El sello invisible
La sala de curación estaba sumida en un silencio denso, roto apenas por el crepitar de las velas y el leve murmullo de los ungüentos burbujeando en frascos de cristal. El aire olía a hierbas amargas y a sangre seca. Aria yacía en una camilla cubierta por sábanas blancas, su piel aún pálida, sus manos heladas. A su lado, Demyan permanecía en pie, la mandíbula tensa, como un guardián que no parpadeaba. Simon, apoyado contra la pared, no dejaba de observar cada detalle con su mirada afilada.
Leona descansaba en otra camilla, su respiración tranquila, ajena a lo que había ocurrido.
Aria abrió los ojos lentamente, y lo primero que encontró fue la sombra de Demyan. Su voz tembló al hablar:
—Ese destello… no era mío… o quizás sí, pero no lo reconozco. Sentí que algo en mí se rompía, como si hubiera abierto una puerta que no debería abrir. Y aún… aún hay más detrás. Algo dormido.
Demyan se inclinó, su rostro serio, casi sombrío.
—Lo que sea, lo descubrirás. Pero no sola.
Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe. El doctor Hope entró, su bata oscura manchada de polvo y con un maletín en la mano. Su sonrisa profesional contrastaba con la chispa inquisitiva de sus ojos.
—Vaya escena —dijo suavemente, mientras sus pasos resonaban—. Nuestra heroína despierta.
Se acercó a Aria, revisando su pulso, palpando su cuello. Simon y Demyan intercambiaron una mirada breve, casi imperceptible. Sabían que Hope ocultaba más de lo que mostraba, pero por ahora lo necesitaban.
—Está debilitada, pero no rota —murmuró Hope con voz calculadora—. Aunque… —sus ojos se entrecerraron, estudiándola como si fuera un acertijo.
Fue entonces cuando, sin previo aviso, sacó un pequeño bisturí y le hizo un corte mínimo en la palma de la mano a Aria. Ella se quejó suavemente, sorprendida por el dolor.
Al otro lado de la sala, Demyan se estremeció, bajando la vista hacia su propia mano. La misma herida se había abierto en su piel, sangrando idéntica, como si el dolor le perteneciera también a él.
Hope levantó la vista y vio la tensión en el rostro del rey. Sonrió apenas, satisfecho con la confirmación.
—Interesante… —pensó, aunque en voz alta solo murmuró—. Nada grave. Una simple comprobación.
Demyan no dijo nada. Su expresión se volvió de piedra, pero sus ojos ardían de furia contenida. Simon lo notó, y en silencio, ambos entendieron que Hope sabía demasiado. El doctor era útil… pero se acercaba peligrosamente al filo de su sentencia.
Aria, confundida, no notó la conexión. Solo miró su palma ensangrentada, mientras preguntaba en un susurro:
—¿Y Leona?
Como si su voz la llamara, Leona comenzó a moverse. Sus ojos se abrieron, desorientados, mirando alrededor con desconcierto.
—¿Qué… qué pasó?
Aria, con un nudo en la garganta, se inclinó hacia ella.
—Te liberé. Había oscuridad dentro de ti, algo que no era tuyo… yo lo purifiqué. Pero me costó demasiado.
Leona parpadeó, aún sin comprender del todo, y lágrimas rodaron por su rostro.
—No recuerdo nada. Solo sombras. Y luego… nada.
Demyan observaba en silencio, su mano cerrada sobre la herida que compartía con Aria, mientras Hope fingía normalidad, pero en su mente ya tramaba: el sello que unía a Aria con el rey era real, y la única forma de romperlo era arrancando la esencia de uno de los dos.
Claro que… todavía no era el momento.
Por ahora, sonrió como un aliado. Y nadie en la sala se atrevió a desenmascararlo… aún.