Ecos De Luz Y Sobras El Pacto Eterno

Capítulo 21

El rugido del rey

El eco de la batalla aún retumbaba en cada rincón del Reino de la Luz. El suelo estaba agrietado, los templos caídos y el aire impregnado del hedor a ceniza y sangre. Demyan permanecía de pie, cubierto de heridas y sombras que aún trataban de aferrarse a su piel, como si quisieran devorarlo desde dentro. Su pecho ardía, no por las batallas que había enfrentado, sino por la ausencia de Aria.

Ella había desaparecido junto con Hope. Su esencia, ese hilo que siempre lograba percibir aunque estuviera lejos, ahora era apenas un susurro débil, difícil de seguir. El desespero lo ahogaba.

—¡Aria…! —gruñó entre dientes, sus ojos encendidos de furia y temor.

Las sombras aún intentaban abrirse paso entre los sobrevivientes, pero Demyan no estaba dispuesto a permitir que nada más los destruyera. Con un rugido que desgarró el aire, extendió sus alas negras y, con un golpe de su guadaña, abrió un círculo de destrucción. Cada sombra que se alzaba contra él era aniquilada sin piedad. El suelo temblaba con cada movimiento suyo, y los cielos parecían resonar con su furia.

Era el Rey de los Dos Reinos, y por primera vez, mostraba la magnitud de lo que ese título significaba.

Saimon, su aliado más fiel, lo observaba con respeto y temor. Nunca lo había visto liberar tanto poder sin restricción. A su lado, su hermana —la Diosa de la Guerra— resistía junto a sus tropas, pero incluso ella sabía que esa no era una batalla que pudiera ganarse sin la voluntad de Demyan.

La tormenta de sombras fue finalmente quebrada. El aire, antes denso y opresivo, se aligeró poco a poco. Los sobrevivientes cayeron de rodillas, llorando, gritando nombres de aquellos que no habían regresado. El silencio posterior fue peor que la batalla misma: era un silencio cargado de pérdidas, de miedos y de cicatrices que no sanarían fácilmente.

La Diosa de la Guerra se acercó a su hermano, con el rostro cubierto de ceniza y sangre.

—Demyan —dijo con firmeza—. Déjame acompañarte. Si Aria está en el Reino Angelical, no puedes enfrentar solo lo que te espera.

Él la miró con dureza, con la sombra del agotamiento en sus ojos, pero también con la determinación de un rey que había elegido su destino.

—No —respondió en un susurro áspero—. Si yo caigo… tú eres la heredera. El trono debe permanecer en pie, nuestra sangre no puede extinguirse por completo.

Ella apretó la mandíbula, el orgullo y el dolor mezclándose en su mirada. Sabía que no podía convencerlo, no cuando Demyan ya había tomado una decisión que ardía en su alma.

Entonces, Saimon dio un paso al frente.

—Yo lo acompañaré —declaró con voz firme, su espada aún manchada de la sangre de las sombras—. No me lo impedirás, Demyan. No dejaré que cargues con esto solo.

El rey lo miró durante un largo instante, y aunque sabía que podía ordenarle que se quedara, la lealtad inquebrantable de Saimon lo convenció. Finalmente, asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Haz lo que quieras. Pero no interfieras. Mi único objetivo es traer a Aria de vuelta… aunque me cueste la vida.

El aire comenzó a vibrar cuando Demyan extendió sus alas. Una luz oscura se arremolinó alrededor de su cuerpo, abriendo un portal que los conectaba con el Reino Angelical, el lugar donde todo había comenzado y donde, lo sabía en lo más profundo de su ser, todo debía terminar.

Atravesaron el umbral, y lo que encontraron al otro lado los dejó sin aliento.

El Reino Angelical estaba en su totalidad de destruccion. Las torres de cristal estaban fragmentadas, flotando como restos de estrellas quebradas. El cielo, antes puro y eterno, se encontraba teñido de un gris desgarrador. Una quietud antinatural dominaba el lugar, como si el mismo tiempo hubiera decidido detenerse, aguardando el desenlace.

Demyan apretó los puños. El corazón le martilleaba con una sola certeza: Aria estaba allí. Y no descansaría hasta encontrarla.



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En el texto hay: amor, amor ayuda esperanza

Editado: 03.11.2025

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