Sombras entre gritos
La noche en el campamento angelical estaba en silencio, rota solo por el crujir de las hogueras y el murmullo del viento entre las tiendas. Todo parecía en calma, pero la calma nunca es más peligrosa que cuando antecede a la tormenta.
El aire se quebró con un rugido gutural. Sombras negras, deformes, con garras retorcidas y ojos rojos como brasas, emergieron desde el suelo, como si la oscuridad misma hubiera cobrado forma. El campamento entero fue sacudido en un instante: gritos, choque de espadas, llamas devorando las telas, sangre corriendo entre la arena.
La Diosa de la Guerra fue la primera en saltar al frente, su espada bañada de fuego divino cortando las criaturas como si fueran humo sólido. Sus órdenes eran claras, su voz firme. Pero entonces, Hope apareció entre las sombras, sus ojos brillando con un propósito retorcido.
—Eres mía… —susurró con una sonrisa macabra, señalando directamente a la Diosa de la Guerra.
El combate se volvió personal. Hope se lanzó contra ella con una fuerza inhumana, desatando ráfagas de energía oscura que hicieron temblar la tierra. La Diosa respondió con brutalidad, cada golpe retumbaba como un trueno. El choque de sus poderes iluminaba el cielo como relámpagos en una tormenta interminable.
Pero Hope no buscaba solo destruirla… la quería capturar. Y lo logró. Tras minutos de combate feroz, Hope encontró un resquicio: una sombra atravesó la defensa de la Diosa y la golpeó de lleno en el pecho. La guerrera cayó de rodillas, exhausta, antes de que Hope la envolviera en cadenas oscuras que latían como si tuvieran vida propia.
—¡No! —gritó Demyan, avanzando con una furia desmedida.
El caos se intensificó. Decenas de sombras se abalanzaron contra él, y aunque las destrozaba con su poder, una de ellas se lanzó con velocidad imposible y lo atravesó por el costado con su lanza oscura.
Aria sintió cómo su mundo se partía en dos.
—¡Demyan! —corrió hacia él, pero la voz de su amado la detuvo de golpe.
—¡NO TE ACERQUES! —rugió con los ojos ardiendo, el veneno de la herida brillando en su piel. Su magia se agitaba descontrolada, como si la herida no solo afectara su cuerpo, sino el equilibrio mismo de su poder.
El campamento era un infierno. Ángeles y soldados caían uno tras otro, las sombras multiplicándose, los gritos ahogados por la sangre y el fuego. El aire olía a hierro, a muerte, a desesperación.
Aria sentía cómo su pecho se desgarraba. Quería correr a su lado, sostenerlo, pero el filo de su voz la encadenaba. Y, aun así, sus ojos se cruzaron con los de él: llenos de dolor, rabia y un amor desesperado que la destrozaba más que cualquier herida.
La Diosa de la Guerra, inconsciente, fue arrastrada por Hope entre las sombras. Nadie pudo detenerlo. Y entre la devastación, un silencio brutal se clavó en el pecho de todos al darse cuenta de la pérdida.
Aria temblaba, no solo por el desastre a su alrededor, sino por el secreto que la carcomía: sabía que ahora ella era el próximo objetivo de Hope. Nadie más lo sabía. Nadie más podía comprender el peso que caía sobre sus hombros.
Las llamas devoraban las tiendas. Los cuerpos caídos yacían en silencio. Y Demyan, herido y debilitado, luchaba por mantenerse en pie mientras su poder se resquebrajaba por dentro.
Aria lo miró con lágrimas en los ojos, apretando los puños hasta hacerse daño. Quería salvarlo. Quería protegerlo. Pero estaba atrapada en la impotencia más cruel.
Y en ese infierno, lo único que logró salir de sus labios fue un susurro desesperado que nadie escuchó:
—Pase lo que pase… Demyan tiene que vivir.