Sombras de verdad
El amanecer en el Reino de la Luz traía consigo un aire pesado, como si la calma que bañaba los jardines y las torres doradas fuera apenas una máscara antes de la tormenta. Los soldados marchaban sin descanso, asegurando los límites y reforzando cada muralla. Todo el reino parecía contener la respiración, expectante de lo que estaba por venir.
Aria se encontraba en uno de los corredores del palacio, observando el movimiento desde lo alto de los balcones. Su pecho se oprimía al ver cómo todo se preparaba para un futuro incierto, sintiendo que era ella la raíz de esa tensión.
Fue entonces cuando la presencia de la Diosa de la Guerra se hizo notar. Su figura imponente, vestida con armadura negra y detalles rojos, avanzó con paso firme, como si cada piedra del suelo le perteneciera. Su mirada era dura, y en ella brillaba un juicio contenido.
—Tú… —la voz de la Diosa resonó como un filo cortante—. ¿Quién eres realmente, Aria?
Aria se giró, sorprendida por la hostilidad en el tono. La diosa se acercó, sin dar espacio a dudas.
—No entiendes lo que provocas —continuó—. No deberías estar aquí. No en medio de esto. Lo único que haces es distraer a mi hermano. Lo único que haces es debilitarlo.
El corazón de Aria se agitó, pero mantuvo la calma en sus ojos.
—No busco poner a nadie en peligro —respondió con voz serena, aunque por dentro temblaba—. Lo único que quiero es que todos estén a salvo.
La diosa soltó una risa amarga.
—¿A salvo? ¿Qué sabes tú del peligro? —dio un paso más cerca, invadiendo su espacio—. No eres nada. No tienes nada. Solo eres una simple humana transformada, un accidente en medio de un destino que jamás debió tocarte.
Las palabras fueron como dagas atravesando a Aria. Sintió un nudo en la garganta, pero no alcanzó a replicar. El aire se estremeció cuando una voz grave y cargada de furia irrumpió entre ellas.
—¡Basta!
El eco del rugido de Demyan llenó el corredor. Su figura apareció de entre las sombras, los ojos ardiendo con un brillo entre rabia y desesperación. Caminó hasta situarse frente a su hermana, interponiéndose entre ambas.
—No vuelvas a hablarle así. —Su voz era baja, pero temblaba de fuerza contenida—. Ella no es “nada”. Ella lo es todo.
La Diosa de la Guerra lo observó con sorpresa, como si por primera vez escuchara esa clase de confesión en sus labios.
Demyan respiró hondo, y su mirada se posó en Aria con una intensidad que la estremeció hasta el alma.
—Ella rompió mi maldición. —Sus palabras retumbaron en el silencio—. Por ella siento todo lo que vale la pena. Odio, dolor, temor… y amor. Ella me devolvió un alma que había olvidado. No permitiré que nadie, ni siquiera tú, la haga menos.
Aria se llevó una mano al pecho, incapaz de contener la fuerza de esas palabras que parecían arder en su piel.
El silencio entre los tres fue sofocante. La diosa apretó los puños, incrédula.
—¿Qué dices? —Preguntó, su tono vacilante por primera vez—. ¿Qué es ella realmente?
Demyan dudó un instante, luchando con la decisión de revelar más de lo que había ocultado por tanto tiempo. Finalmente, su mirada se endureció y dejó escapar la verdad que lo consumía.
—Aria no es humana. Pero tampoco pertenece a nuestra sangre. —Hizo una pausa, la voz grave y cargada de temor—. Ella es parte del Reino Angelical. Tanto ella como yo sospechamos que… podría ser la reina angelical.
La respiración de Aria se entrecortó al escucharlo, como si las palabras hubieran arrancado de golpe el velo que cubría una verdad que temía.
La diosa abrió los ojos con asombro, llevándose la mano al pecho.
—¿La reina angelical? —susurró, como si aquello fuera imposible.
—No lo sabemos con certeza —añadió Demyan—. Por eso debemos descubrirlo. Y por eso… voy a protegerla incluso con mi vida.
Por primera vez, la Diosa de la Guerra no respondió con reproches ni con desprecio. La intensidad de las palabras de su hermano la atravesaron. Lo miró, y en sus ojos brilló una mezcla de miedo, orgullo y resignación.
Aria, temblando, buscó la mano de Demyan, y él se la tomó con fuerza, como si declarara al mundo que nunca la soltaría.
La diosa los observó en silencio, y finalmente inclinó la cabeza.
—Si lo que dices es cierto… —murmuró con un tono grave—, entonces ella no será una carga. Lo juro, hermano: si todo esto es real, protegeré a Aria con mi vida.
La tensión se quebró, pero el aire seguía pesado. Aria sabía que lo revelado apenas era el inicio de algo mucho más oscuro y brutal. Y mientras la mano de Demyan seguía aferrada a la suya, entendió que no importaba lo que viniera: estaban destinados a caminar juntos, incluso si ese camino los llevaba directo al abismo.