Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 10

Los Espejos del Alma

El eco de aquella voz dominante retumbó como un rugido ancestral, desgarrando el aire del inframundo. La tierra tembló y una sombra líquida se expandió bajo sus pies, envolviéndolos como un torbellino. En un instante, cada uno fue arrastrado hacia un rincón distinto, separado, aislado en un abismo de tinieblas que parecía latir con vida propia.

Leona sintió cadenas invisibles que le recordaban su infancia de soledad en esas tierras malditas. Saimon vio frente a él a espectros que lo acusaban de traidor, criaturas con los rostros de todos los que había dejado atrás. Pero Aria… Aria fue la más afectada.

Ella despertó en un lugar sin cielo ni suelo, un círculo infinito de espejos. Reflejos deformes de sí misma la observaban: uno lloraba sangre, otro gritaba con la boca abierta como si estuviera ardiendo, otro reía con locura, otro se desvanecía en cenizas. Cada imagen era una versión de ella misma muriendo de una manera diferente.

Aria retrocedió, pero el cristal no cedía. Estaba atrapada.

El aire se volvió más denso, como si intentara arrancarle el alma.

Entonces, una voz demoniaca surgió detrás de los espejos:

—Lo que esperas está dentro de ti, niña maldita. Muestra tu poder… sangre angelical, sangre que no debería existir.

Las palabras hicieron que su cuerpo temblara. Un calor extraño emergió desde lo más profundo de su pecho, como una luz que pugnaba por salir. El poder la desgarraba y ella luchaba por contenerlo.

Mientras tanto, en otra parte del abismo, Demyan se estremecía. El vínculo con Aria lo ahogaba: podía sentir su miedo, su dolor, incluso los latidos acelerados de su corazón. Intentó mantener el control, pero la desesperación lo superaba. Él, el rey inmune a todo, se descubría quebrado por la agonía de alguien más.

—¿Dónde estás? —rugió en la oscuridad, y la misma respondió con carcajadas.

La negrura intentaba engañarlo, mostrándole ilusiones de Aria cayendo en abismos, Aria convertida en cenizas, Aria entregándose a la sombra. Pero Demyan no dudó: siguió su instinto, el lazo invisible que lo arrastraba directo hacia ella.

Y como si la oscuridad supiera que no podía detenerlo, los espejos se multiplicaron. Cientos, miles, con infinitas Arias mirándolo con ojos vacíos.

—¿Cuál de todas salvarás, rey? —se burló la voz.

Demyan no dudó.

Camino entre ellas con la certeza de que siempre sabría quién era la verdadera.

La encontró arrodillada, temblando, con lágrimas en los ojos, luchando contra la luz que quería desgarrarla desde adentro. Sin vacilar, la sostuvo entre sus brazos.

—Aunque haya mil reflejos tuyos… siempre sabré cuál eres. No hay muro ni sombra que pueda ocultarte de mí.

Las palabras fueron un ancla. Aria respiró hondo, el poder dentro de ella vibró con fuerza, y la oscuridad alrededor estalló.

Los espejos se rompieron en mil pedazos y una ola de energía roja y dorada inundó todo. La voz rugió con furia, revelando su verdadera identidad:

—Yo soy la oscuridad antigua. Soy la raíz de todo miedo, el fin de los reinos. ¡Y tú, sangre prohibida, serás mi puerta!

Saimon y Leona lograron reunirse con ellos, aunque sus rostros mostraban que también habían enfrentado horrores. La atmósfera se volvió tan densa que cada respiración quemaba los pulmones.

La sombra no tenía cuerpo, pero sí presencia: un torbellino de tinieblas que gritaba con miles de voces a la vez. Se abalanzó sobre ellos, buscando devorar, quebrar, arrancar el alma de Aria.

Pero entonces, Demyan dio un paso adelante, poniéndose frente a ella, con el fuego oscuro de su poder ardiendo en su piel.

—Tocarás lo que es mío sobre mi cadáver.

La energía de ambos chocó con la del espectro, y la batalla comenzó.




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