La luz que llama
Después de la explicación sobre los reinos y el Rey Demyan Zerathian, Aria no podía concentrarse en nada más. Cada palabra resonaba en su mente: un rey tan poderoso que nadie había sobrevivido a tocarlo… un linaje antiguo y secreto… y la promesa de que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.
La emoción y el nerviosismo la impulsaron a alejarse de los otros estudiantes durante un paseo supervisado por los jardines de la academia. Necesitaba pensar, caminar y respirar, sentir que sus pasos eran suyos, aunque fuera en un lugar que la asustaba y maravillaba a la vez.
Fue entonces cuando lo vio: una luz roja, distante, brillando suavemente entre los árboles y las rocas que bordeaban la colina más alta de la academia. Algo en su interior le dijo que debía acercarse, aunque no entendía el porqué. Era como si la luz la llamara.
Con cada paso, el aire parecía más pesado, y un calor extraño recorría su espalda. Sin darse cuenta, su corazón comenzó a latir más rápido, mezcla de miedo y fascinación. La luz se intensificaba a medida que subía por el sendero rocoso, hasta que frente a ella se alzaba una caverna sellada con un resplandor rojo intenso.
—No puedo… —murmuró para sí misma, sintiendo un impulso que no podía controlar.
Y sin saber cómo, dio un paso hacia adelante, y atravesó la barrera de luz roja. Un leve estremecimiento recorrió su cuerpo. “¿Cómo… es posible?”, pensó, pero no había tiempo para respuestas.
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El aire dentro de la cueva era denso, cargado de un calor sofocante que parecía nacer de las mismas piedras incandescentes. La luz roja, pulsante como un corazón vivo, bañaba las paredes en sombras deformes. Aria, sin entender cómo había podido atravesar ese resplandor imposible, avanzaba con pasos temblorosos.
Y entonces lo vio.
Un hombre colosal, encadenado por grilletes de fuego que parecían devorarle la piel. Sus cabellos oscuros caían desordenados sobre su frente, y sus ojos… oh, sus ojos eran abismos incandescentes, como brasas que la devoraban y rechazaban al mismo tiempo. Su presencia era tan aterradora que Aria sintió que el aire se arrancaba de sus pulmones.
Él la observó con incredulidad, luego con furia.
—¿Cómo… es posible? —rugió Demyan, la voz resonando como un trueno en la caverna—. ¿Una humana? ¿Una sucia y débil humana aquí?
Aria retrocedió, temblando, pero algo en su interior la anclaba allí. Una fuerza que no comprendía.
—Yo… no lo sé… —su voz era apenas un susurro—. Solo caminé y… atravesé la luz.
El rey encadenado tiró de sus grilletes con tal furia que las llamas que lo ataban se sacudieron como si el mundo mismo temblara. El suelo bajo los pies de Aria vibró, obligándola a cubrirse el rostro.
—¡Mentirosa! —escupió con furia—. Ningún ser de este mundo ni del otro puede romper el sello. ¡Ni siquiera los míos!
De pronto, las cadenas ardieron con mayor intensidad… y se quebraron. El sonido del metal fundiéndose retumbó en la cueva como un rugido. Aria abrió los ojos horrorizada: había liberado, sin saber cómo, al rey del linaje Zerathian.
Demyan dio un paso hacia ella, sus pies descalzos quemando la roca bajo sus pisadas. Su sombra la envolvió.
—Tú… me liberaste. —Su voz, aunque baja, tenía un filo mortal—. Y por ello… deberías pagar con tu vida.
En un parpadeo, levantó la mano, su palma envuelta en fuego oscuro. El aire mismo parecía cortarse con la fuerza de aquel ataque. Aria soltó un grito y trató de cubrirse, sabiendo que ese sería su final.
Pero cuando la llamarada la tocó, el fuego se desvió. Apenas la rozó en el brazo, dejando una marca ardiente y dolorosa que le arrancó un gemido. No fue mortal… pero el dolor era insoportable.
Demyan también se estremeció. Su propio brazo se agitó con la misma quemadura. Abrió los ojos con furia y desconcierto.
—¿Qué… has hecho? —gruñó, llevando su mano al mismo lugar donde ella tenía la herida—. Tu dolor… es mío.
Aria lo miró sin entender, con lágrimas en los ojos, apretando el brazo herido. El fuego aún palpitaba en su piel.
—¡No hice nada! —gritó entre sollozos—. ¡No entiendo!
El rey avanzó aún más, hasta que su aliento abrasador rozó su rostro. Sus ojos ardían con rabia y algo que ni él mismo podía definir. La tomó del cuello con fuerza, alzándola apenas del suelo.
Pero cuando apretó… sintió cómo la presión le quemaba a él también, en la misma garganta.
La soltó con un gruñido de ira, retrocediendo un paso.
Aria cayó de rodillas, tosiendo, temblando de miedo. Su cuerpo le exigía huir, y sin pensarlo más, se levantó como pudo y echó a correr hacia la salida de la cueva.
Demyan la observó escapar, sus labios curvándose en una mueca oscura. Cada latido que él sentía… resonaba con el de ella. Cada herida… lo alcanzaba.
Y por primera vez en siglos, el todopoderoso rey Zerathian… sintió miedo.
—Tú… serás mi maldición —susurró, mientras sus cadenas rotas se desvanecían en el aire.
Aria corría desesperada entre las sombras, con el corazón a punto de estallarle, sin saber que con cada paso estaba grabada ya en el destino del rey que acababa de liberar.