El murmullo de la sombra
El reino angelical recién comenzaba a respirar con vida, pero en lo profundo de las ruinas, donde la luz no podía alcanzarlo, se alzaba una presencia que no pertenecía a ese renacer.
Hope estaba allí. Inmóvil, con los ojos bañados en un brillo carmesí que no era suyo. En su mano, la espada maldita latía como un corazón, cada pulsación desatando hilos de oscuridad que se enredaban en sus venas. La magia antigua se deslizaba dentro de él como veneno y alimento al mismo tiempo. Lo devoraba, lo transformaba.
Su respiración era pesada, pero su sonrisa… era la de un hombre que por fin tocaba aquello que había soñado durante siglos.
—Por fin… —susurró en un murmullo quebrado, como si hablara con un fantasma—. Por fin podré volver a verte.
El aire se estremeció. Las ruinas respondieron a su voz, como si reconocieran la lengua de los antiguos, la misma que había sellado la destrucción del reino angelical. Cada palabra era un conjuro, cada sílaba una herida abierta en la tierra.
Hope bajó la mirada a la espada. La acarició con la devoción de un amante.
—Tantos años… esperando. Tantos siglos sufriendo en silencio. La diosa de la guerra… nadie entiende que no es ella lo que quiero. ¡Es lo que representa! —su voz se alzó con un temblor de locura—. Es la viva imagen de su madre… la mujer que amé hasta la locura… y que la muerte me arrebató.
Un destello oscuro cruzó su mirada. La sombra dentro de él rugió, hambrienta.
—Esta vez no. —Hope apretó la espada contra su pecho—. No voy a perderla otra vez. Aunque deba arrancarle la esencia misma a esa diosa, aunque deba destruir al último ángel, lo haré. El mundo entero caerá, si es necesario.
El viento sopló, trayendo consigo un eco distante de campanas angelicales. Hope inclinó la cabeza, como escuchando un secreto.
—¿Lo oyes…? —su voz se volvió un susurro—. La sangre llama a la sangre. La espada canta… mi sombra me guía… Y yo… yo solo deseo traerla de vuelta.
Entonces cerró los ojos y dejó que la sombra lo envolviera. Su cuerpo se tensó, sus manos temblaron, pero no de miedo, sino de éxtasis. La magia antigua se fusionaba con su alma, reescribiéndolo, haciéndolo letal.
En su interior no había duda: vencería. Porque esta vez, el dolor de siglos tenía un propósito.
Hope sonrió, con una calma que helaba la sangre.
—El juego apenas empieza. Nadie sospecha nada… aún.
Y como si sus palabras hubieran sido escuchadas, una vibración oscura recorrió los cimientos del reino angelical. Fue leve, apenas un murmullo en el aire, pero suficiente para que Aria, Demyan y los soldados que patrullaban las ruinas alzaran la cabeza, alertas, con el corazón encogido.
Un silencio pesado se extendió. El viento trajo un eco extraño, como un suspiro ahogado.
—¿Lo sentiste? —preguntó Aria en voz baja, con la piel erizada.
Demyan frunció el ceño, su mirada fija en las sombras más lejanas.
—Sí… pero no sé de dónde viene.
Nadie más habló. El aire quedó cargado de algo invisible, algo que ninguno podía nombrar, pero que ya estaba allí. Observándolos. Esperando.
En lo más profundo, Hope abrió los ojos… y supo que la primera grieta en la calma ya había sido hecha.