La Llamada a la Guerra
La Academia del Reino de la Luz jamás había estado tan llena. El amplio salón circular, donde solían entrenarse y jurar lealtad los nuevos aliados, ahora rebosaba de comandantes, soldados, guardianes y embajadores de todos los rincones de los reinos. Los estandartes dorados del Reino de la Luz ondeaban junto a estandartes negros de la Oscuridad, unidos bajo una misma causa.
En el centro, de pie sobre la tarima principal, se erguía Demyan, su presencia más severa que nunca, con la mirada fija en la multitud expectante. A su lado, Aria, la diosa angelical, irradiaba un resplandor que contrarrestaba la tensión que oprimía el aire. Su sola presencia infundía paz, pero también una fuerza indomable que todos podían sentir en sus corazones.
—Escúchenme bien —la voz de Demyan resonó con eco metálico, amplificada por el poder de la sala—. El Poder Antiguo Oscuro ya no se oculta en las sombras. Se alimenta del odio, del rencor y del miedo. Ha infectado corazones, ha corrompido tierras, y si no lo enfrentamos ahora… ninguno de nuestros reinos sobrevivirá.
Un murmullo pesado recorrió la sala. Los guerreros del Reino de la Oscuridad cruzaron miradas tensas con los del Reino de la Luz. Jamás habían estado en la misma sala sin que la sangre corriera.
Aria dio un paso al frente, y el silencio fue inmediato. Sus ojos, claros como el amanecer, recorrieron cada rostro.
—Sé que muchos me recuerdan como lo que fui. Y sé que otros ni siquiera creen que exista. Pero hoy estoy aquí no para recordar lo perdido, sino para proteger lo que aún queda. —Su voz se quebró por un instante, recordando las ruinas de su hogar, pero se sostuvo firme—. El poder que enfrentamos no distingue bandos. Se alimenta de todos nosotros, de nuestras emociones más oscuras. Y si no lo detenemos… pronto seremos sus esclavos.
La diosa de la guerra, hermana de Demyan, se levantó de su asiento. Su armadura brillaba bajo la luz, pero su rostro estaba cargado de gravedad.
—Entonces hablemos de estrategia —dijo, solemne—. Tenemos que cortar la raíz antes de que crezca más. ¿Dónde está? ¿Dónde lo enfrentaremos?
Demyan asintió y desplegó un mapa inmenso en medio de la sala. Con un gesto de su mano, las regiones se iluminaron.
—Nuestros espías han confirmado que el poder se concentra en tres puntos: las ruinas del Reino Angelical, el Desierto de Sombras y las catacumbas bajo el Reino de la Oscuridad. —Golpeó el mapa con la palma—. Si no los sellamos pronto, esa cosa encontrará la manera de encarnarse por completo.
El ambiente se volvió aún más tenso. Soldados intercambiaban palabras nerviosas.
Fue entonces cuando un estremecimiento recorrió la sala. Un viento helado irrumpió en el recinto, apagando antorchas, quebrando vidrios. El suelo tembló como si algo debajo quisiera emerger.
Un grito desgarrador resonó desde las puertas de la Academia. Los guardias cayeron uno tras otro, como muñecos sin vida, hasta que un hombre atravesó el umbral.
Hope.
Su figura estaba irreconocible: sus ojos, antes cálidos, eran ahora pozos negros que brillaban con un fulgor antinatural. Su piel estaba marcada por venas oscuras, como si la sombra lo hubiera devorado desde adentro. Una energía corrupta emanaba de él, palpable, tan densa que los soldados retrocedieron instintivamente.
—Al fin… —su voz sonó como un eco distorsionado, varias voces hablando en una—. Al fin tengo lo que merezco.
Demyan desenvainó su espada con un rugido.
—¡Hope…! ¿Qué has hecho?
Hope esbozó una sonrisa rota, inhumana.
—Lo único que tú nunca tuviste el valor de hacer: aceptar el verdadero poder.
Aria sintió el corazón encogerse. El aura que rodeaba a Hope no era solo odio o ambición… era el Antiguo Oscuro, habitando en su esencia, usando su cuerpo como recipiente.
La sala se sumió en caos. Algunos guerreros cayeron de rodillas bajo el peso de la energía oscura, otros intentaban levantar armas pero eran repelidos como si una muralla invisible los aplastara.
Aria, en medio de la tormenta, avanzó un paso con firmeza. Su luz empezó a intensificarse, desafiando la oscuridad que emanaba de Hope.
—Esto no eres tú —dijo, con voz firme pero dolida—. No permitiré que el poder antiguo te convierta en su esclavo.
Hope soltó una carcajada retumbante, agrietando las paredes de la Academia.
—¿Esclavo? ¡Yo soy su elegido!
Y con un solo movimiento de su mano, lanzó una onda de energía oscura que destrozó la tarima, separando a Aria y Demyan.
El guerra había comenzado.