Preparativos hacia el Reino Angelical
La fortaleza del Reino de Luz parecía vibrar bajo la presión del movimiento incesante de soldados. Pasos firmes, el sonido metálico de las armas, las voces dando órdenes, todo formaba una sinfonía de caos controlado. Era el preludio de algo grande, de un viaje que podía decidirlo todo.
Demyan, en medio del alboroto, se erguía como un bastión de hierro. Sus ojos, oscuros y decididos, recorrían cada rincón del lugar. No había margen para errores. Con una voz que imponía silencio incluso en medio del estrépito, comenzó a repartir las órdenes:
—Quiero un campamento a tres leguas del Reino Angelical —ordenó con firmeza, sin titubear—. Que sea discreto, que nadie pueda detectarlo. Será nuestra base antes de entrar en territorio.
Los soldados asintieron con unísono seco y obedecieron al instante. Cada palabra de Demyan era una sentencia que no admitía réplica.
Llamó a Saimon, su más leal y calculador estratega.
—Tú revisarás el perímetro. Nada ni nadie debe sorprendernos. Si encuentras algo sospechoso, elimínalo sin levantar ruido.
Saimon, con la mirada fría, asintió y desapareció entre las sombras, como una bestia de guerra silenciosa.
A otros grupos les encomendó las guardias.
—Divídanse en turnos, quiero vigilancia constante. Nadie duerme con ambas manos libres. Y recuerden: Aria es la prioridad. —Su voz se endureció aún más al pronunciar su nombre—. Si algo le ocurre, ustedes responderán ante mí.
La mención de Aria encendió un fuego en su interior. Aunque mantenía la máscara de líder implacable, por dentro el miedo lo carcomía. El Reino Angelical no era un lugar seguro, no con Hope acechando. La simple idea de perderla lo hacía sentir como si su propio corazón fuera desgarrado.
De pronto, una figura imponente irrumpió en el salón. La Diosa de la Guerra, con su armadura resplandeciente y su porte altivo, avanzó hasta Demyan. Su mirada era una mezcla de desafío y determinación.
—Iré con ustedes. —Su voz retumbó como un trueno.
El rostro de Demyan se tensó de inmediato.
—No. Este viaje no es para ti. Tu presencia atraerá miradas, y no necesito más riesgos.
La diosa dio un paso al frente, su aura brillando con un poder que pocos se atreverían a contradecir.
—Soy un arma, Demyan. Si Hope aparece, necesitarás más que a tus hombres. No subestimes lo que puedo hacer.
El silencio en la sala se volvió pesado. Demyan cerró los ojos por un instante, luchando con la decisión. La lógica le decía que tener a la Diosa de la Guerra era una ventaja, pero su instinto gritaba que cada persona extra añadía un nuevo peligro. Finalmente, con un gesto de resignación, aceptó:
—Está bien. Vendrás. Pero si algo sale mal, obedecerás mis órdenes sin cuestionar. —Sus ojos la atravesaron con dureza—. Y recuerda: yo decido sobre la seguridad de Aria, no tú.
La diosa inclinó apenas la cabeza, aceptando, aunque con una sonrisa desafiante en los labios.
Aria observaba todo desde un rincón, con el corazón latiendo con fuerza. Ver a Demyan tan obsesionado con protegerla le estremecía, pero también la llenaba de una mezcla de miedo y ternura. Había soldados moviéndose a su alrededor, preparando armas, levantando mapas, tensando las riendas de los caballos que pronto marcharían. El caos del campamento la envolvía, pero en medio de ese torbellino, su mirada se fijaba únicamente en él.
Demyan se acercó a ella, bajando la voz para que solo ella lo escuchara.
—Tendrás la mejor protección. No quiero que te alejes de mí ni un solo instante. Hope no dudará en atacarte si tiene la oportunidad, y yo… —se detuvo, tragando el nudo en su garganta— yo no puedo permitirlo.
Aria extendió la mano, rozando suavemente la suya, un gesto pequeño que para él significaba el universo.
—Confío en ti, Demyan. Y aunque el caos nos rodee, sé que mientras estemos juntos, resistiremos.
Ese instante íntimo quedó eclipsado cuando nuevos informes llegaron: mensajeros que hablaban de movimientos extraños cerca del Reino Angelical. El peligro estaba cada vez más cerca.
Demyan levantó la voz una última vez:
—¡Soldados del Reino de Luz! —el eco resonó en el gran salón—. Hoy partimos hacia lo desconocido. El enemigo está al acecho, pero no olviden quiénes somos. Defenderemos este reino, protegeremos lo que nos pertenece… ¡y aplastaremos a cualquiera que intente arrebatárnoslo!
Un rugido ensordecedor respondió, el sonido de cientos de guerreros golpeando sus armas contra sus pechos.
Aria sintió un escalofrío. Todo era caótico, como si la guerra ya hubiera comenzado. Pero entre todo ese estruendo, lo único que podía escuchar era el latido de su corazón, acompasado con el de Demyan.
Él giró hacia ella una última vez. Su mirada oscura estaba cargada de determinación… y de dolor.
—Partiremos en dos días. Prepárate, Aria. El Reino Angelical no será misericordioso.
Y aunque nadie lo supo, dentro de Demyan no era el soldado quien hablaba, sino el hombre que temía perder lo único que había aprendido a amar.