Los días siguientes transcurrieron como un susurro, atrapada en la vorágine de la inminente noche de Halloween. La mansión, antaño fría y muda, ahora parecía latir con un ritmo secreto, una energía que no se tocaba, pero sí se sentía en el aire. Cada rincón parecía llenarse de ecos del pasado, mientras mi conexión con Frederick se profundizaba. Sus palabras resonaban en mi mente, y la promesa de liberar su alma se convertía en una obsesión.
Me sumergí en el diario de mi tía Beatriz, buscando pistas sobre el ritual que podría liberarlo. Cada página revelaba fragmentos de su vida, pero también contenía alusiones a antiguas tradiciones del pueblo, prácticas que se habían perdido en la bruma del tiempo. En una de las entradas, encontré una descripción de una ceremonia que se llevaba a cabo cada Halloween, en la que los vivos y los muertos se encontraban en un limbo donde podían comunicarse.
"La noche de Halloween es un portal entre los mundos. Los espíritus regresan a buscar la resolución de sus penas. Si uno de los vivos se ofrece a ser el vínculo, el alma atrapada puede encontrar la paz. Pero el precio a pagar puede ser alto."
El precio. Esa advertencia me inquietaba. ¿Qué implicaría realmente el ritual? Una parte de mí quería retroceder, pero la otra, la que había conocido a Frederick, ansiaba descubrir la verdad detrás de su trágico destino.
A medida que el día se acercaba, decidí explorar el bosque que rodeaba la mansión. En mis sueños, el bosque se transformaba en un lugar mágico y aterrador, poblado de sombras y murmullos. Atraída por una fuerza inexplicable, sentí que los árboles me llamaban, como si quisieran revelarme secretos ocultos.
Caminé entre ellos, el sonido de mis pasos se ahogaban en la tierra suave. A medida que me adentraba más, el aire se volvía más frío, y el silencio era abrumador. De repente, vislumbré un claro iluminado por la tenue luz del sol, y en el centro, un altar de piedras cubierto de musgo y flores silvestres.
Al acercarme, un escalofrío recorrió mi espalda. El lugar tenía una energía poderosa. Era evidente que alguien había estado allí antes, realizando rituales en noches pasadas. Observé cuidadosamente, notando símbolos grabados en las piedras, imágenes que parecían danzar en mis pensamientos. Era un lugar sagrado, y el misterio que lo envolvía me llenaba de inquietud.
—Este es el lugar —dije en voz baja, sintiendo que mis palabras reverberaban en el aire.
No era solo un espacio físico, sino un nexo entre el mundo de los vivos y el de los muertos. En ese instante, la comprensión me golpeó: aquí, podría llevar a cabo el ritual que Frederick necesitaba. Pero, ¿cómo lo haría? No tenía idea de por dónde empezar.
Mientras regresaba a la mansión, la idea de reunir los elementos necesarios para el ritual comenzó a gestarse en mi mente. Decidí que la mejor forma de proceder era buscar la ayuda de los pocos habitantes del pueblo que todavía hablaban de las tradiciones antiguas. No sabía cómo reaccionarían al mencionar a Frederick, pero era un riesgo que debía tomar.
A la mañana siguiente, me dirigí a la pequeña tienda de antigüedades que había visto al llegar. Era un lugar polvoriento, lleno de objetos de épocas pasadas y decorado con telarañas que contaban historias de un tiempo olvidado. Una campanita sonó cuando abrí la puerta, y un hombre mayor apareció detrás del mostrador. Sus ojos, de un azul profundo, me miraron con curiosidad.
—¿Qué busca una joven como tú en un lugar como este? —preguntó, con su voz arrugada por la edad.
—Estoy investigando sobre las tradiciones de Halloween en Ravenswood —respondí, sintiendo la necesidad de ser honesta. —Sobre el ritual que se lleva a cabo para ayudar a los espíritus atrapados.
Su rostro se tornó serio, y una sombra pareció cruzar sus ojos.
—Pocos recuerdan esos rituales. La gente teme lo desconocido, lo que el velo de la muerte puede traer. ¿Por qué quieres saber de ello?
—Porque… —vacilé, recordando la conexión que sentía con Frederick—. Creo que puedo ayudar a un espíritu, a encontrar la paz.
El hombre se quedó en silencio por un momento, y luego suspiró.
—Si realmente deseas ayudar a un alma perdida, debes estar preparada para enfrentar lo que venga. El ritual requiere un sacrificio, no solo de tiempo, sino de parte de ti misma.
Asentí, sintiendo que mi corazón latía con fuerza. El precio era alto, pero no podía dejar que el miedo me detuviera. Necesitaba a Frederick en mi vida, incluso si eso significaba enfrentar lo desconocido.
—¿Qué necesito hacer? —pregunté, ansiosa por obtener respuestas.
—Primero, deberás encontrar tres objetos: una flor de luna, que solo florece en la noche de Halloween, un relicario con una foto de quien desees liberar y una vela negra, símbolo de la conexión entre los mundos. La flor de luna crece en el bosque, pero deberás llegar antes de la medianoche. El relicario puede ser de cualquier persona que te haya dejado un legado, y la vela… puedes hacerla tú misma si lo deseas.
—¿Y cómo llevo a cabo el ritual? —insistí.
—La noche de Halloween, ve al altar en el bosque. Allí, coloca los objetos y enciende la vela. Llama al espíritu y ofrece tu voluntad para ser el puente entre los mundos. Pero recuerda, el amor que se siente por el espíritu es lo que dará fuerza al ritual. Debes estar dispuesta a dar algo de ti, una parte de tu esencia.
Su mirada era profunda, y su advertencia se deslizó por el aire, helada y cortante, como una sombra que anunciaba algo oscuro. Salí de la tienda con el corazón casi saliéndose de mi pecho, sabiendo que el tiempo se agotaba. La búsqueda de los objetos comenzaba y, con ello, la preparación para la noche que cambiaría nuestras vidas para siempre. La promesa de amor y sacrificio me guiaba, y aunque el camino era incierto, estaba lista para enfrentar lo que viniera.