Entre la Luz y la Guerra
El Reino de la Luz estaba inquieto. La diosa de la guerra caminaba por los pasillos del instituto de los nuevos egresados con el ceño fruncido. Desde la muerte de Aria, no había encontrado paz, ni en las batallas ni en sus pensamientos. Se sentía culpable, su corazón cargaba con el peso de no haber protegido a la única persona que su hermano amaba de verdad.
Saimon apareció junto a ella, con el semblante serio, y ambos se retiraron a una sala apartada donde la luz parecía palpitar en las paredes.
—Truth… —susurró Saimon—. Ella se fue con Demyan.
La diosa de la guerra levantó los ojos con una mezcla de sorpresa y temor.
—¿Qué dices?
Saimon se acercó, apoyando las manos sobre la mesa de cristal—. Lo guiará. Ella conoce los secretos que ni los dioses revelan con facilidad. Y Demyan… ya decidió traer de regreso a Aria.
Un escalofrío recorrió la espalda de la diosa. Cerró los puños con fuerza.
—Él no entiende… —murmuró con un tono quebrado—. Si Aria vuelve, volverá también la oscuridad que la sostiene. La existencia de ella alimenta ese poder. Y yo… yo no pude salvarla.
Saimon la miró con compasión, pero también con dureza.
—No eres culpable de lo que pasó. Hope urdió ese plan macabro, usó a todos como piezas de su tablero.
Ella bajó la cabeza, evitando la mirada de Saimon. Nunca había tenido el valor de hablar con Demyan desde entonces, porque sabía que él no escucharía razones. Demyan siempre encontraba la manera de conseguir lo que quería, aunque tuviera que desafiar al destino.
Antes de que pudiera responder, una explosión estremeció el instituto. El suelo vibró, los cristales se hicieron añicos y gritos desesperados llenaron los pasillos.
Ambos salieron de inmediato hacia el campo de iniciación, donde los jóvenes egresados entrenaban. El lugar estaba en ruinas: torres caídas, estatuas sagradas destruidas, humo elevándose en columnas densas. Muchos de los aprendices y maestros estaban heridos en el suelo.
—¡No puede ser…! —exclamó la diosa de la guerra mientras desplegaba su armadura.
Una sombra atravesó el humo, fugaz, casi intangible. La diosa arremetió con toda su furia, lanzando un ataque que desgarró el aire y el suelo mismo, pero lo único que encontró fueron huellas efímeras, marcas de oscuridad que se desvanecían.
Su corazón lo supo antes que su mente:
—Hope…
Saimon la alcanzó, jadeante, pero ella ya estaba encendida en un fuego de determinación.
—Está vivo. —Su voz tembló de rabia y certeza—. Y planea algo.
La diosa cerró los ojos un instante y lo comprendió: si había atacado el instituto no era para destruirlo por completo, sino para confundir, probar sus fuerzas y ganar tiempo. Algo más grande estaba detrás.
En lo profundo de su ser, una voz cruel le recordó un secreto que nadie más conocía: en el antiguo consultorio de Hope todavía quedaba sangre guardada. Pero no era sangre cualquiera. Era sangre angelical.
Una cantidad pequeña, casi insignificante… suficiente, sin embargo, para hacerlo más fuerte ahora que la oscuridad dominaba cada fibra de su ser.
La diosa de la guerra abrió los ojos encendidos de furia.
—No descansaré hasta aniquilarlo. No permitiré que esa sangre se convierta en el arma que nos destruya.
El aire vibró alrededor de ella, lleno de tensión. El Reino de la Luz sabía que la batalla aún no había terminado…