Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 2

La Sala Espiritual

El silencio en el castillo era casi sofocante. Tras la discusión con Demyan, Aria había aceptado entrenar con el doctor Hope, aunque una parte de ella temía dejarlo. El vínculo con el rey ardía en lo profundo de su pecho como una cadena invisible: ambos lo sentían, ambos lo sabían. Si algo llegaba a tocarla, Demyan lo percibiría, y nadie saldría vivo de esa osadía.

Aun así, Demyan la dejó ir, aunque con la furia contenida en sus ojos oscuros.

La Sala Espiritual se alzaba en la parte más profunda del instituto: un círculo amplio de mármol pálido, con símbolos arcanos grabados en el suelo. Cristales suspendidos flotaban en el aire, pulsando con una luz suave, y el ambiente olía a incienso y hierro antiguo.

El doctor Hope ya la esperaba, con su túnica blanca marcada por runas doradas, sosteniendo un báculo de madera oscura que parecía latir como si tuviera vida propia.

—Aria —dijo con voz grave—. Hoy no aprenderás a luchar. Hoy aprenderás a existir como lo que realmente eres.

Ella lo miró, confundida.

—¿Lo que soy? Soy… humana.

Hope esbozó una sonrisa amarga.

—Ese es tu mayor error. No tienes nada de humano en la sangre.

Aria sintió un escalofrío.

—¿Qué significa eso?

Hope caminó en círculos alrededor de ella, como un depredador que analiza a su presa.

—Tu linaje… es angelical. Eso no debería ser posible. —Su voz vibraba con un tono entre fascinación y temor—. El linaje angelical fue extinguido hace siglos por una magia oscura que absorbió su poder sanguíneo. Fueron los únicos capaces de destruir a las sombras, pero su victoria fue también su condena. Se sacrificaron a sí mismos… desaparecieron del mundo.

Aria lo escuchaba con los ojos muy abiertos, luchando contra la incredulidad.

—Entonces, ¿cómo… existo yo? —susurró.

Hope se detuvo frente a ella, clavando sus ojos en los de la joven.

—Ese es el misterio. Tu sola existencia contradice la historia. Eres una anomalía… o quizás la respuesta que siempre temimos.

El aire vibró en la sala. Aria sintió que su pecho ardía, como si algo dormido intentara despertar. Sus manos comenzaron a brillar levemente con un resplandor dorado, cálido pero incontrolable.

—¡Concéntrate! —ordenó Hope, acercándose y colocando sus manos sobre sus hombros—. Ese poder dentro de ti es más antiguo que las sombras, más fuerte que la sangre oscura que maldijo al rey Demyan. Pero… —su voz bajó a un susurro— si no despiertas ese poder de forma correcta, te destruirá. O peor… te extinguirá.

La luz en el pecho de Aria se intensificó, proyectando una ráfaga dorada que iluminó la sala. Hope retrocedió, deslumbrado.

—¡Basta! ¡Detente!

Ella jadeaba, intentando controlar lo que brotaba de su ser. La luz se expandió por unos segundos, como alas invisibles desplegándose detrás de ella… y luego, de golpe, se extinguió.

Aria cayó de rodillas, agotada.

—¿Qué fue eso?

Hope respiró hondo, intentando calmar el temblor de sus propias manos.

—El eco de lo que realmente eres… Hija de un linaje perdido. Si descubres lo que te bloquea, si rompes esa barrera, nadie podrá detenerte. Pero hasta entonces… —se inclinó hacia ella— nadie debe saber esto. Nadie. Ni siquiera el rey.

Aria lo miró con dudas, su intuición encendiendo alarmas. Algo en las palabras del doctor no cuadraba del todo. Había medias verdades, quizás mentiras disfrazadas. Aun así, una fuerza interna le susurraba que debía confiar… aunque algo dentro gritaba que estaba en peligro.

Hope levantó su báculo, y su voz se tornó fría.

—Lo siento, Aria. Por tu seguridad… no recordarás nada de esto.

—¿Qué? —Aria abrió los ojos aterrada—. ¡No! ¡No me quites esto!

Pero antes de poder resistirse, el báculo brilló con una luz blanca que cubrió toda la sala. Aria sintió que sus recuerdos eran arrancados, diluidos como humo en el viento. Las palabras de Hope se grabaron en lo profundo de su mente, como un eco inquebrantable:

“Solo recordarás cuando yo muera.”

Sus ojos se cerraron, y cayó inconsciente.

Hope la sostuvo en brazos, con una mezcla de compasión y culpa en su rostro.

—Perdóname, niña. Si supieras la verdad… morirías antes de tiempo.

En ese instante, un estruendo sacudió los muros del instituto. La sala tembló violentamente, y las luces de los cristales se apagaron una tras otra.

Un rugido profundo, inhumano, atravesó los pasillos, seguido de los gritos desgarradores de estudiantes y soldados. El aire se impregnó de un hedor a humo y hierro quemado.

El doctor Hope giró la cabeza hacia la salida. Su mirada se oscureció.

—Ya vienen…

Con un movimiento rápido, cargó a Aria y la llevó hacia la salida. Afuera, el caos reinaba: llamas, cuerpos caídos, y una sombra gigantesca avanzando con furia, devorando todo a su paso.




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