Ecos De Luz Y Sobras El Pacto Eterno

Capítulo 23

Entre Recuerdos y Latidos

El silencio de las ruinas se rompió con un suspiro tenue.

Aria abrió los ojos, apenas un destello de luz en medio del polvo, y vio a Demyan inclinado sobre ella. Sus cabellos oscuros estaban revueltos, sus mejillas manchadas de sangre y ceniza, pero sus ojos… sus ojos ardían con esa desesperación que solo él podía sentir por ella.

—Aria… —su voz fue un rugido quebrado, un susurro ahogado al mismo tiempo.

Ella intentó sonreír, pero sus labios apenas se movieron.

—Demyan…

El rey la tomó entre sus brazos con la delicadeza de quien sostiene algo irremplazable. En sus manos, ella era frágil, pequeña, tan vulnerable como la primera vez que la vio en la academia. Aunque ahora todos la llamaran la diosa angelical, aunque su aura fuera deslumbrante y poderosa, para él seguía siendo su Aria: la humana inocente, la joven alegre que lo enseñó a sentir, la que con su risa tímida había derrumbado siglos de oscuridad.

Mientras la cargaba contra su pecho, Demyan sintió cómo su respiración se apagaba en intervalos irregulares.

—No me dejes —susurró, apretando la mandíbula, con un tono entre orden y súplica—. No ahora… no cuando al fin te tengo otra vez.

Su sombra imponente se abrió paso entre los restos hasta desplegar sus alas negras, y en un latido emprendió vuelo hacia el reino de la luz. El viento golpeaba con fuerza, pero él solo pensaba en una cosa: salvarla.

Dentro de Aria

Cada aleteo que la alejaba de las ruinas removía en ella un océano de recuerdos. Su mente era un torbellino en el que lo humano y lo divino se mezclaban sin control.

Recordó el orfanato, cuando no entendía por qué era diferente, las miradas de los demás niños que la hacían sentirse un error. Luego la academia Zerathian, las risas con sus amigos, las pérdidas que la marcaron como heridas abiertas. Vio a Demyan en la cueva, esa primera chispa, y el miedo que se convirtió en algo más poderoso que cualquier destino: amor.

Las imágenes se entrelazaban con otras aún más profundas:

—Su pueblo angelical, sus padres, la música de las noches estrelladas en su tierra, las danzas y las sonrisas de su gente.

—Las risas de los niños que ya no estaban.

—Los juramentos que hizo en silencio de protegerlos, incluso después de su sacrificio.

Cada recuerdo la desgarraba y la fortalecía a la vez. Había perdido demasiado… pero también había amado demasiado. Y ese amor era lo único que la sostenía en el abismo de la inconsciencia.

Un pensamiento se grabó como fuego en su pecho:

Su pueblo y Demyan. Su sangre y su amor. Dos fuerzas que la habían hecho ser lo que era ahora.

Una lágrima rodó por su mejilla mientras, en su mente, escuchaba la voz de Demyan:

“Aunque los dioses me lo prohíban, aunque el universo me odie, te arrancaré de cualquier abismo.”

Y comprendió.

Él era su destino, no porque la vida lo dijera, no porque el universo lo exigiera, sino porque el amor que compartían era más fuerte que cualquier reino, más fuerte incluso que la magia antigua.

En el vuelo

Demyan la miraba constantemente mientras surcaba el cielo. El dolor en su pecho era insoportable: ver a la mujer que lo había hecho vivir, sangrando y débil, cuando todo en él gritaba protegerla.

—Aguanta, Aria. —Su voz fue un temblor contenido, casi un rezo.

Ella abrió apenas los ojos y lo observó. En ese instante, no vio al rey oscuro ni al monarca de la luz, sino al hombre que había arriesgado todo por ella, que había llorado en silencio cuando la creyó perdida.

—Demyan… —murmuró con dificultad—. No importa… lo que pase. Tú y yo… nacimos para estar juntos.

Su respiración se agitó, pero sus palabras fueron claras como campanas en la noche.

—Nos curamos el uno al otro. Nos cuidamos. Somos… más fuertes que cualquier reino.

Él la estrechó más fuerte contra su pecho, conteniendo el temblor de sus manos.

—Cállate. No te atrevas a hablar como si fueras a irte. —Sus ojos brillaban con rabia y miedo—. Te necesito, Aria. No como diosa, no como arma. Te necesito porque eres mía. Porque eres… lo único que me hace humano.

El silencio de Aria fue una respuesta suficiente. Ella apoyó su cabeza en su hombro, y en su interior, las piezas de su vida se unieron finalmente:

La niña humana, la aprendiz de la academia, la guerrera que sangró en la oscuridad, la diosa angelical. Todo era ella. Todo convergía en un mismo ser.

Y en el centro de todo, estaba él: Demyan.

Su amor, su fuerza, su razón.

La llegada al reino de la luz

Cuando aterrizó en los muros del reino de la luz, los guardianes abrieron paso con terror y asombro. El rey cargaba a la diosa angelical en sus brazos, y aunque su poder seguía vibrando como un trueno contenido, lo único que se veía en su rostro era miedo.

—¡Preparen las salas de curación! —ordenó con un rugido que resonó en cada rincón—. ¡Ahora!

La diosa de la guerra y Saimon corrieron hacia él, pero Demyan no soltó a Aria ni un segundo. Sus pasos firmes lo llevaron directo al corazón del palacio, como si temiera que el tiempo lo traicionara.

Ella, semiconsciente, alzó la vista una última vez hacia él.

En sus ojos se reflejó el fuego de lo que habían sido, de lo que aún eran, de lo que siempre serían.

Un amor sin lógica.

Un amor más fuerte que cualquier reino.

Y con ese pensamiento, sus párpados se cerraron.

Demyan sintió cómo el universo se detenía un instante, como si todo lo que había luchado dependiera del latido débil que aún palpitaba en el pecho de ella.

—Aria… —susurró, más un rezo que un llamado.

Porque aunque el mundo la viera como la diosa angelical, para él, siempre sería su Aria.



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En el texto hay: amor, amor ayuda esperanza

Editado: 03.11.2025

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