Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 27

El suelo tembló con el rugido de la batalla.

La diosa de la guerra se levantó entre brasas y fragmentos de cadenas rotas, sus ojos ardiendo con un fulgor carmesí que devolvía la fuerza que le había sido arrebatada. Hope la miró con una sonrisa torcida, la de un demente que acaricia lo que cree suyo, pero ya no era solo un cazador: ahora enfrentaba a una deidad renacida en todo su esplendor.

—¡Por fin despiertas, maldita! —escupió Hope, girando la muñeca para lanzar una oleada de sombras que chocaron contra el filo incandescente que la diosa blandía.

El choque fue brutal, luz contra tinieblas, un estruendo que partió el aire y estremeció la tierra.

Aria quiso correr a ayudar, pero una mano la detuvo con violencia. Leona estaba frente a ella, sus pupilas teñidas de pura negrura, la traición ardiendo en su mirada.

—Tú no intervendrás. Tu lugar es mirar… y sufrir.

Las sombras de Leona se alzaron como látigos que la golpeaban una y otra vez. Aria gritó, intentando resistirse, pero pronto cayó de rodillas. Leona sonrió con crueldad y, con un movimiento rápido, la envolvió en un capullo de oscuridad que comenzó a consumir su fuerza desde dentro.

Gritos. Dolor.

Heridas invisibles se abrían en sus brazos y piernas, como si sombras afiladas la marcaran sin descanso. El dolor se aferraba a su cuerpo, manchando su vestido y apagando el brillo de sus cabellos.

—¿Lo sientes? —susurró Leona, cerca de su oído—. Es el precio de no saber a quién confiarle tu corazón.

Aria apenas podía respirar. El dolor era tan intenso que la visión se le nublaba. Estaba a un paso de perder la conciencia cuando un estruendo la sacudió.

¡Un destello de acero!

Leona fue lanzada varios metros, impactando contra las piedras. La oscuridad que envolvía a Aria se deshizo, aunque ella cayó jadeando, débil, empapada en su propia sangre.

La espada que había atravesado la penumbra era reconocible: la espada de Saimon. Y detrás de ella, como una avalancha, entraron los guerreros de Demyan.

—¡Aria! —la voz de Demyan se alzó como un trueno mientras se abría paso entre espectros.

Los monstruos eran horribles: cada vez que uno era partido en dos, se multiplicaba en tres. No morían, solo se expandían como un cáncer. Era el poder oscuro del que tanto temía incluso Hope.

Saimon giraba su espada como un torbellino, su filo brillando con un fulgor bendito, pero los espectros parecían infinitos. Demyan luchaba junto a él, cada golpe suyo era devastador, pero por cada sombra destruida, dos más emergían del suelo.

El caos era total.

Hope seguía enfrentándose a la diosa de la guerra, y su risa desquiciada resonaba mientras ella lo empujaba al límite. Los templos crujían, las piedras caían, y un coro de gritos —humanos y no humanos— llenaban la atmósfera.

Aria, débil y temblando, intentó levantarse. Su vista se clavó en algo cercano: el fragmento roto de la espada que Hope había perdido. Sus dedos temblorosos lo alcanzaron. Al tocarlo, un escalofrío recorrió su cuerpo. Era frío, pesado, casi vivo.

Pero antes de poder reaccionar, Leona volvió a aparecer, su cuerpo rodeado de sombras hirvientes.

—No escaparás —escupió, y la golpeó con tanta fuerza que Aria volvió a chocar contra el suelo.

Su cuerpo no resistía más.

El dolor, la sangre, la desesperación. Todo parecía gritarle que se rindiera.

Y fue entonces… que la voz volvió a resonar en su mente.

Clara. Poderosa.

“Tú sabrás cuándo será el momento del sacrificio.”

Aria abrió los ojos con lágrimas de furia. El caos rugía a su alrededor, pero dentro de ella se encendía algo que aún no sabía si sería su salvación… o su condena.



#1611 en Fantasía
#300 en Magia

En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.