La Última Luz
El mundo se redujo a ella.
A su respiración entrecortada, a sus ojos brillando con una ternura que nunca antes había mostrado con nadie. Demyan sostenía el cuerpo de Aria, frágil, quebrándose en sus brazos como si el tiempo quisiera arrebatársela demasiado rápido.
Ella levantó la mano con un esfuerzo casi sobrehumano y rozó su mejilla.
Sus labios se curvaron en una sonrisa débil, pero sincera, como si en su despedida llevara grabada toda la eternidad.
—Gracias por amarme… —susurró con voz quebrada, casi inaudible—. Demyan, eres… mi luz.
Sus ojos se cerraron.
Y en un destello etéreo, su cuerpo comenzó a desvanecerse, convertido en partículas doradas que se elevaron hacia el cielo.
No quedó nada.
Ni su calor.
Ni su voz.
Ni el vínculo que lo unía a ella.
Demyan gritó.
Un rugido desgarrador que no era humano, un lamento nacido de lo más profundo de un rey que había sido sanado y ahora quedaba roto.
El eco de su dolor atravesó el campo devastado, helando los huesos de todos los que estaban cerca. Incluso los dioses, incluso los demonios, todos sintieron esa aura insoportable de destrucción.
El invencible había caído, pero no por un enemigo… sino por perder lo único que lo mantenía vivo.
De pronto, entre los últimos destellos de Aria, algo más emergió.
Nadie lo vio, excepto él.
Una flor de loto dorada, pura, luminosa, descendió lentamente, como guiada por un destino oculto. Flotó en el aire, giró suavemente y se incrustó en su pecho.
Demyan, temblando, la tomó con manos inseguras, como si aquella esencia fuera lo último que podía retener de ella. Al tocarla, sintió que ese loto ardía dentro de él, como si se fundiera con su corazón.
Pero no hubo paz.
No hubo consuelo.
El rey estaba devastado.
Sus ojos ardían con lágrimas y furia.
Sus labios sangraban de tanto apretarlos, de tanto contener un dolor imposible.
El cielo pareció oscurecerse con su juramento:
—Juro… que pagarás. —su voz fue un susurro al principio, pero pronto se volvió un trueno—. Juro que no habrá poder en este mundo, ni dios, ni demonio, que me detenga hasta vengarte.
El aire se quebró. El suelo tembló bajo sus pies. Y en sus ojos, junto al dolor, algo nuevo despertó: una sombra, una fuerza que aún nadie podía comprender.
La última luz de Aria se había extinguido.
Y con ella, nació la oscuridad más temida.
El mundo jamás volvería a ser el mismo.