Ecos De Luz Y Sobras El Pacto Eterno

Capítulo 2

La Sombra del Resplandor

Los muros del Reino de la Luz parecían intocables, custodiados por guerreros implacables que mantenían el orden con disciplina absoluta. Pero aquella noche, la calma fue interrumpida por una figura encapuchada que cruzaba los portones como si la oscuridad misma la guiara.

Los soldados reaccionaron de inmediato, formando un círculo a su alrededor, lanzando órdenes al unísono:

—¡Detente ahí! ¡Nadie entra al palacio sin anunciarse!

La figura no se movió. El silencio que dejó tras esas palabras fue más aterrador que un grito de guerra. El aire se volvió pesado, como si la presencia de aquel ser perturbara la esencia misma de la luz que habitaba en ese lugar.

Uno de los guardianes se adelantó con la lanza firme.

—¡Identifícate ahora!

La figura levantó lentamente el rostro oculto bajo la capucha, y con una voz profunda, que parecía vibrar en la piel de todos, respondió:

—Solo hablaré con el rey.

Un murmullo inquieto recorrió a los soldados. Algunos apretaron con más fuerza las armas, otros retrocedieron un paso, como si aquel ser les hubiese arrancado la valentía con una sola frase.

El guardia insistió, cada vez más irritado.

—¡El rey Demyan no recibe visitas inesperadas, mucho menos de extraños! Da tu nombre, o pagarás el precio de tu insolencia.

La figura permaneció en absoluto silencio. Su inmovilidad desesperaba a todos. La tensión creció, como una cuerda a punto de romperse. Varios soldados dieron un paso adelante, dispuestos a atacar, pero en ese instante, la voz de Saimon retumbó desde lo alto de la escalinata del palacio.

—¡Alto!

Los guerreros bajaron las armas al instante. El consejero del rey descendió lentamente, observando con desconfianza aquella silueta encapuchada que parecía absorber la luz de los alrededores.

—¿Quién eres tú? —preguntó Saimon con dureza—. El rey no se encuentra disponible. Si insistes en causar caos en el reino, no tendré más opción que ordenarte expulsar.

La figura giró levemente el rostro hacia él. La tensión se quebró en un solo instante cuando su voz, más firme, más cercana, cortó el aire.

—Soy la única persona capaz de devolverle al rey la luz que ha perdido.

El silencio se hizo total. Nadie se atrevió a respirar.

Saimon frunció el ceño, conteniendo la rabia y la intriga que esa afirmación provocaba. Dio un paso más, sus ojos clavados en la sombra que no cedía terreno.

—Hablas con demasiada arrogancia. Nadie puede devolverle lo que ha perdido. ¿Quién eres en realidad?

La figura, por primera vez, levantó las manos y retiró lentamente la capa que la cubría.

Un resplandor extraño se filtró en la penumbra. El cabello que emergió no era dorado, como el de Aria, sino de un blanco puro, como nieve bajo la luna. Su piel tenía un matiz más oscuro, como tallada en mármol antiguo. Sin embargo, fueron sus ojos los que provocaron el verdadero caos: idénticos a los de Aria, llenos de esa misma chispa que alguna vez iluminó al rey.

Los soldados retrocedieron instintivamente, como si presenciaran un espectro imposible.

—No puede ser… —susurró uno, temblando.

Saimon sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su voz titubeó por primera vez en años:

—Esa aura… es angelical. Pero no eres Aria.

Ella, con una serenidad que helaba la sangre, sostuvo su mirada.

—No soy Aria. Pero su luz vive en mí.

Un murmullo de caos recorrió a los soldados. Algunos gritaron que era una impostora, otros que era una aparición enviada por los dioses. Saimon, aunque mantenía la compostura, no pudo evitar apretar los puños con fuerza.

Aquel ser era más alto que cualquier mujer que hubiese pisado el reino, su presencia imponía respeto y miedo por igual. Una sombra de esperanza y peligro, imposible de clasificar.

Y en medio del caos, con todos los ojos clavados en ella, repitió con calma:

—He venido porque el rey Demyan me necesita.



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En el texto hay: amor, amor ayuda esperanza

Editado: 13.10.2025

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