El eco de la profecía
El rugido de Demyan sacudió las paredes de las profundidades del inframundo. La furia contenida en su pecho se desató como un cataclismo, una ola de magia ardiente que partió las ataduras que mantenían a Aria sometida. Las cadenas oscuras estallaron en chispas negras y el cuerpo de ella cayó en sus brazos, débil, ensangrentado, pero aún respirando.
—¡Aria! —su voz tembló, mezcla de alivio y de rabia—. No te soltaré nunca más…
Pero no hubo tiempo para más. El aire se quebró con una carcajada áspera y antinatural. Hope, o lo que quedaba de él, emergió de entre la sombra que lo devoraba. Sus ojos ya no eran humanos, sino pozos de negrura líquida, y su piel se retorcía como si la magia oscura se alimentara de su carne.
—La liberas, pero nada cambiará, Demyan —gruñó la voz deformada por la entidad que lo poseía—. El destino de la diosa está en mis manos… siempre lo estuvo.
Demyan colocó a Aria con cuidado en el suelo, invocando un círculo de protección a su alrededor. Luego, sus ojos ámbar se alzaron como fuego ardiente hacia Hope.
—Te equivocas. Nadie decidirá su destino más que ella misma.
La sombra rió con un estruendo que hizo temblar la roca del inframundo.
—¿Crees que puedes detener lo que fue escrito? Desde el inicio, todo conduce aquí. Ella no es humana, nunca lo fue. Es la diosa de la sangre angelical… su poder es el sello que abrirá lo prohibido.
Demyan apretó la mandíbula, cada músculo de su cuerpo clamando por arrancar esa corrupción de raíz.
—Habla si quieres, pero tu destino será cenizas en mis manos.
Hope alzó una mano, y la magia oscura se materializó en cadenas negras que serpenteaban como serpientes vivas. El choque fue brutal: fuego dorado contra abismos de sombras. Cada impacto estremecía la tierra, liberando explosiones que hacían añicos las columnas de piedra.
En medio del caos, la sombra habló con voz multiplicada, como si mil gargantas susurraran la misma profecía:
—El libro prohibido ya lo dijo, Demyan… “Ella es la llave. La sangre es el sello, el inicio y el fin. La corona lleva la carga, la flor la promesa. La muerte enmarca el inicio; renacer, el despertar”. —Las palabras vibraron como cuchillas en el aire—. ¿Lo comprendes ahora? Su muerte abrirá un camino. No solo poder… sino el equilibrio mismo.
Demyan gruñó con rabia, empujando su magia hasta que las cadenas ardieron en llamas doradas.
—¡No habrá equilibrio en el sacrificio de Aria! ¡Ella es mi vida!
—¡Ella no es tu especie! —vociferó Hope, con la sombra abriéndose como alas negras detrás de él—. Es angelical. Su esencia me pertenece. Ella marcará el inicio de algo perfecto, y su sacrificio traerá lo que ni tú ni tu reino pueden contener.
Demyan se abalanzó contra él, atravesando el aire con un golpe de energía que rasgó las tinieblas. La batalla fue salvaje: llamas doradas contra tentáculos de oscuridad, rayos de magia que estallaban como tormentas. Aria, débil, intentaba mantenerse consciente, susurrando el nombre de Demyan, sus lágrimas mezcladas con la sangre que aún escurría de su boca.
En un instante, Demyan logró herirlo: una quemadura dorada marcó el pecho de Hope, y por primera vez la sombra gritó con furia desgarradora.
—¡No lo permitiré! —rugió el rey, lanzándose con todo su poder.
Pero la entidad oscura no estaba dispuesta a caer. Con un último estruendo, se abrió un portal de sombras tras de sí. Hope, jadeante, sonrió con una mueca inhumana.
—Puedes retrasar lo inevitable, Demyan. Pero la profecía siempre encuentra el modo de cumplirse…
Y en un parpadeo, él y la sombra fueron absorbidos por la grieta oscura, dejando tras de sí un eco que helaba los huesos.
El silencio cayó, pesado como un funeral. Demyan cayó de rodillas junto a Aria, sus manos temblorosas acariciando su rostro empapado en lágrimas y sangre.
—Te tengo, mi diosa… —murmuró con voz rota—. Juro que no dejaré que nadie más te toque.
Mientras la sostenía contra su pecho, el sello de protección brillaba débilmente alrededor de ellos, como si la misma tierra reconociera que la batalla había terminado… pero también que lo peor estaba por venir.