Ecos De Luz Y Sombras El Camino Al Destino

Capítulo 26

El Despertar de la Diosa

La oscuridad la arrastraba con violencia. Aria se debatía entre sombras y luces, entre ecos que la desgarraban y susurros que la acariciaban como si fuesen parte de ella misma. Cada vez que cerraba los ojos, un nuevo paisaje aparecía.

Primero, un lugar mágico: montañas cristalinas, ríos de energía pura, seres angelicales que danzaban en armonía. La paz era absoluta, casi irreal. Pero pronto, la escena se transformaba en un terror indescriptible: cuerpos que se disolvían en su extinción, gritos que perforaban el aire, ciudades devoradas por un fuego que no era fuego, sino un poder ancestral consumiendo todo.

En medio de aquel caos, apareció una niña. Su cabello era como hilos de plata bañados por la luna, y sus ojos, dorados como el sol, parecían atravesar el alma misma de Aria. Ella estaba rodeada de figuras angelicales que formaban un círculo protector.

La niña habló con voz doble: la de una niña y la de una diosa.

—Cuando llegue el momento, renacerás. Tú, mi hija, mi diosa… serás quien nos lleve a la gloria ante los tres reinos.

Aria quiso preguntar, pero la visión se quebró. Una ráfaga de energía la lanzó hacia atrás, cayendo en un vacío profundo.

Su cuerpo se arqueó en la cama real, bañada en sudor. Su pecho subía y bajaba con desesperación. Despertó con un grito ahogado, como si hubiese emergido de la mismísima muerte.

Demyan, que no se había movido de su lado, sintió de inmediato el estremecimiento en su vínculo. Había retirado la pulsera que controlaba su conexión, y ahora cada fibra de dolor y agonía de Aria lo atravesaba como espinas de fuego. Sus ojos ardían con furia y miedo, al verla así, tan frágil y poderosa a la vez.

—Aria… —su voz se quebró al tomar su mano—. Ya pasó, estás a salvo.

Ella lo miró con lágrimas y una determinación desconocida, con la voz aún temblorosa.

—No, Demyan… nada ha terminado. Yo tengo que descubrir quién soy en realidad.

El silencio se hizo pesado, como un augurio. El rey sabía que sus palabras eran ciertas, aunque le helaba el alma. Apretó la mandíbula, y tras unos segundos asintió con solemnidad.

—Entonces, en cuanto te recuperes… iremos al Reino de Luz. Y de ahí, al Reino Angelical, aunque solo queden cenizas.

El aire en la habitación cambió, cargado de algo indescriptible. Una ráfaga fría atravesó el lugar, apagando algunas antorchas, y por un instante, ambos sintieron una presencia oscura espiándolos desde la lejanía.

Aria se estremeció, viendo un reflejo en el espejo cercano: la sombra de Hope, con ojos devorados por la oscuridad, observándola. Parpadeó, y ya no estaba.

Demyan, con el ceño fruncido, percibió también esa intrusión, como si el enemigo hubiese marcado ya el próximo movimiento.

Aria cerró los ojos con fuerza, susurrando con la voz quebrada:

—Esto… apenas comienza.

Demyan la estrechó contra su pecho, pero en su mirada no había paz, sino un fuego de guerra. La batalla no había terminado; solo se había abierto la puerta hacia algo mucho mayor.

Y así, con la certeza de que la profecía apenas estaba desvelando su verdadera magnitud, y que la diosa de la sangre angelical no solo debía sobrevivir… sino decidir el destino de todos los reinos.




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