Ecos De Luz Y Sombras

Capítulo 5

El inicio del vínculo prohibido

El amanecer llegó, pero para el Rey Demyan la noche aún ardía en su mente.

Aún sentía el eco de aquel dolor. Aquel contacto en la cueva había traspasado su piel y se había anclado en su pecho como hierro candente. Cerró los puños sobre el trono, intentando sofocar la furia que le hervía en la sangre. ¿Era posible que todos los humanos sintieran eso al transformarse? No… lo que él había experimentado era distinto. No podía negarlo: ese lazo lo unía directamente a ella, a la muchacha de ojos enmielados que había osado tocarlo.

—Observala —ordenó en voz baja a uno de sus discípulos, un joven guerrero de su guardia más cercana, cuya lealtad era inquebrantable.

—¿Observar a quién, mi señor? —preguntó con reverencia, inclinando la cabeza.

—A la humana —su mirada se endureció, una chispa oscura brilló en su iris carmesí—. Vigila cada uno de sus pasos. Que nadie la toque, que nada la roce. Quiero saber si respira diferente, si sonríe o si llora. Todo.

El discípulo asintió sin cuestionar, aunque la orden era inusual. Ningún humano había merecido nunca tanta atención.

Poco después, Demyan caminó hacia la torre más alta del palacio, donde lo esperaba su hermana, la princesa Lythienne. Era la única que conocía la magnitud de la lucha interna que él libraba contra su sangre demoníaca.

—Hermano —susurró ella, al notar su semblante sombrío—. Anoche saliste demasiado pronto de la cueva. ¿Qué ocurrió?

Demyan apartó la mirada, sus labios tensos en un hilo.

—Algo pasó —respondió con voz grave—. Algo que no debería haber sucedido. Mi sangre… no la siento desbordarse como antes. Está contenida, sellada, como si alguien… o algo… hubiese puesto cadenas invisibles en mí.

—¿Qué insinúas? —Lythienne frunció el ceño, preocupada.

—Que esa humana… —murmuró él, dejando escapar un rugido bajo de frustración—. Esa humana tuvo algo que ver.

No dijo más. Se volvió con un movimiento brusco, la capa ondeando a su paso, decidido a encerrarse otra vez en la cueva, a comprobar si la calma en su sangre era real o una ilusión pasajera. Pero el pensamiento lo corroía: ¿Qué hizo esa mortal conmigo?

Mientras tanto, en la Academia, el ambiente hervía de tensión. Los recién llegados fueron convocados a una sala amplia y de mármol oscuro, con runas incandescentes brillando en el suelo. El aire estaba impregnado de un aroma metálico, como si la sangre misma impregnara las paredes.

Uno a uno, los humanos fueron llamados para la primera fase de la transformación. Aquellos que salían de la cámara tenían los ojos teñidos de un resplandor carmesí y el cuerpo tembloroso, pero firmes en la nueva lealtad que el juramento de sangre les imponía.

Las instrucciones eran claras:

—La primera fase —anunció un maestro de túnicas negras— consiste en la inyección de la sangre demoníaca, regalo de nuestro soberano, el Rey Demyan. A partir de hoy ya no son meros humanos. Sus fuerzas crecerán con cada luna. Aprenderán a destruir, a dominar el poder, y a servir con devoción absoluta a su señor.

El grupo retumbó con un juramento unísono, la sala vibrando con la energía oscura que los rodeaba.

Aria, sentada en silencio, trataba de mantener la calma. Su corazón golpeaba en su pecho como si fuera a escapar, pero en su rostro había una sonrisa serena, la máscara perfecta. Nadie debía sospechar lo que ella había vivido anoche, nadie debía notar el miedo que la consumía.

A su lado, una joven de cabello negro liso le dio un codazo con una sonrisa traviesa.

—Soy Saura, ¿y tú? —preguntó en voz baja.

—Aria —respondió ella, aliviada de escuchar un tono amistoso.

—Tranquila, no estamos solas en esto. Yo haré que sobrevivas, aunque sea a carcajadas —le guiñó un ojo.

Aria no pudo evitar soltar una risita nerviosa. Y al instante, otra voz se unió:

—Kael —dijo un joven de mirada curiosa, con un aire despreocupado y un atractivo natural que parecía iluminar la sala oscura—. Si sobrevivo, invito yo la primera copa en el comedor.

Ambos se convirtieron en un bálsamo inesperado para Aria, que siempre buscaba el lado positivo aunque el mundo a su alrededor se derrumbara.

Las horas avanzaron y finalmente, todos los transformados fueron reunidos en el patio central, un lugar magnífico con jardines encantados y estatuas que parecían cobrar vida bajo la luz de la luna. El reino era un espectáculo de magia viva: arroyos que flotaban en el aire como hilos de cristal, flores que susurraban al viento, y torres que parecían esculpidas en sombras y fuego.

Todos recibieron sus órdenes: la lealtad al rey, el entrenamiento inminente, y la promesa de que cada fase los acercaría más al poder.

Pero en la mente de Aria, una única imagen no la dejaba respirar: la del Rey Demyan en lo alto, su mirada fija en todos, pero en especial… en ella.

Y en ese cruce de miradas, el sello invisible entre ambos ardió de nuevo, como si el destino los hubiese encadenado para siempre.




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