Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 2

La Pulsera del Silencio

Los días habían pasado, y aunque las heridas visibles de Aria comenzaban a sanar, las invisibles seguían abiertas como grietas imposibles de cerrar.

La mansión se mantenía en un silencio inquietante, apenas interrumpido por la voz suave de Leona, que rara vez se alejaba de la habitación de su amiga. La leona, orgullosa y fiera en otros tiempos, ahora parecía haberse convertido en una sombra protectora.

Había sido ella quien insistió en permanecer a su lado, incluso cuando Aria le pidió espacio. La culpa la carcomía: no haber podido impedir el rapto, no haber estado allí cuando más la necesitaba. Y aunque Aria intentaba convencerla de que nada de eso fue su culpa, Leona no podía aceptar tal absolución.

Era su manera de redimirse: estar a su lado, día y noche, hasta que pudiera perdonarse a sí misma.

Aria, sin embargo, luchaba contra algo más profundo. Las visiones aún la perseguían en sus sueños: coronas rotas, sangre en sus manos, el eco de voces que prometían un destino cruel. La angustia era un peso constante en su pecho, y el miedo… ese miedo que nunca antes había permitido dominarla, se había vuelto un huésped incómodo en su interior.

Por eso, lo había hecho.

Había vuelto a colocarse la pulsera que limitaba su vínculo con Demyan.

El frío metal contra su piel era un recordatorio de su decisión: protegerlo de lo que ella misma sentía. No podía permitir que él cargara con su ansiedad, con su desconfianza y con la tormenta que habitaba en su mente. Ya llevaba suficiente sobre los hombros: enemigos acechando, amenazas creciendo, y la sombra de Hope extendiéndose como una plaga.

Cuando Demyan la encontró, de pie junto a la ventana, con la pulsera brillando tenuemente en su muñeca, la furia contenida se reflejó en sus ojos.

—Otra vez —dijo con voz grave, apenas un murmullo, pero cargado de reproche.

Aria apretó los labios, sin atreverse a mirarlo directamente.

—Es mejor así.

Demyan avanzó hasta quedar frente a ella, su presencia abrumadora llenando la habitación.

—¿Mejor? —repitió, con una incredulidad gélida—. ¿Mejor que yo pueda ver lo que pasa dentro de ti? ¿Mejor que pueda sentir cada sombra que te persigue, cada duda que te arranca el sueño?

Aria respiró hondo, obligándose a sostener su mirada.

—No quiero abrumarte, Demyan. Ya cargas con demasiado. Si ves todo lo que siento, si sientes todo este miedo… solo será otra cadena para ti.

Él la observó en silencio durante un largo instante. Su mirada era fuego contenido, lucha interna entre el deseo de imponer su voluntad y la necesidad de comprenderla.

—No necesito que me protejas de ti, Aria —murmuró finalmente, con una intensidad que le quemó la piel—. Lo que necesito es que no me cierres la puerta.

El silencio que siguió fue casi insoportable. Aria bajó la mirada, su pulso acelerado. Sabía que él tenía razón, pero también sabía que no estaba lista para compartir ese caos que la devoraba.

—Por ahora… necesito esto —dijo en voz baja, acariciando la pulsera con los dedos.

Demyan cerró los ojos un instante, un músculo tensándose en su mandíbula. Y aunque todo en su interior gritaba por arrancarle ese objeto de la muñeca, al final no lo hizo.

Cuando volvió a mirarla, su expresión era la de un hombre que cedía, pero no se rendía.

—Está bien. —Su voz era dura, pero resignada—. Úsala… por ahora.

Y salió de la habitación, dejando tras de sí un aire cargado de tensión y un silencio más pesado que cualquier grito.

Aria se abrazó a sí misma, con el corazón en un torbellino. Había ganado una pequeña batalla, pero en el fondo lo sabía: la verdadera guerra apenas comenzaba, y tarde o temprano Demyan exigiría que dejara de esconderse detrás de aquella pulsera.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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