Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 9

El Umbral del Inframundo

El aire se volvió más denso conforme la balsa se detuvo frente a la entrada del Inframundo. Un arco colosal de roca negra, cubierta de grietas rojas que latían como venas, se alzaba ante ellos. De sus profundidades emergía una bruma tan espesa que parecía tener vida propia, y cada soplo de ella acariciaba la piel como garras invisibles.

Aria dio un paso en falso. Su pecho se comprimía, como si su alma fuera arrancada en cada respiración. Los lamentos, las voces, los gritos que resonaban dentro del humo se le clavaban en la mente. Pero, contra todo pronóstico, algo dentro de ella la obligaba a mantenerse en pie, incluso cuando su cuerpo parecía rendirse.

Demyan la observaba con detenimiento. Podía sentir cómo la energía maldita del Inframundo la desgarraba por dentro, y sin embargo, allí estaba ella, enderezando los hombros, aferrándose a cada bocanada de aire como si su voluntad fuera más fuerte que la propia condena.

“Ella debería estar rota… ¿por qué se levanta otra vez?”, pensó con un fulgor extraño en sus ojos rojos. Y aunque su pecho ardía con un dolor agudo al sentir su agonía a través del vínculo, también se sorprendía de cómo su propia fuerza parecía responder a la de ella.

Entonces, de entre las sombras, un ser arrastró sus cadenas hacia ellos. Un repudiado, distinto a los que habían visto antes: alto, encorvado, con la piel marchita pegada a los huesos y un par de cuencas vacías en lugar de ojos. Su boca, cosida con alambres oxidados, se abrió de manera antinatural al romperse las costuras, dejando escapar un rugido cavernoso.

La criatura se inclinó hacia Aria, ignorando a los demás. Su voz, distorsionada, estalló dentro de sus cabezas:

¡Diferente…! —rugió, haciendo temblar las piedras del lugar—. Por ella llego… por ella me voy…

La frase rebotó en los oídos de Aria como si estuviera tallada con cuchillas. El eco de esas palabras la hizo tambalear, llevándose las manos a la cabeza. La sombra extendió un brazo hacia ella, como si quisiera arrancarla de los demás.

Demyan reaccionó, interponiéndose con un aura oscura que envolvió sus manos en fuego negro.

—Aléjate de ella… o te extinguiré —gruñó, con una rabia contenida.

El repudiado se detuvo, pero no retrocedió. En cambio, lanzó una risa seca, quebrada, antes de fundirse en la bruma como si nunca hubiese existido.

El silencio que quedó fue aún más pesado.

Aria respiraba agitadamente, su corazón golpeando contra sus costillas. Demyan la miró de frente, más serio que nunca.

—Ese ser vio algo en ti… algo que ni siquiera tú conoces aún. —Sus palabras eran graves, con un tono que rara vez dejaba escapar—. Y si lo que sospecho es cierto, tú eres la clave de todo este viaje.

Aria levantó los ojos, temblando pero firme.

—Yo no pedí ser nada… no pedí este dolor.

Demyan la sostuvo con la mirada, y por un instante, la dureza de su rostro se quebró.

—Lo sé… —susurró, casi como una confesión—. Y es eso lo que me rompe. Sentir cada grito dentro de ti, cada herida… y aún así verte levantarte. No entiendo cómo lo haces, Aria, pero cada vez que caes… yo también caigo contigo.

Las palabras lo atormentaban. Su vínculo con ella era un filo de doble cara: lo fortalecía y lo destruía al mismo tiempo.

Antes de que Aria pudiera responder, un estruendo resonó en lo más profundo del Inframundo. Una voz grave, dominante, salió de entre la bruma, haciendo vibrar las entrañas de todos:

Se atreven a cruzar mi frontera… y lo hacen con ella.

El suelo tembló. Una figura gigantesca comenzó a emerger del humo, su silueta descomunal, sus ojos como brasas ardientes.

Leona apretó los dientes.

—Es él… el guardián de la entrada.

Saimon desenvainó su espada, con los músculos tensos.

Y Demyan, aunque firme, apretó la mandíbula, porque esa voz reconocía la presencia de Aria… como si supiera exactamente lo que ella significaba en ese lugar prohibido.




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