La verdad oculta en la sangre
La sala donde el doctor Hope recibía a Aria estaba envuelta en un silencio solemne, apenas interrumpido por el crujir de las antorchas en las paredes de piedra. El aire olía a hierbas, a hierro y a pergamino viejo. Ella se sentó frente a él, con el corazón latiéndole desbocado, consciente de que aquella no sería una sesión cualquiera.
—Hoy iremos más profundo, Aria —murmuró Hope, con esa calma que la inquietaba—. Ya no podemos seguir ocultando lo que realmente eres… ni de dónde vienes.
Sin esperar respuesta, tomó una ampolla cristalina, llena de un líquido espeso que brillaba como oro líquido con destellos plateados.
—¿Qué es eso? —preguntó ella, con un nudo en la garganta.
—Sangre angelical. La misma que corre en tus venas, aunque aún lo ignores.
Antes de que pudiera procesarlo, la inyectó en su brazo. El ardor fue inmediato, un fuego abrasador recorriendo cada vena. Aria apretó los dientes, conteniendo un grito, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Pero tras el dolor vino algo distinto: una oleada de alivio, como si cada herida, cada grieta dentro de ella, estuviera siendo cerrada y renovada.
—Esto… —jadeó, llevándose la mano al pecho—. Esto se siente… como vida.
—Exacto —asintió Hope con gravedad—. Eres vida en su forma más pura. Lo que late en ti no pertenece a ningún reino de este mundo, sino a uno extinto: el Reino Angelical.
Aria lo miró, incrédula.
—Eso no puede ser… yo… yo no soy nada.
Hope se inclinó hacia ella, sus ojos ardiendo con una verdad prohibida.
—No te equivoques. Eres lo último de un linaje que todos creyeron destruido. Hace millones de años, un mal tan grande como el que ahora se despierta extinguió a los tuyos. Nadie sobrevivió… hasta ti. No sé cómo fue posible, pero lo cierto es que tu existencia es un milagro y, al mismo tiempo, una condena.
Aria sintió un escalofrío recorrerla, mezclado con un vértigo insoportable.
—¿Por qué no puedo decírselo al rey? —susurró, con un temor que la desbordaba.
Hope la miró con dureza.
—Porque si Demyan descubre que llevas sangre angelical… te usará como un arma, y cuando dejes de servir, te aniquilará sin dudar. El rey no protege, Aria, solo posee.
El silencio entre ellos fue como un abismo. Hope le entregó varios tomos antiguos, cubiertos de polvo.
—Aquí encontrarás respuestas sobre tu sangre. Léelos en secreto. Nadie debe saberlo. Ni él, ni tus amigos, ni siquiera tú deberías saberlo del todo…
Aria lo miró confundida, pero entonces vio cómo el doctor sacaba una esfera luminosa, un cristal grabado con símbolos arcanos.
—Por tu bien, borraré esta verdad de tu memoria. Cuando llegue mi muerte… estos recuerdos volverán a ti. Hasta entonces, vivirás con lo que implante en tu mente.
Ella quiso protestar, pero fue inútil: el hechizo la envolvió como un remolino de luz. Todo lo que había escuchado, toda la verdad sobre su linaje, se disolvió en la oscuridad. En su lugar, quedó un recuerdo nítido, falso pero convincente: que la sangre que llevaba en su interior provenía del rey, que sus fuerzas eran el resultado de la transformación incompleta que él le había otorgado.
Al regresar a su habitación, Demyan ya la esperaba. Sus ojos oscuros se clavaron en los de ella, como si intentara leer lo más profundo de su alma.
—No te esfuerces demasiado, Aria. Mejorarás poco a poco, pero lo primordial es que no sientas dolor. —Su voz fue extrañamente suave, casi preocupada.
Ella bajó la mirada, aún confusa, y murmuró:
—La sesión fue… bien.
El rey arqueó una ceja, notando la vacilación en su voz.
—¿Me ocultas algo?
Aria negó de inmediato, pero la tensión quedó flotando en el aire. Demyan la estudió, sintiendo algo extraño: por primera vez, el temor que ella solía mostrarle no era tan intenso como antes.
Y esa pequeña grieta, esa leve disminución en el miedo, lo perturbó más de lo que quiso admitir.
Porque si ella dejaba de temerle… significaba que lo sentía.
Y si lo sentía, él también lo sentía.