Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 3

Sombras entre ruinas

El estruendo que sacudió los muros del Instituto no fue un simple accidente: fue el rugido de algo antiguo y hambriento. Aria apenas había salido de la sala espiritual cuando la tierra vibró bajo sus pies. Un aire helado recorrió los pasillos, trayendo consigo un olor a hierro y cenizas.

—No puede ser… —susurró el doctor Hope, con el rostro desencajado—. Llegaron antes de lo que esperaba.

De pronto, un estrépito retumbó en el techo y las luces estallaron en chispas. Un grito desgarrador se escuchó a lo lejos: las sombras habían irrumpido. No eran como los “prowie” comunes, estas criaturas eran formas espectrales de oscuridad viva, con garras negras que desgarraban carne y piedra con la misma facilidad.

Aria apenas reaccionó cuando Hope la tomó del brazo.

—¡Corre! —ordenó él, empujándola hacia la sala de entrenamiento.

Los corredores ardían con fuego mágico y humo; estudiantes y guerreros caían bajo la marea oscura. La escena era un infierno. El corazón de Aria latía a mil, su cuerpo temblaba, pero una corriente de energía dorada palpitaba en su pecho: el poder que aún no comprendía intentaba despertar.

En la sala de entrenamiento encontró a Kael y Saura. Ambos estaban rodeados de heridos, intentando contenerlos mientras repelían a las criaturas con pura fuerza. Kael destrozaba a cada sombra con sus manos ensangrentadas, y Saura conjuraba barreras físicas con objetos improvisados, lanzándose como escudo humano frente a los demás.

—¡Aria! —gritó Saura, jadeando, con la ropa rasgada—. ¡Ayúdanos a mover a los heridos!

Ella corrió, cargando cuerpos y vendando heridas con torpeza, cada golpe y cada caída en los pasillos hacía que sintiera un dolor punzante en el pecho. Demyan lo estaba sintiendo también, al otro lado del vínculo. En el silencio de su mente, él luchaba por contener la furia, controlando el instinto de materializarse allí de inmediato.

De repente, un rugido desgarrador envolvió la sala. Una sombra gigantesca, más oscura que las demás, emergió entre los muros derrumbados. Sus ojos eran dos brasas rojas y su cuerpo parecía formado de humo sólido y relámpagos negros.

—¡Todos atrás! —rugió Hope, alzando un bastón que emanaba luz azul.

El choque fue brutal. El bastón brilló, expulsando a varias sombras, pero la criatura principal no retrocedió. Su garra atravesó la defensa y lanzó a Hope contra una columna, haciéndola estallar en pedazos.

—¡Doctor! —gritó Aria, corriendo hacia él, pero Kael la detuvo.

—¡No! ¡Quédate conmigo! —gruñó, interponiéndose entre ella y el monstruo.

La sala se llenó de gritos y polvo, los combatientes caían uno tras otro. Saura intentaba cubrir a todos con un escudo improvisado, pero estaba al límite. Aria sintió un ardor insoportable en el pecho, una luz dorada que pedía salir, pero algo dentro de ella la bloqueaba.

—¡Aria, atrás! —bramó Kael, y en ese instante, la garra de la sombra descendió sobre ella.

Kael no dudó. Se lanzó, interponiéndose en un movimiento desesperado. El golpe lo atravesó de lado a lado, un chorro de sangre manchó el suelo mientras su cuerpo quedaba colgado de las garras negras.

—¡KAEL! —el grito de Aria desgarró el aire.

El vínculo se encendió como fuego líquido. Demyan sintió el dolor, la rabia, el miedo de ella. Su control se quebró.

En un parpadeo, una ráfaga oscura barrió la sala, haciendo temblar todo el Instituto. El aire se volvió denso, la temperatura descendió, y la sombra que había atravesado a Kael fue tomada por una fuerza que ninguno comprendía.

Demyan apareció, envuelto en un torbellino de energía negra que devoraba incluso la luz. Sus ojos eran brasas heladas y su sola presencia paralizó a las sombras restantes.

—Nadie… toca lo que es mío. —Su voz retumbó como un trueno.

Con un gesto, desgarró a la sombra en dos, reduciéndola a cenizas que se consumieron en el aire. El resto de criaturas chillaron y huyeron, desintegrándose antes de enfrentar su furia.

El silencio fue sepulcral. Solo el jadeo de Saura y el llanto ahogado de Aria llenaban la sala. Ella estaba de rodillas, con el cuerpo de Kael en brazos, manchada de sangre, temblando entre dolor y rabia.

Demyan se acercó, su mirada gélida fija en ella. Vio sus heridas, los pequeños golpes que ardían en su piel, los mismos que él sentía como si fueran propios. Por primera vez, dejó ver una grieta en su máscara de acero: una furia salvaje por no haber llegado antes.

Aria alzó la mirada hacia él, con lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos. El caos había dejado una marca imposible de borrar.

Y en lo más profundo, un murmullo dorado vibraba dentro de su pecho: su poder seguía queriendo despertar.




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