Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 1

El susurro en la oscuridad

La oscuridad se abría paso como un océano interminable.

Aria corría entre ruinas blancas, con alas carbonizadas esparcidas a su alrededor. Voces rotas la perseguían, un eco de cánticos antiguos que desgarraba el aire. Y entonces, entre el caos, la escuchó:

“Eres la luz que romperá la corona de sombras… o la que se consumirá en ella.”

Miró sus manos: no eran humanas. Estaban cubiertas de un resplandor dorado, pero atravesadas por vetas de sangre oscura. Una figura emergió entre las ruinas: alta, coronada, hecha de ceniza. El Rey… y no lo era.

Cuando extendió su mano hacia ella, el suelo se abrió bajo sus pies.

Aria despertó con un grito ahogado, el pecho ardiendo, la piel perlada de sudor. El silencio de la habitación era sofocante. Sin poder volver a dormir, se levantó y caminó por los pasillos en penumbra del castillo, donde las antorchas parecían más débiles de lo habitual.

El eco de sus pasos fue interrumpido por un estremecimiento: no estaba sola.

Algo se movió en la oscuridad, demasiado rápido, demasiado silencioso.

De pronto, una sombra emergió del vacío y se abalanzó sobre ella.

No con la intención de matarla, sino como si la estuviera midiendo. Probando su resistencia. Sus movimientos eran fluidos, afilados, casi imposibles de seguir.

Aria retrocedió, el corazón golpeándole las costillas, y cuando la criatura extendió una garra hacia su pecho, alcanzó a esquivarla, pero no del todo: una cortada leve y ardiente surcó su brazo.

El dolor la sacudió, y sin pensarlo, de sus manos brotó una chispa cegadora, un destello angelical que no sabía que poseía. La sombra se detuvo, estremecida por aquella luz que la hirió, retrocediendo como un animal marcado por el fuego.

—¿Qué… hice? —susurró Aria, temblando.

Pero no tuvo tiempo de procesarlo.

El aire cambió. Una presión oscura descendió sobre el pasillo, densa, sofocante. El Rey Demyan apareció.

Sus ojos eran dos brasas encendidos, su furia contenida apenas bajo una máscara de control. El suelo pareció crujir bajo sus pasos cuando su presencia llenó cada rincón.

La sombra intentó huir, pero no tuvo oportunidad. Con un simple gesto de su mano, el Rey la desgarró en silencio, consumiéndola en un torbellino de oscuridad que desapareció como humo.

La mirada que dirigió después fue más letal que cualquier filo.

—¿Quién se atrevió…? —su voz era baja, peligrosa, y no miraba a la sombra extinguida, sino a Aria.

Entonces, de pronto, su furia se desvió hacia ella.

La tomó del brazo herido, con tanta fuerza que ella ahogó un gemido. Su mirada descendió al corte fresco en la piel… y Aria lo vio: el mismo corte sangraba en el brazo de Demyan.

Ella se quedó sin aliento.

—Estás… conectado a mí —murmuró con incredulidad aun sin poder créelo del todo.

La mandíbula de Demyan se tensó, como si esa verdad lo enfureciera más.

—No vuelvas a salir sin mi autorización —rugió, su voz cargada de amenaza y desesperación—. No debes escapar. No debes salir de mi vista, ¿entiendes?

Aria lo miró, confundida entre miedo y algo más profundo: preocupación por él.

Si ella era herida, él también lo sería. Y por primera vez comprendió que aquel vínculo no era solo una cadena, sino un peligro real para ambos.

—Yo… solo quería tomar aire —dijo ella con voz trémula—. No era mi intención que pasara algo.

El Rey la sostuvo contra la pared del pasillo, inclinado hacia ella, su furia mezclada con un destello oscuro de vulnerabilidad.

—Tú no entiendes lo que significas —susurró con rabia contenida—. Nadie toca lo que es mío. Nadie te hiere… sin que me hiera también a mí.

Aria tragó saliva, con el corazón desbocado. Por primera vez no solo temía por sí misma, sino por él.

El silencio que siguió se llenó de una tensión espesa, peligrosa y ardiente, como si ese corte compartido hubiera sellado algo que ninguno de los dos podía negar.




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