El día de Halloween amaneció con un cielo nublado y una sensación de anticipación que cargaba el aire. La mansión, ahora familiar, parecía latir con vida propia, y la historia de Frederick seguía resonando en cada rincón. No podía dejar que la ansiedad me consumiera; debía concentrarme en la búsqueda de los objetos necesarios para el ritual.
La flor de luna era la prioridad. Sabía que crecía en el bosque, solo floreciendo durante esta misma noche, y el tiempo se estaba acabando. Con un cálido abrigo y una linterna en la mano, me dirigí al bosque al caer la tarde. El paisaje era hermoso y aterrador al mismo tiempo. La luz del sol se desvanecía, y la oscuridad comenzaba a deslizarse entre los árboles, como si algo ancestral despertara en el silencio.
Mientras caminaba, mi mente divagaba entre la historia de Frederick y la promesa de liberar su alma. Podía sentir su presencia a mi lado, como una sombra que me guiaba, pero también había un miedo latente. ¿Estaba realmente lista para enfrentar lo que vendría? Aún no lo sabía, pero no podía dar marcha atrás.
Después de caminar un rato, finalmente llegué al claro donde había encontrado el altar. El lugar ahora parecía diferente; la luz de la luna se filtraba a través de las hojas, creando un brillo etéreo que me llenó de esperanza. Me adentré en el bosque, buscando entre la maleza, recordando las descripciones de aquella flor tan esencial que había leído en el diario de Beatriz y del anciano de la tiendita. Tenía que ser una flor blanca, con pétalos que brillaban suavemente en la oscuridad.
Mientras exploraba, el aire se volvió más frío, y el silencio se hizo más profundo. Era como si el bosque contuviera la respiración, observando mi búsqueda. Tras unos minutos, un destello blanco llamó mi atención entre los arbustos. Me acerqué con cautela, y ahí estaba: la flor de luna, resplandeciente como una estrella en la penumbra.
—Lo logré —susurré, maravillada por su belleza. La delicada flor parecía brillar con vida propia, como si reconociera la importancia de este momento. La recogí con suavidad, sintiendo una oleada de energía recorrerme. Era el primer objeto, y con él, la promesa de un futuro para Frederick.
Con ella en mis manos, decidí que debía encontrar el relicario. No tenía ningún objeto que me uniera a un legado familiar, pero recordé el viejo collar de mi madre. Era un pequeño collar en forma de corazón, un regalo que ella siempre llevaba. Sabía que guardaba una foto de mi madre y de mi padre, y en ese momento, supe que ese sería el objeto perfecto para el ritual.
Regresé a la mansión con la flor en el bolsillo, sintiendo que el tiempo se me escapaba. Al llegar, busqué el relicario, y cuando lo encontré, lo sostuve en mis manos, observando la imagen de mis padres sonriendo, llenos de amor. Era un vínculo que representaba no solo la vida, sino también el amor eterno que seguía vivo en mí.
Con el relicario y la flor de luna, solo me faltaba la vela negra. Recordé lo que el anciano de la tienda me había dicho que podía hacerla yo misma. Así que me dirigí a la cocina, donde saqué la cera de una vela vieja y comencé a derretirla. A medida que la cera se convertía en líquido, sentí que mi fuerza se incrementaba. Cada gota representaba mi deseo de ayudar a Frederick, de liberarlo y a la vez, de conectarme con un amor que trascendía la vida y la muerte.
Una vez que la cera se derritió, busqué un molde y vertí la mezcla con cuidado. Mientras la vela tomaba forma, mi mente se llenó de pensamientos sobre lo que estaba por venir. ¿Sería suficiente? ¿El amor que sentía por Frederick sería lo bastante fuerte para superar los límites de la vida y la muerte?
Al finalizar el día, el cielo comenzó a oscurecerse, y un escalofrío recorrió mi cuerpo. La atmósfera se tornaba densa, y la emoción se entrelazaba con el miedo. Las luces de la mansión parecían parpadear, como si anticiparan la llegada de lo que estaba por venir.
Con los tres objetos en mano, la flor de luna, el relicario y la vela negra, sabía que estaba lista para el ritual. Pero, a medida que me preparaba para la noche, una sombra de duda se cernía sobre mí.
Mientras la luna llena comenzaba a elevarse en el cielo, me miré en el espejo, intentando encontrar un reflejo de la valentía que necesitaba. Pero lo que vi fue un rostro lleno de firmeza, una joven lista para enfrentar lo desconocido. La conexión con Frederick seguía ardiendo dentro de mí, y estaba decidida a hacer lo que fuera necesario para liberar su alma.
Finalmente, la noche llegó. Con los objetos cuidadosamente guardados, me dirigí hacia el bosque, con el corazón latiendo con fuerza. El aire estaba impregnado de magia y misterio, y en el fondo de mi ser, sabía que esta noche, el destino de Frederick y el mío se entrelazarían para siempre.