Miré la flor de luna, sus pétalos blancos brillaban con un resplandor etéreo, casi sobrenatural. Pero algo en ella me hacía sentir vulnerable, como si al tocarla, cruzara un límite del que no podría regresar. El susurro de aquella voz extraña seguía latente en mi mente, un eco lejano que me advertía sin palabras claras.
—Emily… —La voz de Frederick me sacó de mis pensamientos. Noté cómo apretaba los puños, impaciente. —Solo tienes que tomarla y ofrecerle tu esencia. ¿No es eso lo que quieres? ¿Liberarme, finalmente?
Su tono sonaba suave, pero esa prisa en sus palabras me incomodaba, como si cada segundo fuera crítico. La intensidad de su mirada me abrumaba, y, por primera vez, sentí que la presión de su deseo me empujaba en una dirección que ya no estaba tan segura de seguir.
Tomé aire y, en un intento de calmarme, le sostuve la mirada.
—Frederick… ¿Por qué siento…? —las palabras se me quedaron atrapadas en la garganta.
Tenía tantas cosas que decir, pero la urgencia ansiosa en su expresión me hizo callar.
Sabía lo que él sentía, el deseo por liberarse, pero esa voz que había escuchado parecía decirme que había algo más que yo no alcanzaba a comprender.
Él extendió una mano hacia mí, como si alargara un fragmento de su esencia para calmar mis dudas.
—Emily, —murmuró, con una voz baja y seductora— piensa en lo que hemos pasado juntos. ¿Dejarás que el miedo arruine todo por lo que hemos luchado?
Cerré los ojos por un instante, y su presencia llenó mis sentidos, evocando cada recuerdo compartido, cada momento en el que me había sentido completa a su lado. Quería creer, quería confiar ciegamente, pero aquel susurro me había dejado una inquietud profunda, una sensación de que había algo en el fondo de esta historia que no lograba entender.
Finalmente, inhalé profundamente y miré la flor, su pureza inmaculada, su promesa de liberación y unión eterna… y sentí un leve temblor en mi mano mientras la acercaba a los pétalos.
Justo cuando estaba a punto de tocarla, un susurro aún más claro llegó a mis oídos. Era una advertencia, casi una súplica: “No lo hagas, Emily…”
Me congelé. La voz no era la mía, ni tampoco la de Frederick. Era la misma voz femenina que había escuchado antes, pero ahora con una claridad que me dejó sin aliento. Giré lentamente para mirar a Frederick, quien me observaba con una intensidad desconcertante.
—¿Frederick? —mi voz salió temblorosa. —¿Por qué escucho esa voz?
Su rostro cambió, endureciéndose apenas, pero lo suficiente como para que una frialdad inexplicable recorriera mi espalda. Se acercó un paso, y de nuevo esa sombra momentánea cubrió su semblante.
—Emily, —dijo, casi como una orden— no prestes atención a esas distracciones. Solo enfócate en lo que sientes por mí. Esa voz no entiende nuestro amor.
Un estremecimiento casi eléctrico travesó todo mi cuerpo. Aquello no sonaba como él, no como el Frederick que conocía. Las palabras estaban llenas de algo inusual, un tono que rozaba la amenaza. De pronto, una certeza me golpeó: la voz que escuchaba, la advertencia de aquella mujer, era una señal, una llamada a detenerme antes de cruzar un límite del que ya no habría retorno.
Pero al mismo tiempo, al ver a Frederick, al recordar sus preciosos ojos que habían sido la luz durante todo este tiempo, el dilema me desgarraba por dentro. ¿Era amor lo que sentía, o acaso era solo una obsesión por algo que nunca debí haber alcanzado?
Esa pregunta giraba en mi mente como un tornado incesante, desestabilizando todo lo que sentía.
El amor, pensaba, debía ser un refugio, un espacio donde dos almas se unían sin miedo ni reservas. Sin embargo, aquí estaba yo, paralizada por la duda, sintiendo que lo que había considerado un amor puro podía ser en realidad una atracción peligrosa.
Había pasado tanto tiempo soñando con estar juntos para siempre, imaginando un futuro que ahora se sentía como un espejismo, como una ilusión construida sobre anhelos y desesperación.
¿Estaba buscando en Frederick un consuelo para mi soledad, una forma de llenar un vacío que solo yo podía comprender? ¿O realmente había algo genuino entre nosotros, algo que se extendía más allá de esta conexión tan intensa que parecía consumirnos? Cada instante que pasaba, el amor que creía sentir se oscurecía con la sombra de esa obsesión, una necesidad de poseer y ser poseída que amenazaba con desdibujar las fronteras de lo que realmente significaba amar.
Mientras miraba la flor de luna, comprendí que la esencia misma de mi amor podría estar enredada con la desesperación de haberlo perdido antes de tenerlo. La presión que aumentaba dentro de mí no solo era el miedo a tomar una decisión errónea, sino el temor de descubrir que lo que había anhelado tanto podría ser solo un eco de mis propias inseguridades, un deseo de escapar de la soledad en la que había estado atrapada. La línea entre amor y obsesión se difuminaba, y en esa confusión, la verdad se volvía más difícil de discernir.
—Esa voz... —comentó él de repente, con un tono grave y tenso—. Es de una mujer, ¿no es así?