me voy escuchando solo lo que el viento quiere decir,
con un arcoíris que mis manos no han dejado ir.
Al fin, el cielo se desmonta,
se ha esclarecido.
El viento se ha ido,
no ha dejado ni un camino,
y la conciencia de mis pies me dice
no saber cuál es mi destino.
Aun así, paso y sigo,
y solo me acompañan
un tornado, un arcoíris,
y mi voz envuelta en un silbido.