La carta que cambió todo
Aria llevaba toda su vida en el orfanato. Las paredes blancas, las sonrisas amables de las cuidadoras y el eco constante de los demás niños habían sido todo lo que conocía. Nunca había tenido un hogar, y mucho menos alguien que la eligiera por algo especial.
Una mañana, mientras repartían correspondencia, llegó una carta diferente a las demás. Un sobre sellado con un emblema desconocido, dorado y resplandeciente, que parecía irradiar un calor leve al tocarlo.
“A la huérfana Aria…” comenzaba.
El corazón de Aria latió con fuerza. Sus dedos temblaban mientras abría el sobre y leía:
“Ha sido seleccionada para asistir a la Academia Zerathian, la institución más prestigiosa para aquellos humanos con sangre poderosa. Su destino es único, y su potencial podría cambiar el equilibrio entre mundos.”
Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Equilibrio entre mundos? ¿Sangre poderosa? Aunque no entendía del todo, una emoción desconocida la llenó de alegría y esperanza. Ese mismo día, con su pequeña maleta y el corazón latiéndole al límite, emprendió el viaje hacia lo desconocido.
Las hermanas del orfanato donde creció dudaron mucho en dejarla asistir pero sabían que Aria no tenía más que aspirar en este mundo, siempre deseo tener una familia, unos padres que la amaran incondicionalmente pero desafortunadamente nunca fue adoptada, pero con todo el dolor de su corazón aceptaron la idea de que experimentara algo más que estar en el orfanato.
Aria se despidió con mucho dolor pero una esperanza de algo nuevo está por venir, quizás se enfrente a nuevos obstáculos y logre ser alguien más que una huérfana que no tiene a nadie, quizás pueda cambiar vidas y ser alguien potencial.
Miedo terror y toda clase de sentimientos la abundaron pero con una sola decisión seguir y luchar por encontrarse a ella misma, así que con toda la buena vibra que siempre le acompañaba se fue a su destino con una gran esperanza de poder lograr cosas que jamás se imaginó.
Libertad.
La llegada a la academia
La escuela era colosal, un castillo moderno y antiguo a la vez, suspendido sobre colinas que desaparecían entre la niebla. Cuando Aria cruzó los portones, un grupo de instructores los esperaba, listos para comenzar el proceso de selección.
A todos los nuevos estudiantes les hicieron entregar un tubito de sangre. Aria se acercó nerviosa mientras un hombre de túnica oscura tomaba su muestra, explicando con voz grave:
—Esta sangre será analizada. Aquellos cuya energía latente sea compatible con el linaje Zerathian podrán avanzar y recibir el entrenamiento que determinará su futuro. No se preocupen, no duele.
Aria observó a su alrededor: chicos y chicas de distintas edades, todos con rostros emocionados o nerviosos, algunos incluso impresionados por la grandeza de la academia.
—Nuestra academia no es solo una escuela —continuó el hombre—. Aquí aprenderán sobre los reinos que existieron hace millones de años: el Reino de la Luz, el Reino de la Oscuridad y el ahora extinto Reino Angelical. Sus vidas están a punto de entrelazarse con secretos que muy pocos han conocido… y con un hombre que gobierna ambos reinos.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos estudiantes se miraron entre sí con asombro y temor.
—El Rey Demyan Zerathian —dijo el instructor, su voz cargada de respeto y temor—. Nadie ha visto su rostro completo. Nadie ha sobrevivido a tocarlo sin quedar marcado de por vida. Su poder es absoluto, y su presencia… inigualable.
Aria sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo. No sabía quién era este Rey, ni por qué debía importarle, pero algo en su interior reaccionó con una mezcla de miedo y curiosidad.
Mientras los estudiantes eran guiados por los pasillos y salas llenas de tecnología, magia y símbolos antiguos, Aria no podía quitar la vista de los grandes ventanales que dejaban ver la cumbre de la academia y, más allá, una extraña luz roja que parecía palpitar en la distancia. Sin saberlo, esa luz la llamaba.
Y aunque ese era solo el primer día, Aria sintió que su vida jamás volvería a ser la misma.