La Traición Silenciosa
El cuerpo de Leona yacía inconsciente en el suelo de aquella sala clandestina, apenas iluminada por lámparas de fuego azul que crepitaban en las paredes. Aria, con el corazón latiéndole con fuerza, se arrodilló junto a ella intentando despertarla, pero Hope colocó una mano firme en su hombro.
—No gastes tus fuerzas —dijo con voz calma, demasiado calma para la tensión que impregnaba el aire—. Está bien… no le pasará nada, solo duerme.
Aria lo miró con los ojos encendidos de rabia y miedo.
—¡¿Cómo pudiste hacerle eso?! Ella estaba cumpliendo órdenes de tu propio rey.
Hope suspiró, como si cargara con un peso invisible. Sacó de su túnica una pequeña caja de madera negra, y al abrirla, un brillo plateado bañó el lugar. De ella tomó una pulsera finamente trabajada, hecha de hilos trenzados con un cristal en el centro que destellaba un resplandor extraño.
—No me malinterpretes, Aria… —murmuró mientras tomaba su mano—. Todo esto es por tu seguridad.
—¿Mi seguridad? ¿De qué hablas?
Hope deslizó la pulsera alrededor de su muñeca. El contacto frío de la joya le provocó un escalofrío.
—Con esto estarás protegida. Nadie podrá rastrear tus emociones, ni siquiera él.
Aria retrocedió, apretando el brazalete contra su piel.
—¿Qué quieres decir con “ni siquiera él”?
Una sombra cruzó el rostro de Hope, sus ojos brillaron con un tinte perturbador.
—No lo entiendes aún… Demyan es fuerte, sí, pero hay fuerzas antiguas moviéndose, fuerzas que ni él puede controlar. Si te quedas aquí, si permaneces a su lado… pondrás en peligro todo lo que existe. Incluso puede que él mismo muera… y sería por tu culpa.
Las palabras la atravesaron como cuchillas. Aria se quedó inmóvil, con la garganta cerrada. Su respiración se entrecortó mientras la duda comenzaba a nacer dentro de ella.
—N-no… no puede ser… él… él es… —balbuceó, tratando de convencerse a sí misma.
Hope avanzó un paso, su voz más suave, casi hipnótica.
—Aria… escúchame. El destino no siempre es justo. Lo que cargas dentro de ti es un arma, y si no se controla… todos caerán. Yo soy el único que puede ayudarte. No desconfíes de mí.
Ella dio un paso atrás, negando con la cabeza, aunque su mirada temblaba.
—No voy a dejarlo… no puedo…
Hope cerró los ojos, como si lamentara lo que iba a hacer.
—Entonces no me dejas elección.
Antes de que Aria pudiera reaccionar, un aroma dulce, embriagador, se esparció en el aire. El mundo a su alrededor comenzó a distorsionarse, sus rodillas flaquearon. Con las últimas fuerzas que le quedaban, alcanzó a mirar a Hope, que la sostenía con suavidad, casi con ternura.
—Perdóname —susurró él—. Pero debo alejarte de él… y de lo que viene.
La oscuridad la envolvió. Su cuerpo se desplomó en los brazos del médico, mientras la pulsera en su muñeca brillaba con un resplandor siniestro.
Hope levantó la vista hacia las sombras del techo, con una sonrisa apenas perceptible.
—Pronto… el tablero se equilibrará.
Mientras tanto, en la fortaleza del Reino Oscuro, Demyan seguía absorto en el libro profético. Los símbolos ardían frente a sus ojos, mostrando pasajes de batallas, sellos rotos y un destino escrito en lenguas confusas. No sintió la angustia de Aria, no escuchó su corazón temblar. El vínculo había sido silenciado.
Y sin saberlo, el rey había perdido de vista lo más importante: su propia diosa estaba siendo arrebatada de sus manos.