El lugar entero ardía de poder. El aire se estremecía, cargado de energía pura y oscura que chocaban como tormentas eternas. Hope estaba embriagado, su sonrisa era la de un hombre perdido en el delirio absoluto. Tenía a Aria frente a él, la diosa angelical que tanto buscó, y el resplandor de su luz bañaba todo el campo de batalla como un sol agonizante que no quería apagarse.
Hope extendió la espada que había preparado durante siglos, la misma que arrancaría la esencia de Aria para traer de vuelta a su amada. Sus ojos, encendidos de locura, no se apartaban de ella.
—Al fin… —susurró con voz quebrada y extasiada—. Al fin el sacrificio está frente a mí. ¡Tu luz, Aria, es mi salvación! Tu dolor será el renacer de mi reina.
El poder angelical aún manaba de Aria, incluso debilitada, pero su pureza no tuvo piedad: alcanzó también a Hope. Esa energía se incrustó en lo más profundo de él, y aunque no pudo expulsar la sombra antigua que lo corrompía, sí desgarró las cadenas oscuras con las que tenía sometida a la diosa de la guerra.
Hope, ciego por su éxtasis, ni siquiera notó el cambio.
La diosa de la guerra, hasta ese momento debilitada, alzó la cabeza y sintió cómo su esencia regresaba a ella con furia. Su respiración se hizo pesada, y sus ojos ardieron con un brillo carmesí. El dolor que la había encadenado durante tanto tiempo se quebraba, transformándose en fuerza.
Hope levantó la espada hacia Aria, con la mirada desquiciada, como si ya pudiera saborear la victoria.
—¡Te arrancaré el alma, diosa angelical! Tu sacrificio me pertenece, ¡y con él, ella renacerá!
Aria, aún colapsada entre cadenas debilitadas, solo pudo mirarlo con terror y desdén. Algo dentro de ella quería gritar, quería liberar más poder, pero su cuerpo estaba exhausto.
Entonces ocurrió.
Un rugido ensordecedor quebró la tensión. La diosa de la guerra se lanzó contra Hope con la fuerza renovada de mil tormentas. Sus brazos, ahora cargados de un poder oscuro y ancestral, golpearon con tanta furia que la espada sagrada salió disparada de las manos de Hope.
El choque fue tan brutal que el acero impactó contra las rocas del campo de batalla, partiéndose en dos mitades pesadas. El sonido de la fractura resonó como un presagio: lo imposible acababa de ocurrir.
Hope abrió los ojos, desencajados por el horror.
—¡No… no! —gritó con una mezcla de furia y desesperación, extendiendo sus manos vacías hacia el arma rota.
La diosa de la guerra lo miró con desprecio, erguida como un titán renacido.
—Tu obsesión te cegó, Hope. Mientras te embriagabas en el poder de la diosa angelical, olvidaste que ni siquiera tú puedes contener a la guerra misma.
Hope retrocedió tambaleante, la sombra dentro de él rugiendo como bestia herida. Aria, con los últimos hilos de energía que le quedaban, apenas pudo mantener sus ojos abiertos, pero alcanzó a ver cómo el destino se resquebrajaba frente a ella.
La espada rota, el sacrificio interrumpido, y la diosa de la guerra liberada.
Todo estaba a punto de volverse aún más caótico.