Sangre en la Luz
El aire ardía.
La Academia del Reino de la Luz, otrora símbolo de conocimiento y resguardo, ahora era un campo desolado, un espejo del fin. Columnas de mármol caían hechas escombros, el cielo estaba desgarrado por brechas negras que vomitaban sombras, y la sangre teñía los patios sagrados donde alguna vez los estudiantes habían reído.
Las sombras se movían como bestias vivientes, arrancando gritos de las gargantas de hombres y mujeres que se enfrentaban a ellas. No eran simples criaturas, eran fragmentos de un poder más antiguo que los dioses, fragmentos que se colaban en las mentes de los guerreros, despertando sus miedos más íntimos.
—Mátalo antes de que te traicione… —susurraba una sombra al oído de un soldado.
—Ella nunca te amó… ríndete, igual morirás…
Cada palabra era veneno. Los más débiles caían sin que una espada los tocara, se arrancaban sus propios corazones de culpa y locura.
Demyan, en medio de aquella carnicería, era como un huracán negro que avanzaba arrasando. Sus ojos, ardientes de rabia, no veían otra cosa que no fuera el camino hacia ella. Cada sombra que se interponía, la rompía con sus manos, con su espada, con la pura furia de su voluntad. El sudor y la sangre manchaban su piel, pero no se detenía.
—¡Aria! —rugió con una voz que desgarraba más que los gritos del campo.
Las sombras intentaron colarse en su mente también. Le susurraban que ella jamás recordaría el amor que una vez compartieron, que volvería a perderla como antes. Y en algún rincón de su ser, el miedo lo atenazó.
Pero lo aplastó con la misma brutalidad con que destrozaba a sus enemigos.
—No me importa si no me recuerdas… mientras sigas viva, mientras sigas de pie, yo llegaré a ti.
Un trueno de magia cortó el aire, y todos voltearon hacia el centro del campo: Aria y Hope.
Hope estaba irreconocible. El poder antiguo se retorcía en su interior, deformando sus facciones en una mezcla de belleza y monstruosidad. Sus ojos ardían como brasas negras, y su cuerpo emanaba un humo sombrío que envenenaba el aire. Con un gesto, lanzó dagas de oscuridad que partieron columnas como si fueran ramas secas.
Frente a él, Aria brillaba. Sus alas desplegadas eran un sol en medio de la ruina, sus ojos resplandecían con la furia de alguien que había visto demasiado dolor y se negaba a seguir permitiéndolo. La luz que emanaba no era calma ni sagrada: era letal.
Cuando chocaron, el mundo se quebró.
Una onda expansiva derribó a decenas de guerreros, los muros de la Academia se resquebrajaron, y el cielo rugió como si quisiera partirse en dos.
Cada golpe de Aria liberaba ráfagas de fuego celestial que incineraban sombras enteras, cada ataque de Hope dejaba cicatrices de tinieblas en el suelo que no podían borrarse.
—No voy a dejarte destruir todo lo que tocas —gritó Aria, lanzando una esfera de luz que hizo retroceder a Hope varios metros.
—Tú no entiendes, Aria… —rió Hope, con la voz entrecortada por el eco de la magia antigua—. Yo soy el fin que los dioses temieron…
Volvió a lanzarse contra ella, y el choque de sus fuerzas resonó como un trueno eterno.
Demyan, exhausto, apenas logró mantenerse en pie al sentir la presión de esos poderes enfrentados. El suelo se partía bajo sus botas, el aire quemaba sus pulmones. Pero sus ojos, fijos en Aria, lo mantenían en movimiento.
Cada vez que una sombra lo emboscaba, la destrozaba con un rugido animal. Sus brazos estaban cubiertos de cortes, su espada empapada de sangre oscura, pero él no cedía.
—Aguanta, Aria… solo un poco más… estoy aquí…
El duelo alcanzó un punto brutal. Hope, con un grito que heló a todos los presentes, concentró el poder antiguo en sus manos. La oscuridad se condensó en forma de una lanza hecha de pura esencia prohibida. La arrojó contra Aria.
Ella apenas alcanzó a levantar un muro de luz. La lanza atravesó la defensa, rozando su costado. El dolor fue instantáneo, la sangre brotó de su piel como un río. Aria cayó de rodillas, jadeando, sus alas temblando.
—¡No! —bramó Demyan, tratando de abrirse paso desesperadamente.
Pero antes de que Hope pudiera dar el golpe final, Aria levantó la mirada. Sus ojos ardían con algo más fuerte que la herida, más fuerte que el dolor: determinación.
Con un gesto rápido, concentró toda la luz que le quedaba y lanzó un rayo celestial que atravesó el pecho de Hope. Él gritó, desgarrado, parte de su control sobre el poder antiguo quebrándose.
Ambos quedaron heridos, sangrando, temblando, mirándose como enemigos destinados a destruirse o morir juntos.
El campo quedó en silencio un instante.
Los guerreros miraban con temor: incluso los más fuertes comprendieron que estaban presenciando algo más allá de ellos, más allá de su tiempo.
Aria, con la respiración entrecortada, vio alrededor. Vio a soldados de ambos bandos derrumbados, sombras devorando mentes, el caos creciendo. Y en medio de todo, a Demyan, destrozando sombras con manos ensangrentadas solo para llegar a ella.
Un nudo de dolor y furia le atravesó el pecho. No podía permitir que todo acabara así. No podía dejar que la magia antigua volviera a devorar la sangre del mundo.
Se puso en pie, tambaleante, con su herida sangrando. Extendió sus alas, y un círculo de luz comenzó a formarse bajo sus pies.
—Si el poder antiguo quiere sangre… —susurró, su voz resonando como campanas de guerra—. La tendrá.
—Aria… —Demyan la llamó, su voz quebrada.
Ella lo miró una última vez. Una mirada que decía lo que las palabras no alcanzaban: perdóname, pero es mi deber.
El círculo se expandió, envolviendo a Hope también. El enemigo gritó, atrapado en la luz.
—…pero no la de los inocentes.
Y en un destello cegador, ambos desaparecieron.