Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 18

Sombras del Pasado

El silencio en el palacio era tan denso que Simon apenas podía respirar. Sus pasos lo llevaban a la cámara oculta de los archivos del reino oscuro, donde pergaminos, grimorios y viejos registros médicos permanecían sellados por siglos. No buscaba un secreto menor, sino la verdad detrás del Doctor Hope, aquel hombre que siempre aparecía entre rumores y cicatrices en la historia de los reinos.

Las hojas que encontró estaban manchadas con sangre seca y símbolos sagrados invertidos. En ellas se relataba cómo Hope había servido al reino angelical, pero había sido desterrado tras descubrir los límites de la sangre celestial. No se conformó. Se obsesionó. Empezó a experimentar con humanos aptos para portar sangre angelical, mezclando su esencia con fragmentos robados de reliquias divinas. Todos murieron. Todos menos uno… Aria.

Simon sintió un escalofrío recorriéndole la espalda al leer los últimos registros:

“La única capaz de contener el alma de la diosa es ella. La sangre espera. Su sacrificio será la llave. Con su despertar, la esencia será mía. Yo seré el dios divino. Yo resucitaré a quien los ángeles me arrebataron.”

Las palabras le hicieron apretar los dientes. El doctor Hope no quería solo poder, quería robar el alma de la diosa para traer de vuelta a su amada caída. Todo el destino de Aria era un sacrificio premeditado.

Esa misma noche, Simon buscó a Demyan en el salón de guerra. Le contó todo en un susurro, con los ojos fijos en las llamas:

—El doctor Hope nunca abandonó el reino angelical por elección. Lo expulsaron porque desafió a los dioses. Y ahora lo sé… Aria es su meta final. Quiere destruirla para robar lo que ella es.

El rostro del rey oscuro se endureció, sus ojos carmesí destellaron con una furia contenida. Pero antes de que pudiera responder, un rugido extraño sacudió el palacio. Una fuerza oscura atravesó los muros como un soplo maldito.

En los corredores, Leona cayó de rodillas, sus ojos se volvieron negros como pozos sin fondo. Una sombra se enroscó en su cuerpo, dominándola, quebrando su voluntad. La oscuridad hablaba a través de ella con una voz múltiple:

—La diosa no pertenece a este mundo… tráiganla a mí.

Aria, atraída por la energía, sintió un llamado hipnótico. Su cuerpo se movió casi en trance, obligándola a salir del palacio. La noche estaba más negra que nunca, las estrellas cubiertas por un manto siniestro. Los pasos la llevaron hasta un claro donde la tierra misma estaba muerta, agrietada, y el aire apestaba a ceniza.

Allí lo vio: un espectro de la oscuridad antigua, una criatura que parecía hecha de cenizas y fuego negro, con alas rotas y un cráneo alargado que ardía con ojos vacíos. Su voz era un rugido que rasgaba el alma:

—Eres mía, portadora. Despierta lo que ocultas o muere en la penumbra.

El corazón de Aria golpeaba con fuerza, sus rodillas temblaban. Pero algo más profundo emergió en ella. No era solo miedo, era una chispa. El poder angelical latía en sus venas. Recordó cada dolor, cada lágrima, cada duda… y lo transformó en luz.

Su cuerpo se iluminó con un fulgor plateado, sus ojos brillaron como dos estrellas y un aura de alas translúcidas emergió detrás de ella. El espectro lanzó un ataque, pero Aria levantó sus manos, invocando una ráfaga de energía pura que cortó la oscuridad.

El choque de fuerzas retumbó en el bosque. La tierra tembló, las sombras chillaron al desintegrarse. Por primera vez, Aria usó la sangre angelical en toda su magnitud, aunque apenas por unos segundos.

El espectro retrocedió, riendo con voz hueca:

—El despertar ha comenzado… y cuando llegue el momento, serás nuestra perdición o nuestra victoria.

Con un rugido se deshizo en humo negro, dejando a Aria jadeando, arrodillada, temblando entre luces que poco a poco se apagaban.

Cuando cayó al suelo exhausta, la luz de sus alas se desvaneció. El eco de las palabras del espectro seguía resonando en su mente. El despertar había empezado.

Aria apenas logra mantenerse en pie. Su respiración es entrecortada, cada bocanada de aire arde como fuego en sus pulmones. Sus manos tiemblan, aún brillando con un rastro de la luz blanca que acababa de surgir de ella, una luz que no sabía que poseía. El claro está devastado: el suelo marcado por grietas luminosas que se extinguen poco a poco, y un rastro oscuro, cenizas que aún flotan en el aire, restos de aquel espectro antiguo que intentó someterla.

Leona yace inconsciente a unos metros, liberada del poder que la había poseído, su cuerpo sereno, como si durmiera. Aria la mira con lágrimas en los ojos, aterrada de lo que acaba de hacer, sin comprender cómo fue capaz de purificar la oscuridad que la dominaba.

El silencio es tan profundo que duele… hasta que, entre el crujir de las ramas, se escuchan pasos apresurados. Demyan y Simon irrumpen en el claro demasiado tarde.

El rey se detiene en seco, sus ojos recorren la escena: la tierra marcada por la batalla, el aire impregnado de un olor metálico y etéreo… y al centro, Aria temblando, hecha un hilo de luz rota.

—Aria… —susurra Demyan con un tono que rara vez deja escapar, entre furia y desesperación.

Ella gira apenas el rostro hacia él, con los ojos vidriosos, y en ese instante su cuerpo cede, las fuerzas la abandonan. El resplandor en sus manos se apaga y cae de rodillas.

Demyan corre hacia ella, sujetándola justo antes de que se desplome por completo. La sostiene contra su pecho, sintiendo lo frágil y caliente de su piel, como si acabara de arder por dentro.

Simon, con el rostro desencajado, examina el claro y entiende lo que ha pasado: Aria despertó algo que nunca debió despertar todavía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.