Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 24

El aire en las profundidades del inframundo era espeso, cargado de azufre y sombras que parecían tener vida propia. Aria se encontraba encadenada a un círculo grabado en runas rojas que brillaban como brasas ardientes. Su respiración era errática, cada inhalación quemaba sus pulmones, y el eco de su propio jadeo se mezclaba con un silencio tan denso que helaba la sangre.

Frente a ella, el doctor Hope había dejado de parecer un simple hombre. Sus ojos eran un vacío negro, y detrás de su figura humana se alzaba la sombra colosal: una entidad oscura, hecha de lamentos y garras que se retorcían como si intentaran devorarla viva.

—¿Por qué…? —Aria alcanzó a murmurar entre espasmos de dolor, sintiendo cómo algo invisible le desgarraba la piel desde dentro—. ¿Por qué me haces esto?

Hope sonrió, una mueca torcida en la que ya no quedaba humanidad.

—Porque siempre fue tu destino, Aria. Tú no eres humana… nunca lo fuiste. Eres la diosa de la sangre angelical. Durante años he buscado tu esencia, tu poder. Y ahora que estás al borde de despertar… me lo entregarás.

La sombra se precipitó sobre Hope, fundiéndose en su cuerpo. Un rugido gutural salió de su garganta mientras sus venas se ennegrecían y la piel parecía quemarse con brasas vivas. Acto seguido, la magia oscura se proyectó sobre Aria, penetrando en su pecho como cuchillas invisibles.

El dolor fue insoportable. Su cuerpo arqueado contra las cadenas, su grito desgarró el inframundo. La esencia vital se escapó de sus labios, manchando el suelo marcado por los sellos.

Cada embestida de aquella magia intentaba arrancarle algo más profundo que la vida: su esencia divina. La oscuridad quería su alma.

—¡No…! —Aria lloraba entre sollozos de dolor, su voz quebrada—. ¡No dejaré que me la quites!

Pero Hope solo reía, enloquecido, mientras la sombra consumía parte de su ser.

En el reino, Demyan hojeaba el libro prohibido. Los símbolos antiguos parecían moverse bajo su mirada, revelando secretos que solo alguien con sangre real podía comprender. Estaba tan absorto que ni siquiera notó el paso del tiempo hasta que Leona irrumpió en la sala, jadeando, los ojos llenos de furia.

—¡Mi rey! —su voz tembló de urgencia—. ¡Aria desapareció! Hope… se la llevó.

Demyan levantó la mirada, incrédulo. Intentó sentir el vínculo que lo ataba a Aria, pero lo único que encontró fue un muro oscuro, un vacío que lo cegaba. Era como si alguien hubiera arrancado el lazo de sus emociones de raíz.

La ira lo consumió.

—Maldito… —murmuró, y su voz resonó como un trueno.

De pronto, un dolor lacerante lo atravesó. Su pecho ardía, su piel se agrietaba como si llamas invisibles lo devoraran. Cayó de rodillas, y al mirar sus manos vio cómo heridas que no habían estado allí momentos antes comenzaron a abrirse, dejando escapar su fluido vital.

Los mismos gritos que Aria soltaba en las profundidades retumbaban en su mente. Estaba sintiendo su dolor. Sus heridas eran sus heridas.

—Aria… —jadeó, con la rabia y la desesperación retorciéndole el rostro.

Leona lo observó con pánico.

—¡Mi señor! ¡Sus venas…!

Pero Demyan ya estaba de pie, con los ojos encendidos en fuego infernal. El vínculo que lo unía a Aria, aunque bloqueado, le daba una dirección. Un eco, una punzada dentro de su pecho que le decía dónde estaba ella.

Alzó una mano y su magia rugió, rompiendo los muros del palacio como si fueran cristal. Portales de sombras ardientes lo envolvieron, y en un instante su cuerpo desapareció en la negrura.

En las profundidades, Aria ya casi no podía resistir. Sus gritos se habían vuelto roncos, cada sacudida la hacía perder más fuerzas, dejando escapar su vitalidad. El mundo giraba a su alrededor, su esencia tambaleándose entre la vida y el abismo.

Hope, o lo que quedaba de él, se acercó con ojos ardientes de oscuridad.

—Dámelo, Aria. Entrégame tu divinidad… o morirás en agonía.

Las cadenas temblaron, la magia ardía con fuerza, y en ese instante el aire se desgarró como un cristal roto. Un rugido de poder llenó la caverna, haciendo que incluso la sombra retrocediera.

Demyan emergió envuelto en fuego y oscuridad, con las mismas heridas sangrando en su cuerpo que las que torturaban a Aria. Su mirada estaba desquiciada, un rey en guerra que había sentido cada gota de dolor de ella.

—¡Aléjate de lo que me pertenece! —su voz retumbó como el eco de mil truenos.

El suelo tembló, la sombra rugió desde el cuerpo de Hope, y en medio de ese choque, Aria apenas pudo susurrar el nombre de su rey antes de perder el conocimiento, colapsando contra las cadenas.

El verdadero enfrentamiento apenas comenzaba.




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