El vínculo imposible
La noche se cernía sobre el castillo como un manto de presagios. El aire estaba impregnado de una tensión diferente, como si hasta las sombras esperaran con ansias el encuentro.
Aria aún sentía en la piel la calidez de aquel beso fugaz con Demyan, ese instante robado que ninguno de los dos había querido reconocer. El Rey permanecía distante, pero su mirada la perseguía como una marca invisible. Sin embargo, esa noche algo distinto aguardaba.
Una mujer de porte imponente irrumpió en el salón de entrenamiento: alta, de cabellos oscuros que caían como una cascada metálica, ojos que ardían con un fulgor divino y una armadura que parecía forjada por las estrellas. Era la diosa guerrera, la hermana de Demyan.
Sus pasos resonaron como un juicio.
—Así que tú eres Aria… —su voz se deslizó como acero frío, recorriendo cada fibra de la humana—. La que aún no ha completado la transformación. Qué inusual… demasiado inusual.
Aria no supo qué responder; aquella mujer la observaba como si pudiera desmenuzarla desde adentro.
—¿Qué es lo que sientes, hermana? —preguntó Demyan, aunque en sus ojos se vislumbraba que temía la respuesta.
La diosa sonrió con ironía.
—Que entre tú y ella hay algo que no debería existir. Un lazo. Y voy a probar hasta dónde llega tu control, hermano.
Sin esperar más, su lanza de energía se materializó en sus manos. El choque fue inmediato: el estruendo de los dos poderes hizo temblar las murallas, y Demyan, con un destello oscuro, arrastró la batalla fuera del castillo.
Aria los siguió hasta el bosque profundo, donde la noche parecía observar con miles de ojos. El lugar era seguro para una confrontación de dioses.
El aire se desgarraba cada vez que los hermanos chocaban. Cada golpe liberaba ondas de energía que iluminaban el bosque como relámpagos. La diosa guerrera era feroz, pero Demyan dominaba con la fuerza oscura y majestuosa que lo hacía Rey.
Aria, escondida tras un tronco, apenas podía respirar. Su corazón palpitaba con un anhelo extraño: quería ese poder, quería esa fuerza… quería dejar de depender de alguien más.
De pronto, una grieta se abrió en la oscuridad: una sombra oscura emergió, retorciéndose como humo vivo, y se abalanzó sobre la diosa guerrera. La poseyó con violencia, forzando su cuerpo a atacar incluso a su hermano.
—¡No, aléjate! —gritó Demyan, cuando la lanza de su hermana, dominada por la sombra, apuntó directo a Aria.
Pero fue entonces que ocurrió lo imposible.
Aria, sin pensar, extendió sus manos. Algo la guió más allá de la lógica: una energía cálida, blanca y dorada, salió de ella, envolviendo a la diosa. La sombra chilló, resistiéndose, pero se desvaneció bajo la luz purificadora.
El bosque quedó en silencio.
Demyan retrocedió un paso, impactado. Esa magia… no era humana, no era de un súbdito transformado. Era angelical.
—No… —murmuró, sin poder creerlo—. Esa sangre… extinguida hace milenios.
La herida en el costado de Aria ardía como fuego líquido, y aunque no era profunda, la hizo tambalearse. Demyan la sostuvo con una rapidez felina, su mirada oscura cargada de una furia que no mostraba hacia nadie más.
—¡Aria! —su voz tembló, quebrando el tono implacable del rey que todos conocían.
Pero cuando sus ojos se encontraron con los de su hermana, la diosa guerrera, Demyan se dio cuenta de algo imposible: el mismo hilo carmesí manchaba su costado izquierdo, justo donde Aria sangraba. La diosa presionó la herida con la mano y retrocedió, sorprendida.
—Esto… no es posible. —Su respiración se aceleró, y sus ojos se clavaron en su hermano, incrédulos—. Ustedes… están conectados.
Aria alzó la mirada débilmente, sin comprender del todo lo que ocurría, mientras Demyan fruncía el ceño, como si quisiera negar lo evidente.
—No digas tonterías.
Pero la diosa guerrera avanzó con firmeza, y el brillo de sus pupilas reflejó la verdad.
—¡Lo siento! —exclamó con una mezcla de asombro y enojo—. Ahora entiendo por qué la proteges con esa desesperación, Demyan. No es simple terquedad, ni capricho… ¡Es porque su vida está ligada a la tuya!
El silencio cayó como un peso insoportable. Las hojas del bosque parecían contener la respiración, y hasta la magia en el aire se replegó.
El rey apretó los dientes, sujetando a Aria con más fuerza, como si quisiera arrancarla del juicio de su hermana.
—No entiendes lo que dices —murmuró, pero su voz carecía de convicción.
La diosa entrecerró los ojos, impresionada al ver por primera vez a su hermano vulnerable. Nunca imaginó que el implacable Rey de las Sombras, marcado por una maldición que lo condenaba a no sentir, pudiera doblegarse así… por una simple humana.
O quizás no tan simple.
—Entonces… —susurró con una mezcla de respeto y temor— ella es el vínculo que tu destino eligió. La razón por la que incluso tu maldición está cambiando.
Demyan guardó silencio, mientras Aria, confusa, apenas alcanzaba a comprender el peso de esas palabras.