Ecos De Luz Y Sombras

Capítulo 8

Vigilada por Sombras

La noche se había vuelto más densa de lo normal. El silencio en los pasillos del castillo era apenas interrumpido por los pasos apresurados del Rey, quien avanzaba con furia contenida hacia el consultorio de Hope. Nadie se atrevía a interponerse en su camino; todos los discípulos apartaban la mirada, reconociendo en él un dominio que esa noche era aún más peligroso que de costumbre.

Al abrir la puerta de golpe, el Rey encontró a Aria recostada inconsciente sobre una camilla, el cuerpo bañado en sudor, respirando entrecortado, como si su alma se hubiese consumido en aquel entrenamiento. Hope, el doctor mágico, estaba a su lado tomando notas y ajustando sellos de energía en sus muñecas.

La mirada del Rey ardía.

—¿Qué le has hecho? —tronó su voz, tan grave que el aire del consultorio pareció hacerse más pesado—. ¿Por qué entrenas a esta humana hasta tal punto… y en plena noche?

Hope alzó la vista sin inmutarse, aunque sabía perfectamente lo peligroso que era estar bajo el escrutinio de su soberano en ese estado.

—Majestad… cada humano reacciona distinto al proceso de evolución. La mayoría responde rápido, pero algunos requieren un tipo de entrenamiento distinto, paralelo al cotidiano. No es que ella sea débil… al contrario —se inclinó un poco hacia Aria—. Ella posee un espíritu singular. Su evolución será más lenta, pero también más profunda. Necesita otro tipo de guía.

El Rey apretó los puños. Su instinto lo empujaba a arrancar a Aria de ese lugar, a prohibir cualquier experimento. La idea de verla vulnerable lo corroía, y, peor aún, ese agotamiento no era solo de ella: lo había sentido en su propia sangre, cada dolor, cada límite que ella alcanzaba.

—No me convencen tus palabras, Hope. —Su tono fue frío, como una sentencia—. Pero te lo advierto: no permitiré que le ocurra nada. Ni una sola herida más que no pueda soportar. La tendrás bajo tu cuidado… pero si llega al límite, responderás ante mí.

Hope sostuvo su mirada, reconociendo que no era un simple interés del Rey en una humana cualquiera, pero sin revelar que intuía más de lo que debía.

—Lo entiendo, Majestad. Pero debe confiar en que sé lo que hago. Aria puede resistir más de lo que aparenta. Yo mismo me encargaré de vigilar que no se quiebre.

El Rey entrecerró los ojos, dudando, pero dio un paso atrás. Se volvió hacia la puerta y alzó la voz:

—¡Saimon!

De entre las sombras del pasillo apareció un hombre alto, de cabellos oscuros y mirada penetrante. Era el mejor guerrero del Rey, un discípulo cuya lealtad jamás había sido cuestionada.

—Aquí estoy, mi señor —dijo, arrodillándose.

—Tienes una misión que supera cualquier otra —la voz del Rey retumbó con autoridad—. Desde este momento vigilarás a Aria y al doctor Hope. Nadie debe sospecharlo. Quiero que observes todo lo que ocurre con su evolución. Si la llevan al límite, intervendrás. Nadie la tocará sin mi consentimiento, ¿entiendes?

Saimon inclinó la cabeza, con firmeza.

—Con mi vida la protegeré, Majestad.

El Rey lo observó unos segundos más, asegurándose de que entendía la gravedad de lo que le encomendaba. Entonces, sin mirar de nuevo a Hope, se dio la vuelta y abandonó el consultorio, dejando tras de sí un aire cargado de tensión.

Hope soltó un suspiro contenido y se acercó de nuevo a Aria. La tocó suavemente en la frente, como un padre que observa a un hijo.

—No sabes en lo que te estás convirtiendo, pequeña —murmuró para sí mismo—. Y aún menos, lo que significas para él.

Aria abrió apenas los ojos, aún débil, y vio el rostro del doctor, que, pese a sus facciones serias, mostraba cierta humanidad.

—¿Por qué… duele tanto? —susurró con voz quebrada.

Hope la cubrió con una manta ligera y le ofreció un tono calmado.

—Porque estás despertando algo que pocos soportarían. Pero confía en mí, Aria… yo te guiaré. No dejaré que te rompas.

Ella cerró los ojos de nuevo, confiada por primera vez en mucho tiempo. Mientras tanto, en algún punto oscuro del pasillo, Saimon observaba en silencio. La orden del Rey había sido clara: vigilar, proteger, y si era necesario, intervenir.

La red de sombras alrededor de Aria comenzaba a cerrarse.




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