Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 17

El silencio entre ambos era denso, como si el mismo aire se negara a circular en aquel rincón apartado del reino oscuro. Aria todavía tenía los ojos brillantes por la confesión que había hecho momentos atrás; sus miedos, sus dudas, la fragilidad que había dejado escapar frente al hombre que todos temían, pero que para ella era más que un rey.

Demyan la observaba en un mutismo peligroso. Había algo en su pecho que ardía, una sensación que su maldición le había negado durante siglos, un eco olvidado que golpeaba con fuerza contra las murallas de su propio ser.

Amor.

No quería nombrarlo, no podía. Decirlo en voz alta era arriesgarla a un destino peor que la muerte. Y, sin embargo, cada vez que la miraba, cada vez que sentía su cercanía, la certeza lo devoraba por dentro. Estaba perdiendo la batalla contra sí mismo, contra su propia oscuridad.

Aria lo veía también. En el brillo apagado de sus ojos rojos, en la tensión de su mandíbula, en la forma en que sus manos temblaban apenas al rozar las suyas. Sentía que algo estaba cambiando en él, como si su propio corazón —ese corazón condenado a la dureza— se resquebrajara solo por ella.

—No entiendes lo que haces conmigo… —murmuró Demyan, apenas audible, como si hablara para sí mismo.

Ella inclinó la cabeza, frágil, pero firme en su vulnerabilidad. —Yo solo… quiero vivir. Quiero saber quién soy. No quiero ser solo tu debilidad.

Demyan cerró los ojos un instante, como si esas palabras fueran dagas atravesándole el alma. Cuando los abrió, ya no había contención. La tomó del rostro con brusquedad, aunque sus dedos ardían de ternura contenida, y la acercó tanto que sus respiraciones se mezclaron.

—Tú no eres mi debilidad —gruñó con voz grave, quebrada—. Eres lo único que importa.

No lo dijo como una declaración vacía, sino como un juramento. No era amor nombrado, pero lo era en esencia, con más fuerza de la que ella jamás había sentido.

El beso que siguió no fue suave. Fue desesperado, como si ambos temieran que el mundo se desplomara en cualquier instante. Un beso cargado de promesas no dichas, de advertencias, de secretos que ardían en la piel. Aria sintió que su alma entera se estremecía, como si en ese contacto hubiera encontrado la respuesta a cada duda, aunque él aún se negara a dársela en palabras.

Cuando por fin se apartaron, Demyan la sostuvo entre sus brazos, pegándola contra su pecho con la firmeza de alguien que jamás pensaba soltar.

—Escúchame bien, Aria —susurró contra su cabello, sin mirarla directamente—. No eres un objeto. No eres un capricho de este reino. Eres más importante que mi propia vida. Y haré lo imposible para que descubras quién eres, para que vivas como mereces… incluso si eso me destruye.

Aria lo abrazó con fuerza, como si quisiera fundirse en él. Sabía que esas palabras eran lo más cercano a una confesión de amor que podría obtener de Demyan. Y, aunque no lo hubiera dicho, lo había sentido.

De regreso al palacio del reino oscuro, la atmósfera entre ambos había cambiado. Ella ya no lo miraba solo con miedo, sino con esa devoción temblorosa de alguien que había encontrado un refugio en medio de la tormenta. Y él, aunque jamás pronunciara la palabra prohibida, llevaba en sus ojos el rastro de un amor que estaba dispuesto a negarse a sí mismo con tal de protegerla.

Aria aceptó en silencio esa verdad: aunque Demyan nunca le dijera que la amaba, ella sabía que era importante para él. Y eso bastaba, por ahora. Porque ella también, a su manera, lo protegería… aunque le costara el alma.




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