Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 28

El sacrificio

La guerra había dejado de ser solo una lucha entre acero y sombras. Era un apocalipsis.

El suelo estaba cubierto de cuerpos, de soldados caídos, de espectros que no morían sino que se multiplicaban con cada golpe. La tierra oscurecida se mezclaba con el polvo y la ceniza, mientras el aire vibraba con rugidos de bestias y gritos de agonía, una sinfonía infernal que parecía no terminar jamás.

Demyan, cubierto de heridas, peleaba con una rabia que parecía inhumana. Cada vez que su espada atravesaba a un espectro, tres más surgían de la nada, riendo con voces huecas. Sus hombres luchaban a su lado, pero la desesperación comenzaba a notarse en sus rostros. El enemigo era interminable.

Y en medio de la masacre, Demyan caía de rodillas a ratos, su mano aferrándose al costado, el ardor en su muñeca quemándole hasta los huesos. No era suyo ese dolor. Era de Aria. Cada vez que sentía la punzada, veía en su mente el reflejo de sus heridas, su sufrimiento, y eso lo partía en dos.

—¡No…! —gruñó levantándose con fuerza sobrehumana, partiendo en dos a otro espectro—. ¡No te lo permitiré, Aria!

La diosa de la guerra libraba su propia batalla. Hope, envuelto en un aura oscura que no parecía de este mundo, sonreía con una locura que helaba la sangre. Sus ojos no eran humanos, eran grietas de un poder antiguo que lo consumía. Cada golpe suyo hacía temblar el suelo, y la diosa apenas lograba resistir, sus manos sangrando, su cuerpo debilitado pero su espíritu ardiendo con furia.

Aria, encadenada aún por la sombra de Leona, temblaba. El fragmento de la espada rota pesaba en su mano como si fuera mil veces más grande. Ella sabía lo que esa arma significaba: estaba hecha para robar almas, para arrancar la esencia misma de un ser.

Pero en sus manos… el fragmento no la consumía, sino que brillaba. Como si reconociera su pureza.

Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras su cuerpo se sacudía de dolor, marcada por heridas en brazos y piernas. Estaba débil, demasiado débil. Demasiado pequeña frente al caos. Y aun así, sabía lo que debía hacer.

“Jamás estarás sola, hija mía”, resonó la voz en su mente, dulce, inmensa, imposible de ignorar.

“Tu sacrificio dará inicio a la libertad, a tu renacer”.

El corazón de Aria se rompió en ese instante. No por miedo, no por la oscuridad que la rodeaba… sino por Demyan. Por el amor que sentía por él, un amor tan devastador que le dolía más que cualquier herida.

Miró a lo lejos, entre la tormenta de sombras y sangre, y vio su figura: el rey luchando contra imposibles, cayendo y levantándose, su grito ahogado de dolor por ella. Él siempre había sido su fuerza. Ahora ella debía ser la de él.

Aria levantó el fragmento, la hoja rota brillando con un resplandor imposible, y lo miró con decisión.

—Perdóname, Demyan… —susurró con la voz quebrada—. Te amo.

Y sin pensarlo más, lo empuñó en su pecho.

El filo atravesó su carne, y un destello cegador estalló en todo el campo de batalla. Una ola de energía pura arrasó el aire, levantando a los espectros como hojas en el viento y desintegrándolos con un grito desgarrador. El suelo tembló, los cielos se abrieron, y la oscuridad se contrajo como si hubiera recibido una herida mortal.

Demyan sintió en su cuerpo la misma puñalada. El dolor fue tan insoportable que cayó de rodillas, con un rugido gutural, su pecho ardiendo como si él mismo se hubiera atravesado.

—¡ARIAAAA! —su grito retumbó entre las montañas, desgarrando el alma de todos los presentes.

El caos quedó suspendido, como si el universo entero contuviera la respiración.

Y en medio de todo, el cuerpo de Aria, bañado en sangre y luz, comenzó a caer lentamente, como si el tiempo la soltara en cámara lenta. Su sacrificio había empezado.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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