El Reino Angelical
El silencio del Reino Angelical era absoluto.
No había sombras, ni criaturas, ni siquiera viento que agitara el aire. Todo estaba inmóvil, como si el tiempo se hubiera rendido ante la magnitud de lo que estaba por ocurrir. Aria y Hope habían sido arrastrados hasta ese lugar por la colisión de sus poderes, un escenario escogido por la esencia misma de la magia antigua para decidir quién prevalecería.
Allí no existían distracciones. Solo quedaban ellos dos.
La tierra era cristalina, como hecha de luz endurecida, y sobre ella se erguían columnas infinitas que parecían sostener el cielo. Una luz blanca, casi cegadora, iluminaba cada rincón, pero no producía calor ni paz: era como la mirada de miles de ancestros observando desde lo alto, expectantes.
Aria avanzó unos pasos, sus pies descalzos resonando suavemente contra el suelo sagrado. Sentía cómo la esencia de su pueblo fluía a través de sus venas: la alegría de los días de cosecha, el dolor de las pérdidas, las canciones que alguna vez entonaron bajo las estrellas. Todo estaba en ella, como si cada espíritu que alguna vez había pertenecido a su raza la acompañara en ese instante.
—Este lugar… —murmuró Hope, con una voz rasposa, cargada de rencor—. Qué irónico que el reino que tanto protegías ahora se convierta en tu tumba.
Su cuerpo estaba cubierto de un aura oscura, retorcida, que respiraba y se movía como un ser vivo. La magia antigua fluía dentro de él, desbordándolo, consumiendo lo que alguna vez había sido su esencia. Su mirada, antes clara y profunda, ahora era un vacío rojo, ardiente, como si en él no quedara humanidad.
Aria lo observó con un dolor que le atravesó el pecho. No veía solo al enemigo, sino al ser que alguna vez había sido importante, un reflejo de lo que podía haber sido un aliado, quizás algo más. Pero ese recuerdo estaba perdido en la oscuridad.
—No permitiré que la magia antigua extinga otra sangre —declaró con firmeza, su voz clara resonando en todo el reino—. Ni de la luz, ni de la oscuridad. Este es mi deber.
Hope sonrió con desprecio.
—Hablas como si la esperanza pudiera salvarte… pero yo soy la desesperanza encarnada.
Y sin más palabras, lanzó el primer ataque.
De su cuerpo emergieron decenas de látigos de sombra que se alzaron como serpientes hambrientas. El aire se desgarró al paso de aquella oscuridad que buscaba envolver y destrozar a Aria. Ella, con un movimiento ágil, extendió sus brazos y una oleada de energía blanca brotó de su cuerpo, un muro de luz tan pura que hizo retroceder momentáneamente las tinieblas.
El choque de fuerzas estremeció el Reino Angelical. Las columnas se agrietaron, el suelo vibró como si estuviera a punto de quebrarse, y la luz que iluminaba todo el lugar comenzó a fluctuar.
Aria respiraba agitadamente, pero no retrocedía. Cada vez que cerraba los ojos sentía las memorias de su pueblo: los cantos, las risas, incluso los llantos. Todo le recordaba por qué debía resistir.
—¡No me rendiré! —gritó, cargando una esfera de luz en sus manos que lanzó directamente hacia Hope.
El impacto fue brutal. Hope fue arrojado hacia atrás, estrellándose contra una de las columnas, que se quebró en miles de fragmentos brillantes. Pero la sombra lo envolvió, y de inmediato se levantó, más enfurecido.
—Tus recuerdos… tus sentimientos… son cadenas que yo romperé.
De pronto, Hope cambió de estrategia. La sombra a su alrededor adoptó formas: rostros conocidos, figuras del pasado de Aria. Su madre, su padre, incluso Demyan, todos formados de oscuridad, todos hablándole con voces que parecían reales.
—Nos fallaste… —susurró la sombra de su madre.
—No eres suficiente… —escupió la de su padre.
—Nunca podrás protegerla… —dijo la sombra de Demyan, con una dureza que desgarró su corazón.
Aria tembló, su respiración se quebró por un instante. Las lágrimas amenazaban con salir, pero enseguida apretó los puños con furia.
—¡No! —rugió, dejando que un estallido de luz la envolviera—. ¡Ustedes no son ellos! ¡Son mi fuerza, no mi debilidad!
La ilusión se desmoronó, hecha pedazos de sombra.
Hope gruñó, frustrado.
—Eres más resistente de lo que pensé. Pero no importa. No saldrás viva de aquí.
Ambos se lanzaron al ataque, sin esperar más.
El choque fue devastador. Luz y oscuridad colisionaron en el aire, creando explosiones que iluminaban todo el Reino Angelical como tormentas de fuego y relámpagos. Cada golpe hacía retumbar el lugar, cada defensa arrancaba ecos de los muros invisibles que los rodeaban.
Aria se movía con una gracia feroz, girando, esquivando, lanzando destellos de luz que cortaban las sombras en pedazos. Hope respondía con ataques más feroces, cada vez más cargados de la magia antigua, que parecía gritar a través de él como un monstruo liberado.
Finalmente, ambos se encontraron en el centro de la arena, cara a cara, respirando con dificultad, cubiertos de heridas y sudor.
Hope levantó su mano derecha, concentrando toda la oscuridad en un solo golpe, un ataque definitivo.
Aria hizo lo mismo, reuniendo en su pecho la esencia de todo su pueblo: las risas, los cantos, el amor, el sacrificio.
Los dos poderes crecieron, expandiéndose, listos para chocar.
—Solo uno de nosotros saldrá vivo… —murmuró Hope, con un brillo cruel en la mirada.
—Y no serás tú —respondió Aria, con lágrimas de dolor y decisión.
Entonces, los dos lanzaron sus ataques.
El impacto fue tan brutal que el Reino Angelical entero tembló, como si estuviera a punto de derrumbarse. Una luz blanca y una sombra oscura se entrelazaron, luchando por imponerse. El aire ardía, el suelo se quebraba, las columnas estallaban en pedazos.
Y en medio de ese caos, las voces de los ancestros resonaron en la mente de Aria:
“No estás sola. Tu esencia es nuestra. Lucha por todos.”