El aire del reino angelical estaba impregnado de un silencio solemne, como si incluso las flores que crecían entre las ruinas supieran que algo mucho más grande que ellas estaba a punto de comenzar. La diosa angelical, Aria, contemplaba el horizonte con los ojos cargados de dudas. Sus cabellos brillaban con la luz propia de su esencia, pero en su interior un torbellino de pensamientos no la dejaba en paz.
A su lado, Demyan permanecía firme, como una sombra que nunca se apartaba. Su mirada estaba fija en ella, atento a cada movimiento, como si su vida dependiera únicamente de protegerla.
—No voy a dejarte sola, Aria —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. No me importa lo que decidas, mi destino ya está marcado: seré tu guardián hasta el fin.
Aria lo miró, como si quisiera leer en sus ojos las verdaderas intenciones que escondía. Había algo en él que le causaba desconfianza, pero al mismo tiempo sentía que su lealtad era tan real como su propia existencia.
—Demyan… —su voz era suave, casi un susurro—. No sé si puedo aceptar que otros se involucren en esto. La oscuridad antigua no es un enemigo común, es un poder que consume sin piedad. No quiero más muertes por mi causa.
Él frunció el ceño y dio un paso hacia ella, con la seriedad de quien conoce los horrores que describe.
—Escúchame bien —le respondió con un tono grave—. Tú no puedes cargar con esta guerra sola. El reino de la luz está esperando tus órdenes, y con su ayuda podremos enfrentarnos a lo que viene. Yo sé lo que esa oscuridad puede hacer… lo he visto, lo he sentido en mi propia carne. Y también sé que si no actuamos rápido, destruirá todo lo que toques.
Aria bajó la mirada. Sus manos temblaron apenas, mientras acariciaba una de las flores que crecían entre las ruinas. Su corazón luchaba entre el deseo de proteger a todos y el miedo de que más vidas se perdieran por ella.
—¿Y si los llevo hacia su perdición? —preguntó en un murmullo—. ¿Y si lo único que hago es condenarlos?
Demyan se inclinó hacia ella, con voz firme, casi áspera, como si quisiera sacudirla de sus dudas:
—Tú no entiendes aún lo que representas. Eres la única capaz de extinguir ese poder. No es una opción, Aria. Si fallas… no habrá un reino de luz, no habrá mundo, no habrá nada.
Un silencio pesado los envolvió. Ella lo miró, atrapada en esa dualidad de rechazo y aceptación. Su pureza la hacía dudar, pero en lo profundo sabía que Demyan tenía razón. Finalmente, con un suspiro largo y resignado, cerró los ojos.
—Está bien —susurró—. Acepto. Iremos al reino de la luz.
Un destello fugaz cruzó por los ojos de Demyan, mezcla de alivio y determinación. Se inclinó apenas en señal de respeto, como un caballero frente a su reina.
—No te arrepentirás, mi diosa. —Su voz retumbó como un juramento eterno—. Estaré contigo… hasta que la oscuridad deje de existir.
La luz dorada de Aria los envolvió entonces, creando un resplandor que los transportó. Entre murmullos de viento y ecos angelicales, sus cuerpos se desvanecieron, iniciando el viaje hacia el palacio del reino de la luz, donde los esperaba no solo la esperanza… sino también nuevas traiciones, alianzas y secretos que pondrían a prueba su lucha.