Ecos de un Destino Sellado
La luna, aún velada por las sombras, parecía observar en silencio la quietud que cubría el reino. En la habitación donde Aria descansaba, su respiración aún era frágil, marcada por el eco de las pesadillas que la perseguían incluso en la vigilia. Demyan la vigilaba, con el peso de la decisión más grande sobre sus hombros: seguir el camino hacia el Reino de Luz y, más allá, las cenizas del Reino Angelical.
Pero en lo profundo de la noche, donde la magia se arremolina con secretos prohibidos, algo más despertaba. Una grieta invisible se abrió en el horizonte, una herida en el tejido del mundo que vibraba con ecos antiguos. Voces desconocidas, susurros que hablaban de sacrificio y renacimiento, comenzaron a resonar, como si el destino mismo estuviera impaciente por cumplirse.
Un susurro atravesó la distancia, ajeno al control de Demyan, ajeno incluso a la protección de los dioses:
—El sello está abierto. La llave respira. La sangre marcará el inicio… y la corona será la condena.
Lejos de allí, en un santuario olvidado, Hope alzaba la mirada. Sus ojos, aún encendidos por la sombra que lo dominaba, se encontraron con un altar cubierto de símbolos arcanos. Sus labios se curvaron en una sonrisa, porque sabía que el juego apenas comenzaba.
—Pronto —murmuró, mientras la oscuridad se arremolinaba a su alrededor—. El sacrificio dará paso al despertar. Y cuando ella recuerde quién es… será demasiado tarde.
El viento aulló como presagio, y en la distancia, los cielos parecieron estremecerse, como si el universo entero aguardara el próximo movimiento.
El destino ya estaba escrito.
El camino apenas se había abierto.
Y el tercer acto de la profecía… estaba a punto de comenzar.