El Libro de los Sellos
La sala de guerra estaba en silencio, solo iluminada por las antorchas que ardían con un fuego azul profundo. La sombra del trono de obsidiana se proyectaba larga sobre el mármol negro, mientras Demyan observaba con los ojos entrecerrados a la figura que acababa de entrar.
Era ella, su hermana. La diosa de la guerra. Su presencia se sentía como una marea de acero y fuego: cada paso hacía vibrar el aire, como si las paredes mismas reconocieran su poder.
—Hermano… —su voz fue un filo que cortó el aire—. Vengo con noticias que no podrás ignorar.
Demyan la miró, su semblante frío, aunque sus manos descansaban tensas sobre los brazos del trono.
—Habla.
La diosa de la guerra levantó un objeto cubierto con un velo oscuro y lo dejó caer sobre la mesa central. El golpe resonó como un trueno. Un libro antiguo, con la tapa de piedra agrietada y runas que parecían llorar un fulgor tenue.
—En el reino de la luz, las tumbas de nuestros padres fueron profanadas. Entraron buscando esto… —sus dedos recorrieron la tapa con un respeto inquietante—. El Libro de los Sellos. Yo misma lo rescaté antes de que huyeran.
Los ojos del rey se oscurecieron, un temblor de furia recorrió la sala.
—¿Un ataque en el reino de luz y nadie lo detuvo?
—No fue un ataque, hermano. Fue una búsqueda. Buscaban este libro. Alguien sabe… —hizo una pausa, clavando sus ojos en él—. Alguien teme que las profecías aquí escritas comiencen a cumplirse.
El silencio se volvió insoportable hasta que Demyan abrió el tomo. En cuanto lo hizo, la sala se llenó de un resplandor oscuro, imágenes flotaban en el aire como recuerdos de un mundo ya perdido. Se mostraban batallas de antaño, ángeles luchando contra criaturas de sombras que parecían no tener forma, sellos marcados con sangre, fuego y luz quebrada.
La diosa de la guerra habló con voz grave:
—Las escrituras dicen que la extinción del reino angelical era inevitable… pero no definitiva. Que habría un retorno, un renacer. La llegada de la diosa angelical, destinada a poner fin a la oscuridad antigua.
Demyan apretó los puños, las imágenes reflejaban en sus ojos la guerra olvidada.
—¿Un mito más? —gruñó.
Ella negó lentamente.
—No, hermano. Esto va más allá. El libro revela que su destino… está ligado al tuyo.
El rey giró bruscamente hacia ella.
—¿Qué has dicho?
—Lo que temes. —La diosa de la guerra mantuvo su postura firme—. He investigado cada fragmento que pude rescatar. Una y otra vez se repite lo mismo: El destino del Rey Supremo de los dos mundos está atado a la diosa angelical.
El libro brilló con un fulgor violento, proyectando letras y símbolos que se desordenaban en el aire. Escenas fugaces se sucedían:
• Un ángel dorado descendiendo con alas bañadas en fuego.
• La oscuridad rugiendo como un mar que se abre.
• Un sello que se rompe con el sacrificio de sangre.
• Y en el centro, una luz peculiar, como un loto dorado que flotaba en medio del abismo.
Las letras cambiaron, girando en círculos hasta convertirse en frases confusas en francés, que parecían susurrar con una voz antigua:
“Le sang scelle et détruit…
Le suprême est le destructeur et l’initiateur de tout.
La mort marque son commencement…
La renaissance, son réveil.”
(La sangre sella y destruye…
El supremo es el destructor y el iniciador de todo.
La muerte marca su inicio…
El renacer, su despertar.)
Demyan sintió un latido extraño en el pecho, como si las palabras se grabaran en su propia carne. El libro proyectó una última visión: su corona de obsidiana, bañada en sangre, y junto a ella, un loto dorado, intacto, brillante, casi burlándose de él.
La diosa de la guerra lo observó con gravedad, sus ojos ardían con la misma fuerza que el campo de batalla.
—Hermano… este destino no es solo tuyo. Es una cadena. Y tarde o temprano, la verdad despertará…
El aire se llenó de caos, los susurros del libro resonaban como si cien voces hablaran a la vez. La tensión se hizo insoportable, como si todo el reino oscuro contuviera la respiración en ese instante.
Y Demyan, aunque en apariencia inmóvil, sintió por primera vez que algo más poderoso que él comenzaba a mover los hilos de su historia.