Purificar las cenizas
El aire en el palacio del Reino de la Luz estaba cargado de silencio y de cicatrices invisibles. Las paredes aún conservaban grietas, los corredores se sentían apagados, y aunque la calma había regresado, la huella de la batalla seguía marcada en cada rincón.
En una de las cámaras más resguardadas, Aria abrió los ojos por completo. La sensación de debilidad aún recorría su cuerpo, pero la luz en su mirada era más intensa que nunca. Respiraba lento, profundo, como alguien que ha vuelto de un viaje del que casi no regresa.
A su lado, Demyan la observaba sin apartar la vista, como si cada movimiento de ella pudiera desvanecerse en cualquier momento. Había pasado días sin dormir, cuidándola, sosteniéndola en su silencio. Y cuando sus ojos se encontraron, la calma que él buscaba finalmente llegó.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Demyan, su voz grave pero llena de ternura.
Aria cerró los ojos un instante y luego sonrió con suavidad.
—Despierta… y viva. Eso es suficiente.
Demyan apretó su mano con fuerza, como si esas palabras fueran más valiosas que cualquier victoria. Pero ella no terminó ahí. Se incorporó lentamente, con un esfuerzo que él notó de inmediato, y lo miró con un brillo nuevo en los ojos.
—Demyan… —murmuró—. Lo recuerdo todo. Lo que fui, lo que soy… y lo que vivimos. Siento no haberlo recordado desde el inicio, siento haberte hecho cargar solo con tanto dolor.
Él negó suavemente con la cabeza, acariciando con sus dedos la mano de ella.
—No me debes nada, Aria. Lo importante es que estás aquí.
Pero ella insistió, con la voz temblando entre fragilidad y firmeza:
—No voy a desaprovechar esta oportunidad. Si estoy viva… es porque aún tengo mucho que hacer. Quiero luchar, por nosotros, por todos los reinos, por lo que vale la pena.
Demyan la contempló en silencio, fascinado, como si la fuerza que ella mostraba lo atravesara hasta el alma.
Aria bajó la mirada, un destello de melancolía oscureció sus ojos.
—Cuando enfrenté a la magia antigua… pude ver a Hope. —Su voz se quebró apenas—. Vi su desespero, su tristeza, el odio que lo consumía. Pero detrás de todo eso… también sentí su amor.
Demyan frunció el ceño, tenso, pero no la interrumpió.
—Él amó, igual que yo… —continuó ella, con un hilo de voz—. Solo que su amor se convirtió en una obsesión maligna, porque la magia antigua lo tomó y lo retorció hasta hacerlo irreconocible. Hope fue esclavo de ese poder, y eso lo llevó a querer destruirlo todo.
Sus manos temblaron y Demyan se inclinó, tomándolas con firmeza para darle seguridad.
—Me dio lástima, Demyan —confesó ella, con lágrimas corriendo por su rostro—. Al final, no pude odiarlo. No pude verlo solo como enemigo. Por eso… lo purifiqué. No luché para matarlo, luché para darle descanso. Y cuando lo hice, todos sus recuerdos volvieron.
Demyan la escuchaba con atención, con un respeto profundo, como si cada palabra de ella fuera una revelación sagrada.
—Él siempre tuvo un plan, desde el inicio. Borró memorias, manipuló destinos, pero todo fue producto de las consecuencias de haber dejado que la magia oscura lo dominara. Y aunque fue terrible lo que causó… Hope fue también una víctima. Ahora, al menos, puede descansar en paz.
Un silencio cargado llenó la sala.
Demyan inclinó el rostro hacia ella, y sus ojos, usualmente fríos, brillaban con admiración y amor.
—Eres más fuerte de lo que jamás imaginé, Aria. No solo destruiste la magia antigua… también liberaste a un alma condenada.
Ella lo miró con tristeza y ternura a la vez.
—No sé si soy fuerte… Solo sé que no quiero más destrucción. No quiero que nadie más viva lo que yo viví.
Él acarició su mejilla con delicadeza, inclinándose lo suficiente para que su frente rozara la de ella.
—Ya pasó. —Su voz sonaba como un juramento—. La magia antigua se acabó. Y ahora… todo mejorará para todos.
Aria respiró hondo, recuperando un poco de firmeza. Sus ojos dorados se alzaron, decididos.
—No del todo. —Su voz se endureció, aunque aún se notaba la fatiga—. Los restos de la magia antigua siguen esparcidos. Puedo sentirlos… como brasas que se niegan a apagarse. Quiero purificarlos, Demyan. Quiero hacerlo en el Reino de la Luz.
Él la miró de golpe, su semblante tornándose oscuro, protector.
—No. —Su tono fue tajante, un filo de acero que no admitía réplica.
Aria lo sostuvo con la mirada, aunque temblaba.
—Demyan… si no lo hago, esas cenizas crecerán. Volverán, con otro rostro, con otro cuerpo. ¿Quieres que todo esto se repita?
Él cerró los ojos un instante, reprimiendo la furia que le provocaba la sola idea de verla arriesgarse otra vez. Luego habló con voz grave, cargada de un amor feroz:
—No lo acepto. Para purificar lo que queda necesitarás un poder inmenso. Y tú… aún no te has recuperado.
Ella bajó la cabeza, comprendiendo la verdad en sus palabras, pero sin renunciar a su convicción.
Demyan apretó sus manos con fuerza, su mirada clavada en la de ella, como un rey que protege lo que más ama en el mundo.
—No voy a permitir que vuelvas a sacrificarte. Si hay que acabar con esas cenizas, lo haré yo mismo.
Aria lo observó, conmovida, sintiendo el peso de su protección y su amor. Y aunque en su interior sabía que su destino estaba marcado, también entendía que, por primera vez, no estaba sola.
En esa habitación, entre heridas aún abiertas y promesas renovadas, la diosa angelical y el rey que la había amado contra toda lógica se miraban en silencio.
Ella, decidida a purificar lo que quedaba del mal.
Él, dispuesto a interponerse incluso en el destino mismo para protegerla.
Ambos sabían que el verdadero final aún no había llegado.
El pasado descansaba… pero el futuro todavía ardía.