El despertar del poder
La luz del amanecer apenas atravesaba los ventanales de la habitación cuando Aria despertó, lentamente, sintiendo un leve ardor recorriendo sus venas. No era dolor ni placer exacto, sino algo distinto, un cosquilleo que le recordaba que dentro de ella algo se había despertado. Cada respiración era un recordatorio de que algo no era común en su interior. Todavía no comprendía qué era, ni quién era realmente, ni la magnitud de su poder; solo sabía que lo que había ocurrido días atrás con la sombra oscura y su intervención no era algo normal.
Demyan estaba allí, observándola desde la penumbra. Sus ojos, implacables como siempre, reflejaban preocupación y curiosidad. Ahora, más que nunca, parecía que cada sensación de Aria, por pequeña que fuera, él la percibía con intensidad.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con su tono firme, aunque esta vez había un matiz diferente, más atento.
Aria intentó sonreír, pero la duda permanecía: —Extraña… no sé cómo explicarlo. Siento que algo dentro de mí cambió, pero no sé qué es.
Demyan asintió, sin decir más, y tomó su mano. Era un gesto simple, pero su conexión iba más allá de lo físico: cada estremecimiento de Aria, cada emoción contenida, él la sentía, y sin comprender completamente cómo, compartía su energía con ella.
—Debemos entrenar —dijo—. Esta vez será distinto. No solo entrenarás tu cuerpo, sino tu espíritu. Cada miedo, cada emoción, cada alegría que sientas, yo lo percibiré. Y si pierdes el control, lo sentiré contigo. —Su voz era autoritaria, pero había algo cercano, íntimo, que la dejó helada y fascinada.
El entrenamiento se trasladó a la sala secreta, un espacio mágico donde la luz danzaba sobre los elementos flotantes. Allí, Aria comenzó a percibir que, aunque su fuerza física no se comparaba con la de los demás, había algo distinto en su interior: un poder inconsciente que la impulsaba, que no podía controlar, pero que reaccionaba ante las emociones de otros y las de Demyan. Cada golpe recibido durante los ejercicios no solo la afectaba a ella: sentía, de manera difusa, que el rey también percibía algo de su energía, aunque no entendía cómo.
—Esto… no es normal —susurró Aria, mientras intentaba mantenerse firme durante el entrenamiento.
—No lo es —respondió Demyan, sin apartar la mirada—. Pero no debes temerlo. Mientras estés bajo mi protección, nadie podrá tocarte.
Durante los días siguientes, Aria continuó su entrenamiento, cada vez más consciente de que su fuerza no era comparable con la de los demás, pero que algo profundo y distinto residía en ella. La sangre angelical que corría por sus venas aún era un misterio para ella; no sabía de dónde venía ni el alcance de su poder. Sin embargo, sabía que los eventos recientes no eran comunes y que, aunque Demyan no le contaba todo, él sentía la misma conexión que ella, y eso hacía que cada movimiento, cada golpe y cada sesión de entrenamiento fueran intensamente compartidos.
Mientras tanto, Demyan dedicaba largas horas a investigar la historia de la sangre angelical, consultando antiguos tomos y magia prohibida, tratando de comprender la magnitud del poder que ahora habitaba en Aria. Su hermana, la diosa guerrera, permanecía cerca, observando con cautela, notando que la humana despertaba algo en su hermano que nadie más podía tocar ni entender.
Finalmente, llegó la noticia que todos esperaban: un comunicado convocaba a los estudiantes y miembros de ambos reinos a una ceremonia de integración, un baile elegante que marcaría la graduación y definiría dónde pertenecerían, al reino de la luz o al reino de la oscuridad. Aria, aunque aún no comprendía su propio poder, se reunió con Saura, Kael y los demás. Sus amigos la miraban sorprendidos: parecía más fuerte, más segura, aunque todavía inconsciente de la verdadera magnitud de su sangre angelical.
—Pensé… que el Rey te había… —susurró Kael, con asombro.
—Solo me ha mantenido bajo su protección —respondió Aria, con una sonrisa leve, intentando ocultar el tumulto de emociones que sentía—. Soy una más de los suyos.
Demyan permaneció cerca, su presencia firme y posesiva, un recordatorio de que ella no estaría sola, y que cualquier peligro que intentara tocarla primero sentiría su fuerza. Su hermana, la diosa guerrera, observaba en silencio, impresionada por la conexión entre ellos, percibiendo que había algo extraordinario en la humana que su hermano protegía con tal intensidad.
Aria respiró hondo, consciente de que estaba en el centro de algo mucho más grande que ella misma, que su poder aún estaba dormido, pero que pronto tendría que enfrentarlo, mientras la ceremonia de integración prometía marcar un nuevo capítulo en su vida y en el de los reinos.