Sombras desgarradoras
El aire dentro de la academia estaba impregnado de un silencio expectante. Todos los soldados del Reino de la Luz y los aliados oscuros esperaban la señal. Las antorchas parpadeaban en las paredes de piedra, y el eco de los pasos resonaba como un presagio de muerte.
Demyan, al frente, con su armadura de guerra bañada en plata, levantó su espada hacia el techo alto, y su voz retumbó como un trueno:
—¡Hoy no luchamos por reinos separados! ¡Hoy combatimos por la existencia misma de este mundo!
El estruendo de los soldados respondiendo con un rugido hizo temblar el suelo, pero aquel impulso fue desgarrado al instante. Una grieta oscura atravesó el techo, y de ella emergió Hope.
Ya no quedaba nada del hombre que alguna vez existió. Su piel estaba cubierta de venas negras como raíces envenenadas, y en su mirada se encendía un brillo carmesí, frío y depredador. Su voz no era suya: era un eco milenario, el rugido del Poder Antiguo encarnado.
—Aria… —susurró con un tono gutural que helaba la sangre—. Mi esencia te reclama… mi fuerza exige tu sangre…
Con un movimiento de sus manos, lanzó una onda de sombras que se fragmentaron en miles de espectros oscuros. Las criaturas se esparcieron como un enjambre viviente, con garras, colmillos y ojos brillando con maldad.
El caos estalló.
Los soldados del Reino de la Luz levantaron sus lanzas, mientras los aliados del Reino Oscuro invocaban fuego y acero. La academia se convirtió en un infierno: gritos, choque de metales, el crujir de huesos y los lamentos de aquellos que caían devorados por las sombras.
Las criaturas no atacaban solo con violencia. Susurros venenosos se colaban en la mente de cada guerrero:
—No eres suficiente… todos te traicionarán… no vale la pena luchar… ríndete…
Saimon cayó de rodillas, apretando la empuñadura de su espada mientras sus ojos temblaban de duda. La Diosa de la Guerra gruñía, con sus músculos tensos, intentando ignorar la voz que le decía que había fallado a Aria, que era indigna de su título. Incluso Demyan sintió aquella punzada: la sombra le mostraba un mundo donde Aria lo rechazaba, donde su sacrificio era inútil.
Pero él apretó los dientes, levantando su espada envuelta en luz:
—¡No me doblegaré! —rugió, cortando de un tajo a la sombra que lo atacaba.
Mientras tanto, Hope avanzaba sin detenerse, apartando la batalla como si fuese insignificante. Sus pasos resonaban pesados, cada uno liberando un temblor de energía oscura. Su mirada estaba fija en Aria.
Ella, rodeada de un círculo de sombras que se abalanzaban sobre ella como lobos hambrientos, cerró los ojos un instante. El aire vibró. Su cabello brilló como fuego de plata, y sus alas, más radiantes que nunca, se desplegaron con una fuerza cegadora.
Cuando abrió los ojos, una luz desgarradora surgió de su interior. Cada sombra que tocaba esa luz gritaba y se desintegraba en cenizas.
—No pertenezco a tu oscuridad, Hope… —su voz sonó etérea, como un canto divino, pero cargada de furia—. ¡Soy la luz que extinguirá lo que eres!
Una onda expansiva estalló desde su cuerpo, destrozando el suelo de mármol y lanzando a decenas de sombras contra los muros.
Hope sonrió.
No con miedo, sino con deseo.
—Perfecta… eres perfecta… —dijo con una voz deformada—. ¡Tu poder será mío!
Con una velocidad antinatural se abalanzó hacia ella, y sus garras envueltas en tinieblas descendieron con fuerza brutal.
Aria lo enfrentó de frente. Sus manos se llenaron de luz incandescente y al chocar con la oscuridad de Hope, el estallido iluminó la academia como un sol que nacía dentro de la guerra.
El choque fue tan devastador que Demyan sintió cómo el suelo bajo sus pies se quebraba. Se abrió paso entre el caos, destrozando sombras con cada tajo de su espada, con el único propósito en mente: llegar a ella.
Pero las sombras parecían multiplicarse, cerrándole el paso, como si supieran su desesperación. A cada golpe, su respiración se volvía más pesada, y su mente más atormentada.
—¡Aria! —rugió, con los ojos ardiendo de impotencia.
Ella estaba allí, luchando sola contra la entidad más oscura que jamás habían enfrentado, y su poder brillaba como nunca. Pero en lo más profundo de su ser, Demyan sabía que, aunque Aria parecía una diosa invencible, todo poder tenía un límite… y Hope no descansaría hasta romperlo.