La Sombra de la Verdad
El reino angelical parecía ahogarse en un silencio sepulcral, solo roto por los pasos apagados de los guardianes que resguardaban las puertas del palacio. Demyan se encontraba aún en la habitación de Aria, un lugar que se había convertido en su prisión personal, un sepulcro de memorias. El aire olía a flores marchitas, y las paredes parecían encogerse bajo el peso de su dolor.
Saimon entró con paso firme, aunque en su rostro cargaba la preocupación de quien sabe que sus palabras podrían quebrar aún más a un hombre roto.
—Mi rey… —dijo con voz grave, pero contenida—. Tenemos una visita.
Demyan apenas levantó la mirada. Sus ojos eran cenizas, incapaces de sostener la llama que un día había encendido todo su ser.
—No me interesa.
Saimon se adelantó un poco, apretando los puños.
—Esta persona asegura que está aquí por algo relacionado con… Aria.
El nombre perforó el aire como un puñal. Demyan lo sintió clavarse en el pecho, arrancándole un suspiro entrecortado. Por primera vez en semanas, se movió. Lentamente, giró el rostro hacia Saimon, con la desesperación escondida detrás de una máscara de hierro.
—Tráela aquí. —Su voz fue firme, aunque quebrada.
El consejero respiró hondo.
—No es posible, mi rey. Ella… no puede entrar al reino angelical. Fue desterrada por los suyos.
Un silencio pesado se extendió entre ambos. Demyan cerró los ojos, debatiéndose entre quedarse hundido en el último lugar donde había sentido el calor de Aria o aferrarse a esa pequeña chispa de esperanza. Entonces, como un eco divino, regresaron a él las palabras que en sueños siempre escuchaba:
“Demyan, vive… nos encontraremos en la luz.”
El rey abrió los ojos. Por un instante, la dureza en ellos brilló con algo más que dolor: fe. Un presagio, una señal, un llamado. Tal vez los mismos ángeles hablaban a través de aquellas visiones.
—Iremos al reino de la luz —dijo finalmente, poniéndose de pie, como si sus palabras fueran también un juramento.
Saimon lo observó con un leve alivio, pero también con la certeza de que aquel viaje cambiaría todo.
Demyan giró antes de salir de la habitación y, con una voz más suave, añadió:
—Quiero que este lugar esté lleno de flores. De todas las que existen. El reino angelical debe ser hermoso… porque cuando Aria regrese, debe encontrar la luz que merece.
Las órdenes fueron dadas. El palacio entero se movilizó para cubrir los muros y corredores con coronas de lirios, magnolias, rosas y flores celestiales que parecían arder con destellos divinos.
Finalmente, en el umbral del palacio, la esperaba la enigmática figura que había desafiado a los soldados con su sola presencia. Una capa oscura la cubría, pero su aura brillaba como un faro prohibido.
Ella bajó la capucha y los rayos dorados del reino revelaron su rostro. No era Aria, pero sus ojos eran idénticos a los de la ella. Su piel era de un tono más oscuro, su cabello blanco como el hielo, y su altura imponía respeto.
Saimon no pudo contener la revelación:
—Ella es Truth.
Demyan la observó fijamente, y por primera vez en mucho tiempo, su corazón latió con violencia. Aquella presencia no era una coincidencia.
Con el sonido de los portones abriéndose tras él y el aura de Truth iluminando la entrada, Demyan dio el primer paso fuera de su encierro, partiendo hacia el reino de la luz.
El destino acababa de comenzar a escribirse de nuevo.