Ecos De Luz Y Sombras

Capítulo 15

El eco de un beso prohibido

Demyan no dijo una sola palabra cuando la condujo por pasillos que Aria jamás había visto. Sus pasos eran tan firmes y silenciosos que la tensión en su pecho se volvió insoportable. Algo en su interior le decía que aquel día no sería como los demás.

La puerta al final del corredor se abrió sola, revelando una sala inmensa, bañada por una luz dorada que parecía no provenir de ninguna antorcha ni lámpara. Era como si el aire mismo respirara magia. El suelo estaba cubierto de símbolos en espiral que palpitaban suavemente, y en las paredes flotaban cristales suspendidos, cada uno desprendiendo un susurro de melodías apenas audibles.

—Bienvenida a la Sala de las Esencias —dijo Demyan con voz grave—. Aquí no entrenarás con tu fuerza física, sino con tu espíritu.

Aria dio un paso tembloroso hacia el centro. El ambiente era tan cálido que sintió una calma extraña recorrer su cuerpo, como si aquella sala quisiera abrazarla.

Demyan se colocó frente a ella, tan cerca que podía escuchar el ritmo de su respiración.

—Cierra los ojos. —Su orden fue suave, pero cargada de poder.

Cuando Aria obedeció, una oleada de energía le recorrió las venas. De repente, cada emoción que había intentado ocultar se abrió como un río desbordado: su miedo, su deseo de libertad, la tristeza acumulada en semanas de encierro… y también un destello de esperanza.

Demyan lo sintió todo. Cada fibra de su cuerpo ardía con aquello que no le pertenecía, y sin embargo lo estaba consumiendo.

—Contrólalo… no lo ocultes, domínalo. —Su voz resonaba dentro de ella, como si no hablara solo con palabras sino con el vínculo que los unía.

Aria, desesperada por mantener el control, extendió las manos. Una corriente de luz blanca brotó de su piel, danzando en círculos que se elevaban hacia el techo. La sala respondió, amplificando su esencia hasta cubrirlos a ambos en una cúpula de magia.

—Eres fuerte, aunque no lo creas. —Demyan la observaba con intensidad inhumana. Cada vibración de ella lo atravesaba. Cada emoción la vivía como propia. Y, por primera vez en siglos, no sabía si lo que palpitaba en su pecho era el eco de Aria… o suyo.

El vínculo se tensó como una cuerda a punto de romperse. En un instante fugaz, sin pensar, Aria alzó la mirada y Demyan la sostuvo con la suya. No hubo premeditación, no hubo razón… solo un impulso.

Sus labios se encontraron.

El beso fue breve, inocente y devastador. Un chispazo de calor recorrió sus cuerpos, tan puro que los dejó suspendidos en un segundo eterno. Aria sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies; Demyan, que la maldición que lo encadenaba se quebraba apenas un suspiro.

Pero tan pronto como ocurrió, ambos se separaron bruscamente, respirando agitadamente, como si hubieran cometido el más imperdonable de los pecados.

—Esto… —murmuró Demyan, pasándose la mano por los labios como si buscara borrar el recuerdo— no debió suceder.

Aria apartó la mirada, con las mejillas ardiendo.

—Lo sé…

El silencio se volvió insoportable. Ninguno de los dos supo si lo que había estallado entre ellos era un reflejo del vínculo… o un sentimiento verdadero.

Demyan dio un paso atrás, tratando de recobrar su máscara fría. Pero la contradicción lo devoraba: ¿era él sintiendo, o era ella dentro de él?

Antes de que pudieran decir algo más, la sala tembló. Una puerta lateral se abrió con estrépito, y de entre la luz emergió una figura que hizo que hasta el rey endureciera la mirada.

Era alta, imponente, con una armadura bañada en fuego y una corona de acero sobre el cabello oscuro. Sus ojos brillaban con la furia de mil batallas.

—Hermano —su voz era un trueno que reverberó en la sala—. Veo que por fin has dejado que el destino te alcance.

Aria la miró boquiabierta, incapaz de moverse.

Demyan frunció el ceño.

—Hermana…

Ante Aria se alzaba la diosa guerrera, la única que podía desafiar incluso al rey.




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