Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 4

El Legado en las Sombras

La transición fue abrupta.

Un destello oscuro, un rugido de poder contenido y el frío sabor metálico de la magia antigua invadieron el aire. El suelo bajo los pies de Aria y Demyan se estremeció, y en cuestión de segundos, la oscuridad que los envolvía se abrió paso hacia la claridad dorada de los cielos del Reino de Luz.

El resplandor era casi cegador. El contraste con las tinieblas que habían dejado atrás resultaba abrumador; Aria entrecerró los ojos, intentando acostumbrarse al brillo que bañaba las murallas blancas, altas y resplandecientes como si hubiesen sido esculpidas por las manos de los mismos dioses.

Allí, esperándolos en la entrada de mármol, con armadura plateada y mirada indomable, se encontraba la Diosa de la Guerra. Su porte era majestuoso, frío y orgulloso; los ojos, idénticos a los de Demyan en intensidad, se clavaron en su hermano con un respeto que pocas veces mostraba.

—Hermano —saludó con voz firme, inclinando apenas la cabeza—. Tu regreso era esperado.

Demyan sostuvo su mirada con la misma severidad.

—Y veo que me esperabas tú, Lythienne.

Aria, en silencio, percibió la tensión invisible entre ellos. Los dos irradiaban una fuerza que no pertenecía a simples mortales. Pero también notó la forma en que los ojos de Lythienne se endurecieron apenas su atención rozó su presencia. No era abierta hostilidad, pero sí una especie de desdén silencioso. Aria lo sintió como una daga clavándose en su pecho.

Lythienne avanzó un paso, sin quitarle la vista a su hermano.

—Tenemos asuntos urgentes de los que hablar… a solas.

El corazón de Aria dio un vuelco. No quería convertirse en un obstáculo, mucho menos provocar conflicto entre ellos. Forzó una sonrisa ligera y, con voz suave, intervino:

—Está bien. Iré a buscar algo de comer.

Demyan se volvió hacia ella de inmediato, sus ojos como brasas rojas que no aceptaban contradicción.

—No. Irás directo a la habitación real. Allí encontrarás tus aposentos —dijo con tono autoritario, aunque había una sombra de cuidado en su voz.

Ella bajó la mirada, asintiendo sin discutir.

Demyan llamó a uno de los guardias del Reino de Luz, cuya armadura resplandecía con reflejos dorados.

—Asegúrate de escoltarla. Nadie debe molestarla.

El guardia inclinó la cabeza en señal de respeto.

Entonces Demyan se acercó a Aria. La intensidad de su presencia la envolvía, y aunque intentaba mostrarse fría, no pudo evitar estremecerse cuando él rozó su frente con un beso breve, casi solemne.

—Ve. Estaré contigo pronto —murmuró, antes de girarse hacia Lythienne.

La Diosa de la Guerra lo condujo en silencio hasta lo profundo del Reino, hacia los mausoleos reales. El aire allí se sentía más pesado, cargado de historia y solemnidad. Frente a ellos se alzaban dos estatuas colosales: sus padres, guerreros eternizados en piedra, con espadas cruzadas y rostros tallados en serena determinación.

Lythienne rompió el silencio, su voz áspera y cargada de memorias.

—Los ataques que sufrimos no fueron aislados. Al investigar, encontré rastros de algo más… algo que no debería existir.

Demyan frunció el ceño.

—Habla.

—Un poder antiguo, hermano. Uno que se relaciona con tu maldición.

(Su voz se quebró apenas, pero la dureza volvió enseguida). —Sabes bien cuánto sufrimos por ese linaje demoniaco que corre en tu sangre. Pero ahora… ahora algo ha cambiado. Ya no caes presa de la cueva. Has logrado contenerlo.

Demyan permaneció en silencio, pero sabía la verdad. Fue Aria. Su presencia, su esencia misma, había calmado la tormenta en su sangre. Su poder, incluso cuando parecía humana, había despertado algo en él que llevaba años luchando por dominar. Pero eso nunca se lo confesaría a Lythienne.

En lugar de eso, se limitó a mirarla con severidad.

—¿Qué encontraste?

Ella extendió la mano, revelando un anillo antiguo, de plata ennegrecida por el tiempo, grabado con runas olvidadas.

—Lo hallé en las cámaras selladas bajo la tumba de nuestros padres. No es un simple adorno. Contiene un mensaje… dejado por ellos.

Demyan lo tomó con cuidado. El frío del metal le atravesó la piel, y las runas comenzaron a brillar débilmente. Cerró los ojos, dejando que la energía fluyera en su interior. Palabras antiguas, cargadas de un eco profético, se formaron en su mente.

“Cuando la sangre del demonio y el alma de la luz se encuentren, el equilibrio se alzará.

El vínculo no será una cadena, sino el arma que despertará a la diosa angelical.

Sólo entonces, la eternidad podrá ser reclamada.”

Sus ojos se abrieron de golpe, rojos como brasas. La voz de sus padres aún resonaba en su interior.

—La Diosa Angelical… —murmuró, casi para sí mismo, como si las piezas de un rompecabezas se unieran de golpe en su mente.

Aelynn lo observaba con el ceño fruncido.

—¿Qué significa?

Pero Demyan no respondió.

Su mirada permaneció fija en el anillo, sabiendo que el destino acababa de abrir una puerta que ninguno de ellos estaba listo para cruzar.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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